viernes, 14 de febrero de 2014

Visita titiritera a la Aljafería de Zaragoza

Retomo al relato del viaje realizado a Zaragoza en ocasión de asistir a una de las representaciones del Belén de Laguardia, y que culminó con un interesante paseo por la capital aragonesa. Interesante porque además de todo lo que vimos y fabulamos en nuestro recorrido por la zona del Pilar (vean el artículo aquí; sobre la visita al Belén de Laguardia, vean aquí el artículo enTiteresante), al final lo coronamos con la visita al Palacio de La Aljafería.

El hecho de que fuéramos, Adolfo y yo, en compañía de Enrique Lanz y Yanisbel V.Martínez, de la compañía Etcétera que estos años últimos han puesto en escena una de las mejores versiones jamás vista de la ópera de Falla "El Retablo de Maese Pedro", daba a la visita un interés añadido, pues ellos todavía no habían visto la torre del Castillo de la Aljafería, escenario principal de esta sin par historia.

La Torre de la Aljafería
El lugar es, en efecto, relevante desde el punto de vista de la historia y de la mitología de los títeres, al ser aquí donde Cervantes situó parte del episodio del Retablo de Maese Pedro. Es en esta torre donde la princesa Melisendra, esposa de Don Gaiferos, se halla cautiva en el castillo del rey Moro Marsilio, que no es otra que la mismísima torre del Palacio de la Aljafería, hoy bellamente restaurada. Dice Cervantes en el Capítulo XXVI de la Segunda Parte del Quijote, en boca del Trujamán:

"—Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de la letra de las crónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes y de los muchachos por esas calles. Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza..."

La Aljafería con la Torre a la derecha.
La torre adquiere una gran presencia poco después, cuando se dice:

"... Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería; y aquella dama que en aquel balcón parece vestida a lo moro es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía a mirar el camino de Francia, y, puesta la imaginación en París y en su esposo, se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No ven aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir y a limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. ..."

Melisendra en la torre, en la versión del Retablo de Etcétera. Foto de Enrique Lanz..

Don Gaiferos llega a Zaragoza y consigue salvar a la Princesa, no sin ciertos percances harto inconvenientes. Demos la palabra al genial novelista de Alcalá de Henares:

"...Basta ver cómo don Gaiferos se descubre, y que por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da a entender que ella le ha conocido, y más ahora que vemos se descuelga del balcón para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo. Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo. Pero veis cómo el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos y, sin mirar si se rasgará o no el rico faldellín, ase della y mal su grado la hace bajar al suelo y luego de un brinco la pone sobre las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, ..."

Ilustración de Gustavo Doré del episodio del Retablo.
El final de la historia es harto conocido, pero ya que estamos puestos a citar, bien vale la pena releer el momento en que Don Quijote interviene y participa activamente en la persecución y batalla:

"Y el muchacho dijo:
—Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y atambores que retumban. Témome que los han de alcanzar y los han de volver atados a la cola de su mismo caballo, que sería un horrendo espetáculo.

Melisendra huye con Don Gaiferos, en la versión del Retablo de Etcétera. Foto de Enrique Lanz.
Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo:
—No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a este, destrozando a aquel, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:

Ilustración de Gustavo Doré del episodio del Retablo.
—Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de mí!, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda." ...
Emocionante fragmento tantas veces citado y que ha dado pie a tantas versiones sobre el episodio, como lo ha sido la famosa ópera de Falla.
Era importante, pues, peregrinar al escenario de los hechos y ver en qué se había convertido el Castillo de la Aljafería citado por Cervantes.

El Salón del Trono y belleza del complejo.


De entrada, decir que el impresionante conjunto monumental contiene muchas más maravillas de las que uno puede imaginar. Una parte del mismo acoge hoy a Las Cortes de Aragón, como si los políticos actuales quisieran estar muy cerca del antiguo Palacio de los Reyes de la Corona de Aragón, centro de su antiguo poder. Deben pensar los gobernantes aragoneses: "en el supuesto imposible y no deseado de que Aragón recupere algún día sus libertades, mejor estar en el lugar correcto". Pues si se dice que el hábito hace al monje, bien puede decirse que el trono y toda su palacería hacen al rey.

Vista general de la Aljafería.

Tienen así los gobernantes a su disposición lugares como el Salón del Trono para ceremonias protocolarias de altos vuelos. Un lugar realmente impactante por su belleza y que además guarda en su memoria histórica uno de los más insólitos episodios titiriteros, tan cercano por otra parte al mundo de la Caballería Andante del Manchego Don Quijote. Según me contó con lujo de detalles Adolfo Ayuso (principal impulsor de la operación, por lo visto,a través de la asociación Expedición Teatral), tuvo lugar aquí el 23 de enero del año 2003 una actuación de ese otro hidalgo manchego, marino y titiritero de vocación y de oficio, llamado Pepe Otal, quién presentó en el fastuoso salón una versión musical y con títeres de guante de su Rigoletto, con acompañamiento musical de piano y voces líricas (barítono, tenor y soprano) cantando algunas de las principales arias.
La Sala del Trono donde tuvo lugar la representación de Pepe Otal.

Un evento al que acudieron las más altas autoridades de la región, militares incluidas,  y que fue acto de verdadera justicia histórica, al homenajear a través del también manchego y caballero andante Otal al otro manchego hidalgo e ilustre que dio fama inmortal a la torre de Melisendra, hoy lugar de peregrinación tanto cervantina como titiritera.

Adolfo Ayuso presenta el espectáculo de Pepe Otal en la Aljafería.
Un momento de la función de Otal, con Rigoletto en el escenario.
Pero lo que más me sorprendió del actual Palacio de la Aljafería es el refinamiento de su estructura árabe, ricamente restaurada en los últimos años y abierta al público, que otorga al conjunto unas dimensiones de exquisitez arquitectónica de altísima categoría. Un sincero reconocimiento al pasado moro de Zaragoza y de su reino, cuya importancia ha sido curiosamente desdeñada por la historia, que sólo se fija en Córdoba, olvidándose de cuán poderoso y grande fue entre los siglos IX y XI, especialmente durante la época de los Taifas. Leemos en  Wikipedia lo siguiente sobre estos períodos tan poco conocidos de la Historia de Aragón: 

Entrada de la Aljafería.
"La Aljafería es un palacio fortificado construido en Zaragoza en la segunda mitad del siglo XI por iniciativa de Al-Muqtadir como residencia de los reyes hudíes de Saraqusta. Este palacio de recreo (llamado entonces «Qasr al-Surur» o Palacio de la Alegría) refleja el esplendor alcanzado por el reino taifa en el periodo de su máximo apogeo político y cultural.

Algunas imágenes del interior de la Aljafería.
Su importancia radica en que es el único testimonio conservado de un gran edificio de la arquitectura islámica-hispana de la época de las Taifas. De modo que, si se conserva un magnífico ejemplo del Califato de Córdoba, su Mezquita (siglo X), y otro del canto de cisne de la cultura islámica en Al-Ándalus, del siglo XIV, La Alhambra de Granada, se debe incluir en la tríada de la arquitectura hispano-musulmana La Aljafería de Zaragoza (siglo XI) como muestra de las realizaciones del arte taifa, época intermedia de reinos independientes anterior a la llegada de los almorávides

La Península Ibérica en 1037, durante los Reinos de Taifas.

Los restos mudéjares del palacio de la Aljafería fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001 como parte del conjunto «Arquitectura mudéjar de Aragón» ".
¡Impactante!

Subida a la Torre. Entre Melisendra e Il Trovatore .
Proseguimos la visita. Los itinerarios obligatorios del palacio taifal acababan confluyendo en la torre del castillo, la parte más antigua del conjunto monumental, hoy magníficamente restaurada. Vimos emocionados un pozo, antiquísimo, en el que sin duda saciaría su sed la prisionera Melisendra así como los moros que la custodiaban y el no menos importante rey Marsilio que se la guardaba para sí, hasta que vino Don Gaiferos y se la arrebató en heroica hazaña. El pozo, de curiosa estructura, parecía encerrar un sinfín de  secretos de la historia: sus susurros nos llegaban nítidos mientras escrutábamos el fondo, carente de agua y acristalado. 

El pozo.
 Banderas y escudos de la Corona de Aragón jaleaban la subida a la torre, hoy ya sin temor ni pudor alguno, aunque sus poderes reales fueran hartamente menguados por los borbones. Por fin alcanzamos el último piso. Tuvimos que esperar y casi hacer cola, tal era el número de visitantes que entraban y salían por la estrecha puerta. Yo estaba sorprendido de que hubiera tal devoción cervantina, cuando de pronto vimos a uno de los guías accionar un pequeño aparato sonoro, del que salió un chorro de música de Verdi: ¡"Il Trovatore"!

Entrada al interior de la Torre.
Con tanto fervor titiritero, nos habíamos olvidado del verdadero nombre popular de la torre y por la que es conocida no sólo en Zaragoza sino en el mundo entero: ¡la Torre del Trovatore! En efecto, es en la Aljafería donde Antonio García Gutiérrez, el autor romántico de una de las obras más famosas del teatro español de la época, "El Trovador" (de 1836), sitúa la acción de su drama, y es en la torre donde el vil Antonio de Artal encierra a su hermano Manrique. Drama que Verdi convirtió en una de las óperas más famosas del repertorio, Il Trovatore (estrenada en 1853). La peregrinación del público que acudía con los guías y las súbitas arias era pues operística.
Aquella doble mitología daba todavía más empaque a la torre, llena en aquel momento de público. Dejamos pasar al grupo y finalmente entramos con unos pocos parroquianos más. La música de Verdi seguía resonando en nuestros oídos, pero poco a poco se impusieron las viejas trompetas y dulzainas, más los atabales y atambores que resuenan entre las páginas del Quijote. Comprendí que a mis colegas Enrique y Yanisbel, empapados como están de la música del Retablo de Falla, les sonarían más las notas del compositor gaditano que las dulzainas y trompetas.  Entonces descubrimos la ventana. Sin duda era aquí donde Melisendra se sentaba para mirar los caminos que en su imaginación llevaban a París, y desde aquí vería seguramente arribar a Don Gaiferos disfrazado de moro. Aunque es dudoso que se descolgara de semejante altura, a no ser que dispusiera de una cuerda muy larga...

La ventana de Melisendra.
Atrapados por la locura titiritera, nos entretuvimos en el antro mágico donde el arte y la imaginación de los pueblos habían puesto primero palabras y luego música. Sacamos algunas fotos y finalmente dejamos la Torre, convencidos de que habíamos vivido una experiencia importante. 

Enrique Lanz y Yanisbel V.Martínez frente a la ventana de Melisendra
La bajada nos llevó por la estancias palaciegas que los Reyes de Aragón utilizaron, al convertir el lugar en una de sus residencias principales. Fue utilizado por Pedro IV el Ceremonioso. Más tarde, los Reyes Católicos lo magnificaron con sus nobles salones que todavía hoy maravillan al visitante.

Detalles del techo de la Sala de los Reyes Católicos. con la inscripción del "Tanto monta".
Más tarde, en 1593 sufrió una reforma que lo convirtió en fortaleza militar, función que se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XX. Su restauración y el hecho de acoger las actuales Cortes de Aragón lo han cambiado por completo. Hoy es uno de los reclamos turísticos más visitados de Zaragoza. 

Tras cruzar los magníficos pórticos de entrada del Salón Dorado y el llamado Patio de Santa Isabel, salimos de la fortaleza con ganas ya de comer y descansar. Habíamos recorrido durante horas la ciudad de  Zaragoza para rematar la mañana con la visita a la Aljafería, un programa tan completo como exhausto. Necesitábamos pues con urgencia un lugar cercano y adecuado. Adolfo Ayuso lo tenía todo previsto. Junto con su compañera Pilar, que se había sumado a la visita del castillo, simplemente nos hicieron cruzar una calle, la que bordea una de las alas del palacio. 


Nos esperaba la última sorpresa del día: el restaurante Casa Emilio. Un clásico de la gastronomía zaragozana, situado a las puertas de la ciudad vieja, popular y acogedor, a dos pasos de la Plaza de Toros y de la Aljafería. Allí nos dejamos caer, agradecidos y saciados. Lo que sucedió a partir de aquel momento, con el aliento y los susurros titiriteros todavía resonando en nuestros oídos, pertenece ya al mundo de lo privado. 

1 comentario:

  1. Muy interesante. En mi blog hago un enlace a este post, para dar un punto de vista complementario sobre el retablo de maese Pedro.
    http://zaragozaenlanovela.wordpress.com/2014/04/23/segunda-parte-del-ingenioso-cavallero-don-quixote-de-la-mancha-de-miguel-de-cervantes-saavedra-1615/

    ResponderEliminar