sábado, 29 de marzo de 2014

Tiempos, Objetos y Metamorfosis en Toulouse

El Capitolio, del que Napoleón dijo: "beau mais bas".
Las ciudades medianas siempre guardan gratas sorpresas a los que gustamos de lo singular y de las diferencias en lo que concierne a tiempos, culturas, objetos y metamorfosis. Toulouse, la segunda ciudad universitaria después de París, y sede además de los centros de investigación y producción de toda la industria aeronáutica y espacial de Francia, no podía defraudarnos respecto a los tiempos tan distintos que acoge.

El tiempo dilatado de la juventud que tiene por delante años de estudios, aprendizaje y vida, más el tiempo sofisticado de la micro-división del acontecer que representa el mundo de los aviones y de los viajes espaciales, están perfectamente ubicados en la ciudad del Garona y del Canal del Midi, esta maravilla de ingeniería fluvial que Luis XIV ideó para juntar el Atlántico con el Mediterráneo.

Interior de la Iglesia de San Sernin.
Ya en la época medieval destacó Toulouse por estirar el tiempo en vertical al construir dos de los monumentos más sobresalientes del románico europeo: la Iglesia de San Sernin, la mayor de la Cristiandad después de la destrucción de la Abadía de Cluny, y la Iglesia de los Jacobinos (empezada en 1230 y terminada de construir en 1335).

En efecto, el románico de la Basílica de San Sernin es de los que respira alto y holgado, quizás porque constituyó una de las estaciones de paso más importantes del viejo Camino de Santiago, capaz de acoger en su seno fieles procedentes de culturas muy diversas, lo que obligaba a una imprescindible altura de miras. Un tiempo que debía contener los tiempos diferentes de la Cristiandad medieval, que eran muchos y muy variados.

Interior de la iglesia de los Jacobinos.
Las columnas en palmera de los Jacobinos. 
Impregnada del mismo espíritu cosmopolita es la Iglesia de los Jacobinos, extraordinaria y famosa no sólo por la altura de su fábrica sino por la singularidad de disponer de dos naves separadas por una hilera de siete elegantes y altísimas columnas que se alzan con insólita majestuosidad como verdaderas palmeras arquitectónicas. Siete columnas que parten el espacio de la iglesia en dos, lo que obliga a situar el altar en posición lateral (por cierto, debajo del altar se halla la tumba de Santo Tomás de Aquino). Mención especial merece el Claustro, con un magnífico refectorio (hoy en fase de restauración) y una sala capitular sostenida por dos columnas octogonales de singular belleza.

El claustro de los Jacobinos
La Sala Capitular del claustro de los Jacobinos
La Sala Capitular con sus columnas octogonales en palmera.
El tiempo, en el claustro de los Jacobinos, circula en cuadrado, estanco pero no quieto, resolviendo las cuadraturas de los siglos más agitados de la historia, cuando los humanos pasamos de los tiempos agrícolas iniciados en el Neolítico a los multi-tiempos del futuro presente de las ciudades de hoy. Un cuadrado que nos habla ya de espacios mentales y abstractos, lejos de los círculos vitales de la Humanidad primitiva.

Estantes. Relojería F.Granier.
Relojes parados. Relojería F.Granier.
Esta conciencia de la multitud de los tiempos –que tan bien armoniza con las nuevas cosmologías de los llamados “multi-universos”– está presente en las calles de Toulouse. Concretamente en la tienda del relojero que encontré en la Rue des Couteliers.

Reloj gondola. Relojería F.Granier.
Relojería F.Granier.
Conjunto de relojes. Relojería F.Granier.
Una tienda impresionante cuya multitud de relojes parados me parecieron las miradas de los años y de las épocas que se han quedado atrás y que ven pasar los tiempos veloces de la Historia a través de los cristales que separan la calle de la relojería. En el exterior, el fluir de los años. En el interior, unos tiempos de ojos parados, parecidos a los que Einstein utilizó para ver pasar los trenes de su época y descubrir así la Teoría de la Relatividad. Desde entonces, los tiempos dejaron de ser únicos y uniformes.

El señor François Granier en pleno trabajo.
El relojero de la calle Couteliers, el señor François Granier, que tan amablemente me dejó fotografiar la tienda con sus relojes, se afana por su parte en la labor de dar cuerda y poner de nuevo en circulación los viejos tiempos congelados por la Historia. Cuando le pregunté al señor Granier como era el tiempo de un relojero, me dijo que muy lento, mucho más que el de los relojes, pues los mecanismos que rigen y miden el tiempo requieren atenciones de largas longitudes de onda…

Reloj de bolsillo de Hubert Daustry, toulouse, 1660. Musée P.Depuy.
Péndulo planetario de Antide Janvier, Francia, 1773-1806. Musée P.Depuy.
El Museo Paul Depuy también se suma a parecidas labores con su magnífica exposición de relojes antiguos de la colección Edouard Gélis. Relojes que se hallan la mayoría en marcha, pero sin ninguna sincronía con la hora oficial, como si el museo quisiera refrendar la multitud de tiempos propios de nuestra época. Hermosos objetos de refinados mecanismos que sintetizan cada uno una hora y un tiempo diferente.

"Pendule à Globe Terrestre", Francia, 1762. Musée P.Depuy.
Sector Watch, Francia, 1910. Musée P.Depuy.
Para los titiriteros, el Museo Paul Depuy es en particular relevante por el magnífico autómata que se exhibe, obra del mago Jean Eugène Robert-Houdin (1805-1871), y que se conoce con el nombre de “La lección de canto”. Una maravilla en la que se mueven no sólo los dos muñecos protagonistas, sino que también produce sonido, al hacer cantar un pájaro que a su vez mueve el pico.

Autómata de Robert-Houdin, 1844. Musée P.Depuy.
"Pendulette Automate Tyrolien", Alemania, 1830. Musée P.Depuy.
Objetos preciosos, como el reloj decimal de la época revolucionaria, cuando se quiso cambiar la división de doce horas del día por la de diez. Un fracaso descomunal –imposible vencer inercias tan asumidas como es la medición colectiva del tiempo– que sin embargo anticipó el deseo de los políticos de gobernar los tiempos de los humanos, cada vez más sometidos a una minutaje estricto y preciso.

Reloj decimal. Musée P.Depuy.
Reloj decimal. Musée P.Depuy.
Fue una verdadera sorpresa descubrir una ciudad que parece haber hecho del tiempo su especialidad, aunque sus habitantes fingen no saber nada de ello. En realidad, seguramente ignoran esta extravagancia de la urbe, como suele suceder en las relaciones de las ciudades y sus habitantes, en los que el día a día priva la observación distanciada de la realidad. Por ello es interesante la visión exterior, la del turista que sabe que lo es y que por ello se recrea en observar y en observarse en su observar, lo que depara no pocas sorpresas. En este sentido, la distancia del mirar titiritero, sumada a la del turista gustoso de serlo, es una enorme suerte de la que intento gozar en mis viajes.

Teatro de Metamorfosis.

De metamorfosis habla el espectáculo Ubú, de la compañía Pupella-Noguès, que tuve la ocasión de ver en el Teatro Garona de Toulouse, y sobre cuyo tema trató el coloquio que siguió a la representación, al que fui invitado a participar.

Para Joëlle Noguès, directora de la obra, está claro que ya no podemos quedarnos con las viejas denominaciones que cada vez escapan más a las formas que toma hoy el teatro de marionetas.

Formas cada día más limítrofes e impuras, resultado de una continua oscilación entre el actor y la marioneta, el interior y el exterior del retablo, el títere y el objeto, el teatro y la instalación animada, el espacio, la luz y el sonido… Teatro pues de Metamorfosis, al ser este constante cambio de estado una de sus características principales.

Ubú habla de ello al poner en escena una interesante oscilación entre la distancia neutra de los dos manipuladores del cerdito Ubú –un dictador prototipo que gruñe y sólo busca satisfacer sus instintos más primarios de goce y poder– y su conversión en dos grotescos personajes que, mimetizados en el cerdito, le sirven sumisos.

Escena inicial de Ubú.
Antes se ha visto como el cerdito Ubú realza su condición de sujeto soberano al ponerse una corona en la cabeza. Corona que ha caído de un águila destronada –de la que hace el correspondiente cocido.

Los dos manipuladores convertidos en clowns.
Juego pues de metamorfosis en los roles sustanciales que conforman el hecho teatral: los actores-manipuladores y los objetos-títeres. ¿Quién manipula a quién? Pregunta retórica que sin embargo en Ubú se hace profunda y pertinente. ¿Quién ejerce la función de “sujeto” y quién la de “objeto”? El paso de una función a la otra y la oscilación de la simpática marioneta entre un cerdito, un reyezuelo y un grotesco tirano, son las metamorfosis a las que alude Joëlle Noguès en la definición de su teatro.

Es como si el hecho de jugar a proyectarse en muñecos y objetos condujera a sus protagonistas a una irremediable transformación de roles sustanciales. ¿No es este juego de transferencias y de posesiones algo que sucede en el día a día de nuestras vidas, envueltos como estamos de objetos y de realidades que nos superan y se nos imponen? El comprador compulsivo que acude a los supermercados atraído y poseído por los objetos que desea, ¿no queda acaso convertido él mismo en “objeto” del poder consumista, mientras el deseado objeto se transforma en el verdadero sujeto de la operación comercial? ¿No es el coche el verdadero sujeto de la circulación y de la ciudad automovilística, mientras el conductor queda como un mero objeto tragado por el tráfico? El teatro de objetos y de marionetas contemporáneo pone luz y consciencia a estos cambios de roles, y al hacerlo, abre ventanas y puertas a la libertad.

Giorgio Pupella y Joëlle Noguès.
Para más información sobre el espectáculo Ubú de la compañía Pupella-Noguès, así como del centro Odradek que regentan en Toulouse, vean aquí el artículo publicado en Titeresante