sábado, 29 de enero de 2011

Suspendido el viaje a Egipto

Ya tenía los billetes y todo estaba preparado para llegar este lunes a Egipto y participar en el Creative Forum de Alejandría y luego actuar en Cairo, a la par que efectuaba mis indagaciones para el proyecto Rutas de Polichinela, pero el Festival se ha suspendido y la situación no está para irse de viaje. Han cerrado Internet, casi no hay comunicación con móviles, y las protestas arrecian.

Cambio de tercio en Egipto, explosión social, hartazgo de muchos lustros de explotación. Ojalá el cambio sea bueno y haya valido la pena el esfuerzo. Los títeres deberán esperar mientras la historia se recoloca en esta parte del mundo. Los interesados pueden leer el diálogo sobre el tema que mantuve con mis amigos Bastides y Mercadal, los futurólogos de la playa, en el Retablo de mi Blog.

miércoles, 26 de enero de 2011

Doblares de campanas en Barcelona: Jardín Umbrío, Arbequina y Don Juan

Aprovecho que las Rutas de Polichinela me apean en Barcelona para acudir a dos citas titiriteras: la del trío Pep Gómez, Andrea Lorenzetti y Pep Pasqual en “Jardín Umbrío” y la de Dora Cantero con “Arbequina”. Aun siendo propuestas muy distintas entre si, coinciden ambas en ser historias de muertos. También en el interés y la calidad de las mismas, lo que viene a corroborar esta impresión comentada con anterioridad, de que Barcelona empieza a destacar como una muy activa capital titiritera: estrenos regulares, espacios dónde se representan títeres, nuevo festival en ciernes en el Pueblo Español… Todo apunta a un renacer que no es de hoy sino que procede del trabajo de jóvenes compañías muy creativas y cada vez más profesionales. No hace mucho asistí también en la Sala Beckett a una representación de "Don Juan, Memoria Amarga" de Miquel Gallardo, que me impresionó por la calidad del espectáculo, y del que hablaré tras comentar los dos primeros.

Jadín Umbrío

Se presentó en el Horiginal –un espacio realmente insólito y activísimo de Barcelona, restaurante y al fondo una sala para presentaciones, jam-sessions, poesia y encuentros filosóficos, que llevan el escultor Ferran García y el poeta Josep Pedrals– el estreno de la nueva obra de Pep Gómez y Andrea Lorenzetti, que llevaba ya un tiempo cocinándose y del que a veces se había presentado algún fragmento suelto. Por fin la obra estaba terminada, y los afortunados que acudimos a la cita tuvimos el privilegio de asistir a una memorable representación, de corte familiar e intimista, en la que las contundentes palabras de Valle-Inclán y de Álvaro Cunqueiro resonaron con fuerza junto a los sonidos de Pep Pasqual, este músico inclasificable y genial, que tanto puede despuntar en un concierto de jazz como saxofonista solista, como en un espectáculo teatral ejerciendo de “pintor sonorista” del mismo.

Inició la sesión el gallego Francisco Borxa –que suele actuar con Lorenzetti en “Os títeres da Via Láctea”– con una queimada acompañada de invocación que pretendía iniciar al público en los mundos ocultos y tenebrosos de la obra que se iba a presentar. Sus palabras retumbaron con fuerza en el espacio del Horiginal y todos quedamos impresionados y satánicamente bendecidos para entrar en los umbrales del más allá.

Luego, con las pinceladas sonoras de Pep Pasqual, que ejercía de músico invisible y discreto junto a los titiriteros, se inició el doblar de campanas de esta obra fúnebre que recoge cuatro de los cuentos con los que Valle-Inclán quiso retratar los ambientes lúgubres de su Galicia natal.

Creo que el gran acierto de la obra radica en la feliz combinación que se ha hecho de los textos de Valle-Inclán y del mundo de ultratumba de Cunqueiro a través de sus Crónicas do Sochantre (1956). La carroza de muertos que lleva a dos cadáveres, uno de ellos con el puñal todavía clavado en la garganta, carroza vista primero en un plano general, y luego en un primer plano interior, por el que vemos a los dos muertos dialogar en gallego mientras se dirigen al cementerio, es un gran hallazgo dramatúrgico de la obra. Su trote macabro y sosegado, cuya cadencia sostiene las conversaciones de los difuntos, hila las cuatro escenas de Valle-Inclán y consigue un distanciamiento irónico y fúnebre, a veces hilarante, como cuando otro muerto al que han incinerado habla sacando chorros de su propia ceniza de la urna.

Historias de curas montaraces y asesinos dubitativos, de brujas poseídas por el demonio y esposas de maridos encarcelados, de máscaras grotescas y fiambres coronados reyes del Carnaval, de bandidos siniestros cuyo capitán se enamora de la mano que acaba de cortar cuando asomaba tras una reja… Un repertorio valle-inclanesco de personajes sombríos y situaciones grotescas que encuentra en las marionetas a sus mejores actores. Las voces de los dos titiriteros acompañan con adecuado tono la obra: la fúnebre y solemne voz de Pep Gómez, y la más juguetona de Andrea Lorenzetti, ambos de dicción atropellada, como corresponde a unos personajes que no hablan en los escenarios de la Academia sino desde las profundidades de la Ultratumba.

La obra está provista de una iluminación tenue y sutil, con una puesta en escena sencilla de corte artesano, es decir, en la que todo está a la vista y en la que caben los errores y los retrasos, pues es voluntad de los titiriteros que así sea, buscando un tono de intimidad mortuoria, la que existe cuando se han abandonado las banalidades del oropel y de la apariencia, y sólo queda lo esencial. La desnudez estilística casa bien con el espresionismo esperpéntico de Valle y con los habitantes del más allá. También la música crea tiempos sutiles, sin grandes pronunciamientos, con pinceladas que sin embargo van marcando los ritmos interiores de la acción, los pesares y las nostalgias de los protagonistas, la mayoría muertos o a punto de estarlo.

Una nueva obra del tándem Gómez-Lorenzetti, que parecen muy compenetrados en su labor, gracias seguramente a un aplomo compartido, el que trae los años en el caso de Pep, y el de quién busca con la tozudez del aprendiz en el caso de Andrea. La vetusta sabiduría de la madurez junto al osado denuedo de la juventud. Unidos también por la voluntad de crear mundos oscuros y fantasmales, reflejos de un tiempo, el actual, que dejó de brillar con el fulgor del oro.

Jardín Umbrío, con una buena continuidad de representaciones que asientan la obra y la aplomen respecto al ritmo, la dicción y otros detalles, puede convertirse en una obra de culto para paladares inquietos.

Arbequina

Dora Cantero es una joven y talentosa titiritera de Murcia que ha decidido instalarse en Barcelona para profundizar en sus indagaciones marionetísticas. La vi en la obra “Guyi, Guyi…”, de Periferia Teatro, un espectáculo logradísimo que no cesa de recoger éxitos, y leí el blog de sus viajes por Japón, dónde acudió para estudiar las tradiciones titiriteras del País del Sol Naciente, que son muchas como todo el mundo sabe.

Presentó en la Casa-Taller de Pepe Otal –cada día más activo y con un público fiel que suele llenar todas sus sesiones, como ocurrió el otro día– su último espectáculo, Arbequina, de creación propia en todos sus componentes, pues está basado en una búsqueda personal de la autora sobre sus antepasados. Importante destacar la presencia de Mina Ledergerber en calidad de música acompañante muy presente en la escena, con su acordeón, clarinete y otros artilugios sonoros. El resultado es una obra entrañable, intimista y poética representada básicamente con objetos y con la misma Dora Cantero como personaje que cuenta la historia de su familia.

El tono, íntimo y personal, sirve de anzuelo para conquistar al público ya desde el inicio, con una entrada muy lograda de aparente espontaneidad, que establece las reglas de juego y una de las temáticas principales de la obra: los miedos y el cómo vencerlos. ¿Cómo?, contándolos. Y eso es lo que hace la actriz de Arbequina, contar sus miedos. Para entenderlos, debe remontarse a sus muertos, un viaje en el tiempo subiendo, o tal vez bajando, por las ramas genealógicas de la familia. La invocación a los ausentes es poética y se consigue a través de los objetos. Recuerdos y objetos que Dora saca de los baúles y los desvanes de su pasado familiar y que “hablan” al tomar vida en las manos de la titiritera. Se convierten en personajes al dejarse poseer por el espíritu de los ancestros invocados. Espeluzna el rostro de la tatarabuela, que parece un cosido de ectoplasma con botones y filamentos rojos, sacado de algún baúl de arcaica brujería. La gravedad de los espíritus y de sus presencias inquietantes se equilibra con la propia interpretación de la actriz, agarrada a la familiaridad con la que se dirige al público, una naturalidad con trampa, pues en realidad es el artificio para dramatizar desde una perspectiva de corte sentimental. Y es en este doble dramatismo, el surgido de la invocación a los muertos, y el creado por el doble diálogo de la actriz con sus muñecos y con el público, dónde a mi parecer reside el secreto del espectáculo y la razón de que acabe embelesando a los espectadores.

El acompañamiento sonoro de Mina, por otra parte, da profundidad y un feliz contrapunto al espectáculo, gracias al tono fesco, desacomplejado, íntimo y a la vez distante, de la genial música suiza, que rompe y contrapesa el lado más sentimental del mundo de los recuerdos. Su voz desgarrada parece surgir de un cabaret alemán de los años veinte y su estilo desenfadado funciona a modo de vacuna y de magnífico apoyo teatral.

Una obra, en definitiva, compleja y profunda que consigue aparentar sencillez e intimidad familiar, y que cala hondo en la imaginación del público. Viendo el espectáculo, pensé en las últimas obras de Mariona Masgrau, que solía recurrir a estos registros ambiguos y personales, de mucho riesgo y valentía. Algo que la de Murcia posee con creces y que augura futuros brillantes.

Don Juan

Fue un placer ir a la Beckett y constatar como la antigua Sala Altermativa, hoy reinventada en Sala dedicada a la nueva dramaturgia, con su Obrador (taller laboratorio) al lado, opta de vez en cuando por programar espectáculos de marionetas. Conozco a su director, Toni Casares, y sé que siempre ha gustado de este género para él extraño, sobretodo cuando se atreve a jugar con texto y propuestas dramatúrgicas arriesgadas.

Miquel Gallardo, que ya sobresalió con su anterior trabajo “L’Avar”, una obra que se sigue representando con éxito por el mundo, ha decidido en esta ocasión lanzarse al ruedo de los solistas, en una obra que requiere un alto voltaje de virtuosismo. Tomó la alternativa y a fe mía que salió airoso de la faena, llevado en ombros por la plaza y con las dos orejas y el rabo.

Su trabajo es impecable, y la versión que han hecho él y Paco Bernal, logradísima. Enfrentarse a Don Juan no es nada fácil, un personaje que de tanto ser tratado, estudiado, interpretado, defendido y vilipendiado, presenta una complejidad de aristas y de enfoques de difícil abordaje. Creo que el texto ha logrado acercarse muy bien a la psicología donjuanesca, sobretodo al recurrir a la vejez del personaje. El triángulo entre los dos monjes, el joven y el viejo, con Don Juan, sirve además para crear una muy buena trama de intriga y drama, el hilo que engarza los diferentes momentos de la obra.

Pero la gracia del espectáculo que dirige María Castillo es, sin duda, que sólo haya un único manipulador, él mismo en el papel de monje joven y a su vez manipulador de las figuras de Don Juan y del otro monje. Aquí reluce el virtuosismo de Gallardo, en el juego escénico y en las voces, parangonable al de maestros como Neville Tranter, sin duda el referente obligatorio. La obra se desarrolla con ascética fluidez, bien dirigida por el disciplinado trabajo del monje joven, a ritmo del doblar de campanas y de las horas del convento. El juego de voces es magnífico, así como las soluciones escénicas, sencillas pero que llenan todo el espacio de la Beckett. Esa transición entre lo exterior y lo subjetivo que permite el teatro de marionetas está aquí perfectamente logrado, con momentos de gran intensidad lírica y emotiva.

La versión ha recurrido a varios autores: Zorrilla, por supuesto, y también a Tirso, Molière y Palau i Fabre. Sin estar, había algo del Estudiante de Salamanca, de Espronceda, especialmente en el final, una obra que trata el tema donjuanesco bajo la figura de Don Félix de Montemar. Pero si en la versión de Gallardo y Bernal la Muerte llega en dulce y liberador abrazo, tan anhelado por el Burlador, a través del inspirado texto de Palau i Fabra, en el Estudiante de Salamanca, la conquista del abrazo final es sorpresa amarga para Don Félix. Cito, a modo de homenaje al personaje y a la obra que tanto me gustó, estos versos finales de Espronceda que dramatizan en negro lo que será su último y eterno concubinato:

Y a su despecho y maldiciendo al cielo,
de ella apartó su mano Montemar,

y temerario alzándola a su velo,
tirando de él la descubrió la faz.
¡Es su esposo!, los ecos retumbaron,
¡La esposa al fin que su consorte halló!
Los espectros con júbilo gritaron:
¡Es el esposo de su eterno amor!
Y ella entonces gritó: ¡Mi esposo! ¡Y era
-¡desengaño fatal! ¡triste verdad!-
una sórdida, horrible calavera,
la blanca dama del gallardo andar!...

miércoles, 19 de enero de 2011

Las marionetas del Museo de Moravia de Brno

Tras regresar a Barcelona después de pasar por Londres y París, he tenido tiempo para montar algunas de las imágenes tomadas en el Museo de Moravia de la ciudad de Brno, en la República Checa, dónde mis Rutas de Polichinela me llevaron en diciembre.



Se trata de una colección impresionante de marionetas populares pertenecientes a las compañías de familias ambulantes del país que estaban en activo durante parte del XIX hasta bien entrado el siglo XX. Me las enseñó el director del Departamento de Teatro del Museo, el profesor Jaroslav Blesha, encargado del mantenimiento de las colecciones y un profundo conocedor de la historia de las marionetas de este país. Su libro "Marionetas Checas" (ceska loutka) escrito con Pavel Jirásek y con imágenes del fotógrafo Váctar Jirásek, editado por Kant, Praga, en 2008, es una maravilla en la que se desvela la riqueza de la tradición marionetística checa, de una calidad excepcional.

Por cierto, que Kasparek, el personaje en el que se encarnó el espíritu de Polichinela en esta zona, es el único de la familia que lleva bigote y perilla.

Adjunto pues este pequeño reportaje casero que da una idea de las maravillas que se encierran entre las paredes del Museo de Moravia de Brno.

domingo, 16 de enero de 2011

Les Marionnettes des Champs Élysées

(José Luís González presentando la función)

En mi último día de estancia en París, me acerqué al teatrillo que lleva el asturiense José Luís González y al que conozco desde hace años, llamado Marionnettes des Champs Élysées (en efecto, se encuentra en los jardines de esta avenida, en la parte de atrás del Théâtre Marigny, cerca de la salida de metro Champs-Élysées-Clemenceau) pero en cuyo frontispicio figura la denominación "Théâtre Vrai Guignolet".

Y es que el personaje principal de las historias que se cuentan no es ni Polichinelle ni Guignol, sino Guignolet. ¿Acaso hay diferencias entre estos dos últimos?, se preguntará el entendido y el profano. Pues sí que las hay según el titiritero que allí reside y que suele actuar todos los miércoles, sábado y domingos, en tres sesiones de tarde a las 15h, 16h y 17h. Me contó José Luís González que Guignolet es, para él, el verdadero Guignol de París, que no procede del de Lyon, sino que tuvo un origen propio y local, en coincidencia con su compadre del sur. Se trata de una teoría que piensa exponer en el libro que se encuentra en estos momentos redactando sobre el personaje y que promete aclarar éstas y otras muchas cosas sobre la discutida temática.

Por lo visto, y por lo que me contó el titiritero, este teatro des Champs-Éluzées sería el más antiguo de París, pues se supone que ha existido siempre en el mismo lugar (aunque no necesariamente con la misma forma) desde 1818.

Vi a José Luís González en buena forma. Actuó con una de las obras del repertorio tradicional heredado del viejo Guentleur, llamada "El Paseo de Guignolet", un ejercicio muy logrado de manipulación a la vieja usanza, con los personajes del presentador, un señor con bigotito encargado de abrir y cerrar las cortinas, Guignolet, su mujer y su hijo. Aparecen luego un ratoncito de color verde y el inevitable Gendarme, que recibe los obligados estacazos del protagonista. El público, compuesto de vecinos que traían a sus niños pequeños al parque y que en su mayoría ya conocían al personaje, siguió fiel y entregado la representación, que se efectúa en una teatrillo estable situado al aire libre, en una parte cercada del jardín.

(momento de la representación)

Tal como conté en mi última entrada, el legado de Guentleur, perteneciente a una de las familias de "guiñoleros" más antiguas de París, fue adquirido hará cosa de treinta años por Philippe Casidanus y José Luís González, quiénes trabajaron juntos los primeros tiempos. Luego decidieron seguir rumbos separados, quedándose el asturiano en el teatrillo de los Champs Élysées, y Casidanus en el teatrillo del Parc Georges Brassens. Lo curioso es que se repartieron ambos los personajes: el primero representaría a Guignolet y el segundo a Polichinelle.

Es José Luís González un titiritero a la vieja usanza, en el sentido de que se lo hace todo él, como por otra parte suele ser habitual en este tipo de espectáculos. Sus voces, rotas y poderosas, transmiten los sabores antiguos de las representaciones de títeres parisinas, con viejos juegos de palabras, canciones conocidas por los niños y un tono ácrata que a veces españoliza con alguna que otra palabra suelta.

Para acabar estas entradas sobre París, sólo añadir la profunda impresión que me causó la visita al Musée des Arts Premières Quai Branly, dónde se encuentran ingentes colecciones de arte primitivo. Destacaría las máscaras y la estatuaria procedente de las diferentes islas de Oceanía, verdaderas maravillas que nunca había visto. Pero también todas las secciones dedicadas a los distintos continentes son dignas de interés. Visité también la exposición temporal "La Fabrique des Images", a cargo de Philippe Descola, interesantísima por su manera de ordenar las imágenes según cuatro maneras diferentes de percibir y por lo tanto de crear los objetos y las imágenes que nos envuelven. Para saber más de ella, pulsar aquí.

También visité la exposición en el Pompidou dedicada a Mondrian y al movimiento De Stijl, que resultó ser de lo más interesante, al presentar una visión completa del movimiento, con todas las implicaciones arquitectónicas. Una arqueología del arte abstracto del siglo XX magníficamente presentada por el Pompidou, como suele ser habitual en este centro.

jueves, 13 de enero de 2011

Actualidad de Polichinelle en Paris

(Philippe Casidanus con su Polichinela)

Recorriendo las Rutas de Polichinela, me encuentro en París dónde las huellas del personaje abundan, no sólo en el pasado de la ciudad, sino también en su presente. Ayer estuve en el teatrillo que Philippe Casidanus tiene en el Parque George Brassens, en el 15ème arrondissement, como se dije aquí. Y la verdad es que fue un placer no sólo ver el espectáculo sino conocerlo a él personalmente. Lo conocí a través de Bruno Leone aunque nunca habíamos coincidido en nuestros caminos titiriteros. Supe así de una historia que proviene de los años ochenta, cuando él y el asturiano José Luís González, titiritero también residente en París desde hace años, heredaron los títeres y el repertorio del lengendario Guentleur, una familia de titiriteros cuyos orígenes se remontan a 1818. Mientras José Luís González (a quién veré este sábado en su teatrillo de los Champs Élysées) se quedó con el personaje de Guignol, Philippe Casidanus se concentró en Polichinelle.

Me enteré así de algo de lo que ya había oído hablar (Didier Passard me lo confirmó en nuestra charla el otro día) sobre como en el siglo XIX Polichinelle fue gradualmente por no decir “drásticamente” substituído por el nuevo personaje de Guignol, nacido ncomo se sabe en Lyon a principios del XIX y cuyo éxito llegó a París cuando en 1930 se instaló aquí un titiritero del sur, salido de Lyon a causa de la enorme competencia que existía allí ya en aquella época ante el éxito de Guignol.

(El Diablo y Polichinela, de P.Casidanus)

Uns substitución que dejó a Polichinelle algo desplazado como personaje de los teatros de títeres pero que siguió viviendo en el imaginario parisino, como lo demuestra la enorme iconografía existente sobre él así como varias obras escritas para ser representado.

El Polichinelle de Philippe Casidanus sigue el repertorio de Guentleur y utiliza los mismos títeres heredados del maestro, unas magníficas tallas de madera que respiran toda la antigüedad y la frescura escénica de los viejos tiempos. Es un Polichinelle amable, incluso educado (no siempre, claro) y poco belicoso, adaptado a los públicos de su teatrillo, que suelen ser niños de corta edad. El uso de la cachiporra está perfectamente medido según el espectáculo se presente en un interior o en el exterior: más suave en el primer caso (los niños pequeños se asustan cuando hay demasiados garrotazos) y más virulento en la calle, dónde los estacazos son casi caricias al lado de los embistes y los ronroneos del tráfico callejero.

(Casidanus en plena manipulación de Guillaume y Polichinela, visto desde el interior del retablo)

De hecho, el personaje principal, aun siendo Polichinelle por rango y nombre, lo es en realidad Guillaume, un niño que protagoniza la mayoría de las historias y que suele ser la mano derecha o el verdadero artífice que resuelve los problemas de Polichinelle. Otros personajes son Monsieur Boulou (que ejerce también de presentador), el Diablo (de color verde con cuernos amarillos), un oso, un cocodrilo, un Policía y un Genio bueno. También está Pierrot en el repertorio aunque no salió este día.

Phlippe hace todas las voces y manipula en solitario dentro de un magnífico teatro propiedad del Ayuntamiento de París (realizado a partir de los planos hechos por el mismo Philippe) que se encuentra instalado en el parque Gorges Brassens, como antes se ha dicho. Pude ver la función por dentro y por fuera, lo que siempre es una delicia y permite conocer al detalle las técnicas y los trucos del titiritero. La generosidad de Philippe Casidanus se extendió luego antes dos copas de vino con una buenísima información que me proporcionó sobre el personaje y su realidad actual.

Supe así que en París hay unos diez teatrillos de títeres instalados en sus parques, la mayoría dedicados al personaje de Guignol, aunque Polichinelle aparece también de vez en cuando. Una situación que proviene en realidad de la época de Napoleón III, cuando se promovieron con entusiasmo los divertimientos callejeros, una tradición que desde entonces se ha mantenido más o menos vigente. Los títeres son quiénes más han persistido en mantenerse fieles a este legado.

martes, 11 de enero de 2011

Paris y Polichinelle

(imagen de Polichinelle a finales del s.XVIII)

Llegué de Londres a Paris con la finalidad de concentrarme en esta ciudad y en el personaje de Polichinelle. Y lo primero que hice fue visitar a Didier Plassard, un reconocido estudioso del teatro de marionetas que me recibió con mucha amabilidad. Pude contrastar con él algunas de las ideas que me rondaban por la cabeza sobre la versión francés de la máscara napolitana, ese Polichinelle que durante el siglo XVIII tuvo tanta predicación en Francia y que en el XIX quedó un tanto desfigurado ante la irrupción de Guignol por un lado y por otros motivos más complejos de psicología y sociología histórica del personaje. De todas formas, Polichinelle continúa vivo como lo muestran las diferentes versiones que se siguen ofreciendo en la actualidad. Mañana mismo asistiré a una función del titiritero Philippe Casidanus en el Parc Georges Brassens.

Tampoco hay que olvidar trabajos tan potentes y duraderos como el desarrollado por Alain le Bon con su peculiar Polichinelle, con el que hizo una curiosa identificación personal. O el extraordinario trabajo de los dos jóvenes titiriteros Estelle Charlier y Romuald Collinet, de la compañía La Pendue, creada en Grenoble en 2003, ambos alumnos del Institut de Charleville y que ap
rendieron la técnica con Bruno Leone.

(el actor Laurent Dupont en su caracterización de Polichinelle)

También a destacar el magnífico trabajo de la compañía Faux Col que vi en Lyon en el año 2006 titulado "Effigie", obra escrita y dirigida por Renaud Robert, con la impresionante interpretación de Laurent Dupont, que ejercía él mismo de Polichinelle como actor y a su vez como titiritero manipulando a su doble de madera, con máscaras y títeres realizados por el artista escultor Francis Debeyre (vi una exposición suya en la Ópera de Lyon dentro del fesival Moisson d'Avril de 2006 que organiza Stéphanie Lefort, de los Zon Zon, titulada "La grimace de Pulcinella", una maravilla que impresionó a todo el mundo). Como puede comprobarse, una vitalidad, la del personaje, digna de ser tenida en cuenta.

sábado, 8 de enero de 2011

Punch en los archivos del V&A Museum de Londres

Felices encuentros en Londres estos días. Primero con Penny Francis, quién me puso al día de muchas cosas y me guió por los laberínticos caminos del marionetismo inglés. La vi en perfecta forma, a punto de publicar un libro que por lo que me dijo promete ser un referente fundamental sobre el teatro de marionetas europeo de las dos últimas décadas. Luego con Geoff Felix en su casa, dónde fui introducido en los arcanos del mundo de Punch. Verdadero conaisseur del tema, Professor él mismo (es decir, titiritero de Punch) y buen constructor de títeres (con la difícil especialización de cabezas para muñecos de ventriloquía), posee un archivo magníficamente ordenado de artículos, recortes, imágenes, carteles, libros y películas sobre el tema.
Es preciso aquí decir que tuve la suerte de encontrarme en Barcelona con Rod Burnet, reputado Professor of Punch and Judy, que se encontraba actuando en La Puntual. Vi su espectáculo –espléndido como siempre, adaptado a los espectadores de corta edad del teatro sin perder por ello la viveza ni la espontaneidad feroz del personaje, con su máquina de hacer salsichas muy bien engrasada y encantadoras rutinas que despertaron el entusiasmo del público–, lo que supuso un oportunísimo baño de Punch antes de trasladarme a Londres. Luego comimos juntos en compañía de Eugenio Navarro en un céntrico restaurante, dónde recibí las cuatro indicaciones indispensables, entre ellas la necesidad de encontrarme con Geoff Felix y de consultar los archivos del Victoria & Albert Museum.
He cumplido al pie de la letra sus instrucciones y ayer pasé todo el día en la sala de lectura del V&A Museum, que se halla en un edificio contiguo al centro de convenciones Olimpia. Imposible ver en un día ni un milésima parte de lo que se guarda allí, pero sí pude oler y echar un vistazo a los viejos documentos, tesoros recopilados con los años por personas como George Speaight y Gérald Morice, o por asociaciones como la British Puppet and Model Theatre Guild. Por cierto, que esta asociación, fundada en 1925, tuvo de presidente al eminente dramaturgo Gordon Craig de 1930 a 1948.
Fotografías, recortes de periódico de los siglos XIX y XX, primeras ediciones de libros memorables como la recopilación de una obra de Punch al parecer del italiano Piccini (el primero en representar a Punch en la calle y en su formato actual) a cargo de J.Pyme Collier con las famosas ilustraciones de George Cruikskauk, libro publicado en 1854.
Muy interesantes también las notas periodísticas referentes a una campaña de boicot a las representaciones de Punch realizadas por la Society’s Animal League of Friendship en el año… 1853! Por lo visto, molestaba mucho el maltrato que recibía el perro Toby, representado por un títere, claro…
Lo que me hace pensar de qué modo la bienpensante sociedad victoriana ayudó a resaltar los aspectos oscuros del personaje, por la simple excitación que produce la oposición de los contrastes. Lo que explica que ya en el siglo XIX Punch fuera visto como un personaje simpático por la opinión libertaria y acratizante, como lo demuestra la revista “Punch or the London Charivari”, publicada en 1841. Cito un fragmento de su editorial, muy ilustrativo de cómo era visto el personaje por aquellos agitadores de la época:
“…We have considered him (Punch) as a teacher of no mean pretensions, and have, therefore, adopted him as the sponsor of our weekly sheet of pleasant instruction.”… ”When we have seen parading in the glories of his motley, flourishing his baton (like our friend Jullien at Drury-Lane) intime with his own unrivalled discord, by which he seeks to win the attention and admiration of the crowd, what visions of graver puppetry have passed before our eyes!”.
¡Magnífico homenaje a Punch!
Seguramente han sido muchas las campañas anti Punch en su dilatada historia, pero me constan al menos dos: la realizada durante la época victoriana y otra más reciente, durante los años 90 del siglo XX, en un impulso desmesurado de corrección política que asoló Europa por aquellos años. La actualiddad, por suerte, parece ir a favor del personaje. El realismo se impone y las maldades reales del mundo salen a flote, ya sea por las filtraciones de Wiki Leaks o ya sea porque son tantas las maldades y los dislates que se intentan ocultar, que ya nadie puede impedir que salgan a relucir por todos los lados. Punch, justiciero ácrata, se adapta bien a este ambiente de poblaciones empobrecidas por los bancos y las codiciosas multinacionales.
Para acabar esta entrada, sólo mencionar las magníficas imágenes aparecidas en algunos periódicos durante la Segunda Guerra Mundial, en la que Punch se ensaña con Hitler con grandes aplausos de la audiencia, o la de un retablo (imagen adjunta) dónde un magnífico Churchill con su puro en ristre machaca a garrotazos a Hitler. La vitalidad del personaje estuvo en aquellos tiempos al lado de su público, cumpliendo con su deber cívico.

jueves, 6 de enero de 2011

Londres y los caballos marionetas de War Horse

(imagen de WarHorse)

Los tiempos cambian y del pobre Punch, pocos se acuerdan hoy en Londres. Digo pobre aunque todos sabemos que es un truhán de mucho cuidado, un canalla como pocos los hay. Pero también es verdad que dejó de serlo hace años, superado por maldades que convierten sus viejas fechorías en un simple juego de niños. O simplemente obligado a trabajar para los niños y para las escuelas, rebajando sus grados de malignidad, aunque algunos Professors mantienen la costumbre de plantar sus retablos en las playas en verano, dónde hay más libertad para soltar la lengua y acudir a los clásicos e inocentes atropellos…
En el hotel dónde me hospedo, no lejos de Victoria Station, me pregunta el hotelero a qué me dedico.
- Puppeter, contesto.
- ¿what?... –pregunta casi sin comprender. Tras insistir, responde:- pensaba que ya no se hacía eso. ¿Todavía hay gente que va a verlo?...
Cuando le hablo de Punch, dice como quién arranca del pasado oscuros recuerdos:
- Oh, ye, mam and dad use to put us in front of the Punch and Judy shows at the seaside at Brighton, …all the free stuf…
Respuesta maravillosa que ilustra el Londres actual, muy alejado de la ciudad que vio Dickens y en la que Punch reinaba como unos de sus personajes callejeros más populares. Tanto lo era, que con su nombre se titulaban revistas, pubs, juegos, o se le utilizaba como personaje satírico capaz de decir en voz alta lo que nadie osaba.
Pero es el mismo hotelero quién, al saber que me dedico al teatro, me aconseja encarecidamente la obra que se representa desde hace un año en el New London Theatre: WarHorse.
- That’s a real puppet show!!!
Me veo pues obligado a hacer la cola para los retornos en el New London Theatre –lleva un año en cartelera y está todo vendido hasta el mes de abril– y tenemos la suerte de conseguir unas buenas entradas a un precio bastante caro. Pero ha valido la pena.
WarHorse (producción del National Theatre en colaboración con la Handspring Puppet Company) es un musical basado en la novela de Michael Morpurgo, con dirección de Marianne Elliott y Tom Morris, y música de Adrian Sutton, en el que el protagonista es un caballo, una marioneta de tamaño real manipulada por tres manipuladores que se ponen literalmente dentro del caballo, y que consiguen un realismo y una calidad de movimientos extraordinaria. Los actores –seguramente una treintena entre cantantes, protagonistas y figurantes del coro– aparecen como personajes secundarios frente al relieve y la dignidad alcanzada por los caballos que surgen en escena. Y de eso trata la obra: poner en relación la dignidad animal del caballo con la deshumanización que produce la guerra. Dignidad que no es más que la proyección que los humanos hacemos en estos animales nobles y libres, y que son capaces de juntar las sensibilidades de los aparentemente enfrentados por la guerra. Es emocionante ver como el caballo consigue humanizar a civiles y militares en situaciones extremas, restituyéndoles la dignidad arrebatada por la barbarie bélica.
He aquí el triunfo de la marioneta en la cartelera londinense, bien alejada de los Punch y de los muppets y demás formas habituales del género. WarHorse es una obra para todos los públicos, seguramente visitada por grupos de escolares y por familias enteras.
¿Significa eso que se acabó la vieja escuela de los titiriteros solistas? En absoluto, pero sí es un indicativo de que los tiempos cambian y de que el teatro de marionetas, lejos de estar desapareciendo como algunos podrían pensar, se instala imperceptiblemente en el centro del pensamiento escénico contemporáneo. Pues es evidente que jamás nadie conseguiría similares efectos con caballo de verdad, o al menos con tamaña eficacia.
Lo bueno del teatro de marionetas es la amplia gama de formas posibles que ofrece y permite. Desde el Punch al WarHorse, pasando por tantos y tantos trabajos que los titiriteros realizan en uno u otro estilo.
Hoy veré a Geoff Felix, conocido Punch and Judy Professor y especialista en historia del personaje. Seguro que, como ayer con Penny Francis, me revelará cosas de las que jamás hubiera sospechado.

miércoles, 5 de enero de 2011

Londres y Punch

(Punch and Judy + Baby del Professor Rod Burnet)
En este curioso peregrinaje por las Rutas de Polichinela, uno se cruza con ciudades de muy distintas categorías y dimensiones. Las hay pequeñas y recoletas, que enamoran por sus singularidades y exquisiteces, y las hay grandes y hasta monstruosas en sus dimensiones, que asustan al profano y se imponen como gigantes amedrentadores. Sin duda Londres es de estas últimas, urbe que ha sido capital del mundo moderno y que aún hoy sigue siendo uno de los centros determinantes del planeta.

Para los hispanohablantes, por lo general poco dados a la lengua inglesa, asomarse a esa ciudad constituye siempre un reto y una prueba de fuego por la que hay que pasar irremediablemente si queremos conocer los arcanos de la actualidad. Claro que esos arcanos pueden permanecer ocultos ante nuestros ojos deslumbrados por la grandiosidad de Londres, por sus monumentos que se suceden sin solución de continuidad, por el hablar rápido y a veces indescifrable de sus habitantes, o por sus instituciones que sólo los ingleses son capaces de entender. Por ello es interesante disponer de algún tipo de anzuelo que nos permita pescar en este mar revuelto que sin embargo sigue moviendo los hilos del mundo. Nuestro anzuelo, como muy bien debe haber sospechado el lector, es Punch.

¿De dónde sale y quién es este personaje radicalmente malo, violento, chillón e impresentable, y a su vez divertido, dicharachero, ágil, listo y expeditivo? Ya sabemos que procede del napolitano Pulcinella, quién llegó a Londres allá por el siglo XVII traído por titiriteros italianos. Aunque seguramente ya en la época dorada del teatro inglés, a finales del XVI y principios del XVII, con las figuras eminentes de William Shakespeare (1564-1616) y Christopher Marlowe (1564-1593) reinando en la escena londinense, habría compañías de la Comedia del Arte actuando por todas las ciudades de Europa.

Es Samuel Pepys (1633-1703), famoso por haber escrito un fabuloso diario dónde habla tanto de su época como de las más insólitas intimidades de su persona, quién cita por primera vez una función de Punch and Judy vista en el año 1662, llevada a cabo por el titiritero italiano Pietro Gimonde (por cierto, ¿sería con títeres de guante o de varilla? No se sabe, pues tampoco lo aclara el propio Pepys...).

Pero es a finales del siglo XVIII cuando Punch abandona el refinamiento barroco de los teatros y baja a la calle dónde adquiere la configuración por la que es conocido universalmente y que nos ha llegado, más o menos intacta, hasta nuestros días. Es decir, un teatro de títeres de guante manipulado por un sólo titiritero en un retablo estrecho y cerrado, generalmente alto, y con la personalidad de su protagonista, Míster Punch, ya bien definida como el malvado o más bien acanallado héroe por la que es conocido.

Se transforma entonces en un personaje urbano surgido de las entrañas de la inglaterra industrial, la que Dickens nos describiría en el XIX con tanto realismo: sucia, cruel, despiadada con los pobres y los obreros hiperexplotados de la época, con un aire irrespirable a causa de la polución industrial producida por el carbón, especialmente en los barrios pobres. De este humus un tanto putrefacto surge este personaje que viste elegante, jorobado y narigudo, promiscuo y amoral, cuyo comportamiento encanta a su público callejero y bigarrado, pues suele actuar en las plazas y junto a los mercados, como el mismo Covent Garden dónde Pepys vio en su día al señor Gimonde (una placa conmemora el hecho como muestra la fotografía adjunta). ¿Qué arcanos oculta Punch en sus removidas entrañas arquetípicas? ¿Qué parte del alma inglesa representa, sólo visible cuando se expresa en la calle y con la voz chillona, irreal y extravagante de la lengüeta? ¿Por qué se sintieron tan representados los espectadores que aplaudían y reían sus fechorías graciosas e impresentables?

Sin duda, con Punch hemos dado con uno de los núcleos duros y más ocultos del alma inglesa, la misma que empujó a los marineros del siglo XVI y XVII a rapiñar los mares del mundo y a apoderarse de cuantos bajeles, islas, ciudades y territorios cupieran en sus manos. Así se forjó el Imperio Inglés y así se estableció la hegemonía anglosajona, la cual, tras el relevo tomado en el siglo XX por los EEUU de América, sigue controlando el mundo.

¿Qué nos dice el lenguaje soez y patibulario de Punch, cuando se expresa libremente sin los refinamientos barrocos de principios del siglo XVIII o sin la infantilización actual que se ha impuesto al personaje? "That the way to do it" (..."ésta es la manera de hacerlo"...): garrotazo cuando algo se pone ante nuestros deseos y objetivos. "¡A por ello!" podría ser otro lema. ¿Justicia? Burlarse de ella es lo propio, sobretodo si va contra tus deseos. Luego ya se hará la que sirva a nuestros intereses. Se dirá que todos los Polichinelas tienen lemas parecidos, cierto, pero pocos como Punch se atreven a tanto: tirar al Baby por la ventana o meterlo en la máquina de fabricar salsichas, hacer lo mismo y ensañarse con su mujer Judy, con el policía o el cocodrilo. Colgar al verdugo en su propia horca, y, a la muerte y al demonio, pasarlos sin contemplaciones por la máquina de hacer salsichas. Tales son sus normales fechorías.
Estos arcanos arquetípicos, ocultos en las más recónditas psicologías de las naciones y de los imperios, se hacen a veces visibles como puntas del iceberg monstruoso que subyace en las ambiciones inconfesables de los delirios humanos. Esa punta coloreada que surge del iceberg oculto del Imperio británico es la nariz de Punch, roja como un tomate, lúbrica y expeditiva, salvaje y eficiente al cien por cien.

Es interesante conocer la opinión de Charles Dickens sobre Punch, al que vio en su estado digamos "puro", cuando actuaba por las calles sin recato alguno a mediados del s.XIX. Dice en una carta (que hemos extraído de la misma Wikipedia: Punch):

In my opinion the street Punch is one of those extravagant reliefs from the realities of life which would lose its hold upon the people if it were made moral and instructive. I regard it as quite harmless in its influence, and as an outrageous joke which no one in existence would think of regarding as an incentive to any kind of action or as a model for any kind of conduct. It is possible, I think, that one secret source of pleasure very generally derived from this performance… is the satisfaction the spectator feels in the circumstances that likenesses of men and women can be so knocked about without any pain or suffering...
Charles Dickens
, The Letters of Charles Dickens Vol V, 1847 - 1849

(En mi opinión, el Punch que se ve en la calle es una de esas exageradas extravagancias de las realidades de la vida que perdería su capacidad de enganche con la gente si se intentase convertirlo en moralista e instructivo. Considero su influencia perfectamente inocua, como una especie de broma desvergonzada que nadie en este mundo consideraría como un incentivo hacia cualquier tipo de acción o como modelo para cualquier clase de comportamiento. Es possible, pienso, que la fuente secreta de placer generalmente producida por este espectáculo sea la satisfacción que el espectador siente al ver a unos remedos de hombres y mujeres recibir tantos palos sin sentir por ello ninguna pena ni sufrimiento... Charles Dickens....)

Una opinión que deberían leer todos los maestros poseídos por el expandido virus de la "corrección política" que tantos estragos está causando en los actuales sistemas educativos del mundo civilizado. Una opinión que indirectamente respalda nuestra tesis del "iceberg": sólo desde la inocente ingenuidad de los títeres es posible hablar de cosas crueles y profundas que atañen a nuestra psicología sin rasgarnos las vestiduras, y con un mínimo de decoro más o menos culturalizable.

Detengo aquí la redacción de esta entrada para retomar la calle londinense y acudir al Victoria & Albert Museum, uno de los museos más impresionantes de la ciudad, en dónde me he citado con una antigua conocida y amiga a la que hace mucho tiempo que no veo: Penny Francis. Ella sin duda me aclarará algunas cosas sobre nuestro misterioso personaje y la realidad titiritera de Londres.

"Más vidas que un gato" de Eugenio Navarro

Ya dije en una anterior entrada que Barcelona se está convirtiendo de nuevo, tras años de dejar de serlo, en una capital titiritera a tener en cuenta. Y lo es básicamente por las creaciones que en ella se realizan, a cargo de titiriteros noveles en unos casos, y de los veteranos en otros.

Y es que toca hablar hoy del último espectáculo creado por el dueño, alma mater y titiritero residente de La Puntual Eugenio Navarro, en conjunción con el también titiritero y reconocido constructor de títeres Martí Doy (afinadísimo, como siempre, en su labor). Su título, "Más vidas que un gato", hace directa referencia a la temática de la obra que no es otra que la lucha por la vida y contra la muerte. Una lucha que los títeres tienen ganada, como es bien sabido, y que los titiriteros no tanto, motivo por el que éstos intentan identificarse con sus héroes de madera, para ver si así consiguen algo de su inmortalidad.

Eugenio Navarro ha conseguido crear con este montaje para un único manipulador -él mismo- y con técnica de guante sobre mesa -su primera experiencia en ella-, una obra hecha a su medida exacta y precisa. Ha contado para ello con la inestimable ayuda de Martí Doy, autor de los títeres, como se ha dicho, y responsable de la dirección escénica. Y no podía ser de otra forma con el personaje de Rinaldo como protagonista, conocido alter ego del titiritero que ya en anteriores espectáculos sacó a relucir en títulos como Trinoceria, Zespión y Caramante.

Rinaldo se ha convertido, especialmente en esta última entrega, en un personaje muy cercano a su autor, una especie de doble con el que dialoga y con el que se siente muy a gusto. La razón es que comparten parecidas actitudes vitales, con opiniones que el títere se permite llevar a sus extremos. Tras ocupar papeles secundarios en el reparto de la compañía de títeres La Fanfarra (mayordomo, presentador, guardián de torres y princesas, y hasta comadrona), Rinaldo se permitió siempre estallidos de euforia e improvisaciones cuando salía al escenario, sorprendiendo al público y a su propio manipulador. Fruto de estas improvisaciones, surgió la personalidad del actual Rinaldo, que Eugenio ha ido refinando con los años hasta llegar a esta última entrega, en la que el personaje alcanza su más lograda quintaesencia.

Lo bueno del espectáculo de Eugenio es que sin salirse del personaje y desde una fidelidad absoluta a su filosofía de vida, los temas clásicos del titiritismo universal se suceden con graciosa y aplomado armonía: una historia de amor mundana y única, la llegada del baby y su educación, la relación con el cónyugue tras el paso de los años, y el enfrentamiento con la inevitable Muerte. Todo lo resuelve Eugenio, quiero decir Rinaldo, aplicando las leyes del mínimo esfuerzo y del más elemental sentido común, pero sin perder el gusto y la ilusión por la vida y los placeres especialmente mundanos. Tal es el secreto de esta obra que equipara a los títeres con los gatos, en cuanto seres que disponen de, como mínimo, siete vidas. ¿Cuántas vidas tiene un títere? Por de pronto, tantas como espectáculos protagoniza. Y eso sin contar los años de estar en el baúl y, si hay suerte, de permanecer expuesto en algún museo. Lo que sumado da ya unas cuantas vidas.

Ante estas realidades ontológicas relativas al tiempo, se entiende que el titiritero quiera aproximarse al máximo a sus criaturas, especialmente a las que se saben mimadas por el guión, el público y el propio titiritero. Rinaldo indica entonces el camino a Eugenio y a los mismos espectadores, los cuales pueden vivir, a través de la representación, la catarsis de enfrentarse al tiempo y a la muerte desde la humildad que proporciona el teatro de títeres.

Creo que Eugenio ha conseguido con "Más vidas que un gato" un espectáculo precioso y refinado, profundamente filosófico y técnicamente sencillo, en el que la ingenuidad del personaje va pareja a su desparpajo y a su humilde genialidad. Un espectáculo hecho a su medida y que, tras el obligatorio rodaje, será como llevar un guante para su único manipulador. Suerte, pues, y muchas vidas para Rinaldo y sus autores.