jueves, 27 de febrero de 2014

¡Jan Klaassen llega a Barcelona!

Jan Klaassen y Katrina
Dentro del programa de Titelles i Ciutats que se realiza en el Born de Barcelona, este próximo fin de semana llega el polichinela holandés: Jan Klaassen. Un perfecto desconocido por estas latitudes, pues que yo sepa no ha venido nunca -aunque igual me equivoco. Será el sábado 1 de marzo a las 18h y el domingo 2, a las 12:30h.

Muy alegre y buen bebedor, Jan Klaassen siempre aparece con su esposa Katrina . Hoy en día se mantiene vivo gracias a Wim Kerkhove y sus alumnos, que lo siguen representando. En Barcelona, acude con Egon Adel, el titiritero que suele actuar hoy en el Dam, la plaza central de Ámsterdam , su lugar más popular de exhibición.
Jan Klaassen es la voz libre y rebelde de Amsterdam que todavía sigue diciendo la suya. Sus historias surgen de los sustratos más populares de la capital holandesa, en una época de gran esplendor económico pero a la vez de gran explotación de los más humildes. A pesar de compartir con Punch y los demás títeres su carácter fuerte ya veces desgarrador, goza de una tendencia clara al humor alegre, que su gran afición a la bebida le exalta .


Wim Kerkhove con sus muñecos.
Wim Kerkhove, que en los años ochenta retomó el personaje del último maestro justo antes de que éste falleciera, viajó por toda Europa en busca de referencias distintas de los títeres todavía existentes. Así creó a su Jan Klaassen, un personaje que desde el principio se ha enfrentado a los retos del presente: luchar contra la guerra, combatir la degradación ecológica, denunciar la corrupción y las triquiñuelas del poder. Ahora intenta transmitir su espíritu a las nuevas generaciones de titiriteros que aprenden el oficio con él .El título del espectáculo será: " Larga vida a Jan Klaassen ! "



sábado, 22 de febrero de 2014

El Museo de la Farmacia de Lisboa: historia y poética de objetos caducos

Este artículo está destinado a los que sienten debilidad e interés por el mundo de los objetos, y gustan escuchar sus relatos secretos, muchas veces crípticos. Y es que viajando por Europa, no son pocos los lugares donde es posible satisfacer estas apetencias particulares –que tanta relación tiene con el mundo de los títeres–, aunque por lo general son lugares que suelen pasar desapercibidos, ocultos a la mirada de los visitantes.

Museo Cerralbo de Madrid
Es lo que pasa con el Museo Marés de Barcelona, uno de los más interesantes de la ciudad y que inexplicablemente, es de los menos visitados, o con el maravilloso Museo Cerralbo de Madrid, por no hablar de la meca de este tipo de lugares, el Museo de la Inocencia de Orhan Pamuk en Estambul, en el que el interés y la atención hacia los objetos se hace consciente y explícito, al ser el fin último del edificio que ocupa. Nos fijaremos hoy en el Museo de la Farmacia de Lisboa, que he tenido la oportunidad de ver estos días de estancia en la ciudad, con todo el espacio museístico prácticamente para mí solo durante la hora y pico que me entretuve en él.

Museo de la Farmacia de Lisboa
Debo decir antes que nada que nos encontramos ante un museo muy especial: no sólo porque ha recibido cantidad de premios (el Premio al Mejor Museo Portugués en 1997, Nominado para el Mejor Museo Europeo en 2004, y otros) sino porque constituye un ejemplo ideal para entender  y apreciar esta sensibilidad tan peculiar que impera hoy en muchos lugares de Lisboa, que se aplica tanto en proyectos de nuevos tiendas o negocios, como en la restauración de viejos espacios degradados, abandonados u obsoletos. Una sensibilidad que busca respetar el espíritu de cada lugar, con una delicadeza y un gusto que sólo se me ocurre explicar por una inteligente visión estratégica de futuro de gran clarividencia. Algo que no veo en otros lugares de la Península –en Barcelona se restaura con gusto, eso es cierto, y con visión estratégica de futuro, pero más a la “brocha gorda”, pues los capitales allí tienen prisa y van al grano, al estar la ciudad tan metida en el candelero del negocio turístico. En Lisboa ocurre un poco lo mismo pero con un tiempo retardado, más lento, el propio de una ciudad que se sabe situada en el “finisterre” urbano de Europa. Es como si la mirada que los lugareños tienen hacia sus espacios más emblemáticos fuera más atenta por disponer de más tiempo para verlo y recrearlo en su imaginación.

Hospital de Bonecas de Lisboa
Hay que dar ejemplos para entender lo que digo. Para empezar, el Hospital de Bonecas que se encuentra en la Plaza Figueira sigue siendo un lugar único que mantiene una vitalidad  envidiable y al que se puede acudir para cualquier emergencia de muñecos con necesidad de ayuda, amputación o reparación. Aquí no ha sido necesaria renovación alguna: la inteligencia estratégica de la familia que lo lleva es absolutamente admirable (vean artículo sobre el Hospital de Bonecas en Titeresante aquí).  


Imágenes del Hospital de Bonecas de Lisboa
Pero volviendo al tema de las novedades, uno de los más claros ejemplos es la transformación que ha tenido lugar en algunos de los antros del Cais de Sodré, una zona bastante degradada dedicada antiguamente al negocio del amor patibulario y a la prostitución más descarnada, y que hoy se está transformando en uno de los más "chics" e interesantes rincones urbanos de Lisboa.

Escaleras de entrada a la Pensao Amor, en Cais de Sodré
La Pensión Amor ocupa un antiguo burdel, convertido hoy en un elegante salón-bar que ha respetado mucho de los que había antiguamente, como los colores de las paredes o los tonos tórridos y canallas de la escalera, y sobre todo, la temática del “amor” y del “erotismo”, que se mantiene como letmotiv del negocio –con una pequeña librería dedicada al tema–, pero tratado desde el buen gusto y un refinado diseño. En este sentido, la combinación entre lo arrabalesco que se respira aún en las gastadas paredes y la nueva sensibilidad de exquisito diseño, es de un enorme atractivo, y la prueba es el éxito que tiene el lugar, con llenos absolutos los fines de semana de gente de todas las edades y condiciones, sin que falten los de alto poder adquisitivo.

Otro tanto ocurre con una tienda de Ultramarinos del mismo Cais de Sodré, dedicada al comercio de latas de conserva, convertida hoy en un bar en el que se sirven tapas con los ingredientes de lo que antes de vendía allí, y que ha mantenido la misma decoración característica de estos lugares, con sus estanterías repletas de latas que resultan tan familiares a los ojos antiguos como fascinantes a los jóvenes.  

"A Vida Portuguesa" junto a la Fábrica de Cerámica Viúva Lamego, en Largo Intendente.
Podríamos multiplicar los ejemplos, visitando por ejemplo el nuevo espacio abierto en el Largo de Intendente, junto a la Fábrica de Cerámica Viúva Lamego (maravilloso edificio hoy en restauración), por este negocio de tanto éxito llamado “A Vida Portuguesa”, que ha adquirido tanta buena fama por sus sofisticados productos de la primera mitad del siglo XX, pero puestos al día respetando los viejos sabores, colores y diseños.  O la antigua panadería situada en un edificio del siglo XVII o XVIII, en pleno Bairro Alto, hoy convertida en un bar de copas con unos magníficos sofás situados justo enfrente de la boca del horno.

Lugar donde se encontraba el antiguo Café Palladium.
Es cierto que la mayoría de los cafés más emblemáticos y hermosos de la Lisboa “antigua y señorial” ya no existen (como los añorados Café de Lisboa o el magnífico Palladium, pequeño templo Art Deco, y tantos otros) y que los pocos que restan son pasto de la hambruna turística, como el Brasileira al que es casi imposible sentarse para tomar tranquilamente un café, pero es como si los lisboetas, entrados ya en el siglo XXI, y tras comprender muy bien lo que han perdido, hubieran decidido recuperar el pasado con intervenciones nuevas y de sofisticado diseño, revalorizando  productos, estilos y realidades consideradas obsoletas por la generación anterior.

Interior de una farmacia de época.
El Museo de la Farmacia es fruto de este tipo de sensibilidad nueva. Podrían haber recopilado los mismos objetos, utensilios, muebles, jarras y carteles, y haberlo puesto todo en un orden más o menos aceptable y visible, sin que nadie les hubiera reprochado nada. Sin embargo, se optó por la solución más difícil y creativa: componer con lo obtenido y conservado verdaderas farmacias de época, de impactante belleza. Cada espacio tiene una preciosa unidad en sí y todos ellos constituyen verdaderas composiciones de arte expositivo de los objetos puestos en escena.


Leyendo el programa, vemos que en realidad se han reproducido algunas antiguas farmacias con estricta fidelidad al original. Incluso se muestra una vieja farmacia china de Macao, un alarde precioso de reconstrucción que retrata con gran verdad y acierto el ambiente de lo que deberían ser estas boticas en la antigua colonia portuguesa.


Adjuntamos algunas imágenes sacadas durante la visita, que ilustran lo que queremos indicar. Vean sobre todo la buena composición de los objetos, capaces de recrear los mundos que se pretenden explicar y reproducir.

Pero el Museo no se queda sólo con sus salas dedicadas a la historia de la Farmacia. Ubicado en un hermoso palacete frente al Mirador de Santa Catarina, dispone en su parte más noble con vistas al Tajo, de un restaurante en cuya decoración se ha seguido con una gracia extraordinaria el hilo temático del lugar: todo envuelto con objetos, estanterías, mesas, recipientes y otros utensilios propios del mundo de la farmacia y de la atención clínica de otras épocas, de modo que una vez visitado el Museo, puedes seguir gozando de lo visto comiendo en una sala donde todo lo que te rodea hace referencia al mundo farmacéutico.

Imágenes del Restaurante del Museo de la Farmacia.
Quizás una pesadilla para algunos, pero en todo caso una muestra de originalidad y de diseño exquisito y francamente atractivo.

Como decía al principio, un alarde de sensibilidad refinada con el que la Lisboa de hoy en día se distingue en el concierto de las ciudades europeas de interés estético, objetual y polichinesco.

viernes, 14 de febrero de 2014

Visita titiritera a la Aljafería de Zaragoza

Retomo al relato del viaje realizado a Zaragoza en ocasión de asistir a una de las representaciones del Belén de Laguardia, y que culminó con un interesante paseo por la capital aragonesa. Interesante porque además de todo lo que vimos y fabulamos en nuestro recorrido por la zona del Pilar (vean el artículo aquí; sobre la visita al Belén de Laguardia, vean aquí el artículo enTiteresante), al final lo coronamos con la visita al Palacio de La Aljafería.

El hecho de que fuéramos, Adolfo y yo, en compañía de Enrique Lanz y Yanisbel V.Martínez, de la compañía Etcétera que estos años últimos han puesto en escena una de las mejores versiones jamás vista de la ópera de Falla "El Retablo de Maese Pedro", daba a la visita un interés añadido, pues ellos todavía no habían visto la torre del Castillo de la Aljafería, escenario principal de esta sin par historia.

La Torre de la Aljafería
El lugar es, en efecto, relevante desde el punto de vista de la historia y de la mitología de los títeres, al ser aquí donde Cervantes situó parte del episodio del Retablo de Maese Pedro. Es en esta torre donde la princesa Melisendra, esposa de Don Gaiferos, se halla cautiva en el castillo del rey Moro Marsilio, que no es otra que la mismísima torre del Palacio de la Aljafería, hoy bellamente restaurada. Dice Cervantes en el Capítulo XXVI de la Segunda Parte del Quijote, en boca del Trujamán:

"—Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de la letra de las crónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes y de los muchachos por esas calles. Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza..."

La Aljafería con la Torre a la derecha.
La torre adquiere una gran presencia poco después, cuando se dice:

"... Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería; y aquella dama que en aquel balcón parece vestida a lo moro es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía a mirar el camino de Francia, y, puesta la imaginación en París y en su esposo, se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No ven aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir y a limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. ..."

Melisendra en la torre, en la versión del Retablo de Etcétera. Foto de Enrique Lanz..

Don Gaiferos llega a Zaragoza y consigue salvar a la Princesa, no sin ciertos percances harto inconvenientes. Demos la palabra al genial novelista de Alcalá de Henares:

"...Basta ver cómo don Gaiferos se descubre, y que por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da a entender que ella le ha conocido, y más ahora que vemos se descuelga del balcón para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo. Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo. Pero veis cómo el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos y, sin mirar si se rasgará o no el rico faldellín, ase della y mal su grado la hace bajar al suelo y luego de un brinco la pone sobre las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, ..."

Ilustración de Gustavo Doré del episodio del Retablo.
El final de la historia es harto conocido, pero ya que estamos puestos a citar, bien vale la pena releer el momento en que Don Quijote interviene y participa activamente en la persecución y batalla:

"Y el muchacho dijo:
—Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y atambores que retumban. Témome que los han de alcanzar y los han de volver atados a la cola de su mismo caballo, que sería un horrendo espetáculo.

Melisendra huye con Don Gaiferos, en la versión del Retablo de Etcétera. Foto de Enrique Lanz.
Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie, en voz alta dijo:
—No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a este, destrozando a aquel, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:

Ilustración de Gustavo Doré del episodio del Retablo.
—Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. Mire, ¡pecador de mí!, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda." ...
Emocionante fragmento tantas veces citado y que ha dado pie a tantas versiones sobre el episodio, como lo ha sido la famosa ópera de Falla.
Era importante, pues, peregrinar al escenario de los hechos y ver en qué se había convertido el Castillo de la Aljafería citado por Cervantes.

El Salón del Trono y belleza del complejo.


De entrada, decir que el impresionante conjunto monumental contiene muchas más maravillas de las que uno puede imaginar. Una parte del mismo acoge hoy a Las Cortes de Aragón, como si los políticos actuales quisieran estar muy cerca del antiguo Palacio de los Reyes de la Corona de Aragón, centro de su antiguo poder. Deben pensar los gobernantes aragoneses: "en el supuesto imposible y no deseado de que Aragón recupere algún día sus libertades, mejor estar en el lugar correcto". Pues si se dice que el hábito hace al monje, bien puede decirse que el trono y toda su palacería hacen al rey.

Vista general de la Aljafería.

Tienen así los gobernantes a su disposición lugares como el Salón del Trono para ceremonias protocolarias de altos vuelos. Un lugar realmente impactante por su belleza y que además guarda en su memoria histórica uno de los más insólitos episodios titiriteros, tan cercano por otra parte al mundo de la Caballería Andante del Manchego Don Quijote. Según me contó con lujo de detalles Adolfo Ayuso (principal impulsor de la operación, por lo visto,a través de la asociación Expedición Teatral), tuvo lugar aquí el 23 de enero del año 2003 una actuación de ese otro hidalgo manchego, marino y titiritero de vocación y de oficio, llamado Pepe Otal, quién presentó en el fastuoso salón una versión musical y con títeres de guante de su Rigoletto, con acompañamiento musical de piano y voces líricas (barítono, tenor y soprano) cantando algunas de las principales arias.
La Sala del Trono donde tuvo lugar la representación de Pepe Otal.

Un evento al que acudieron las más altas autoridades de la región, militares incluidas,  y que fue acto de verdadera justicia histórica, al homenajear a través del también manchego y caballero andante Otal al otro manchego hidalgo e ilustre que dio fama inmortal a la torre de Melisendra, hoy lugar de peregrinación tanto cervantina como titiritera.

Adolfo Ayuso presenta el espectáculo de Pepe Otal en la Aljafería.
Un momento de la función de Otal, con Rigoletto en el escenario.
Pero lo que más me sorprendió del actual Palacio de la Aljafería es el refinamiento de su estructura árabe, ricamente restaurada en los últimos años y abierta al público, que otorga al conjunto unas dimensiones de exquisitez arquitectónica de altísima categoría. Un sincero reconocimiento al pasado moro de Zaragoza y de su reino, cuya importancia ha sido curiosamente desdeñada por la historia, que sólo se fija en Córdoba, olvidándose de cuán poderoso y grande fue entre los siglos IX y XI, especialmente durante la época de los Taifas. Leemos en  Wikipedia lo siguiente sobre estos períodos tan poco conocidos de la Historia de Aragón: 

Entrada de la Aljafería.
"La Aljafería es un palacio fortificado construido en Zaragoza en la segunda mitad del siglo XI por iniciativa de Al-Muqtadir como residencia de los reyes hudíes de Saraqusta. Este palacio de recreo (llamado entonces «Qasr al-Surur» o Palacio de la Alegría) refleja el esplendor alcanzado por el reino taifa en el periodo de su máximo apogeo político y cultural.

Algunas imágenes del interior de la Aljafería.
Su importancia radica en que es el único testimonio conservado de un gran edificio de la arquitectura islámica-hispana de la época de las Taifas. De modo que, si se conserva un magnífico ejemplo del Califato de Córdoba, su Mezquita (siglo X), y otro del canto de cisne de la cultura islámica en Al-Ándalus, del siglo XIV, La Alhambra de Granada, se debe incluir en la tríada de la arquitectura hispano-musulmana La Aljafería de Zaragoza (siglo XI) como muestra de las realizaciones del arte taifa, época intermedia de reinos independientes anterior a la llegada de los almorávides

La Península Ibérica en 1037, durante los Reinos de Taifas.

Los restos mudéjares del palacio de la Aljafería fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001 como parte del conjunto «Arquitectura mudéjar de Aragón» ".
¡Impactante!

Subida a la Torre. Entre Melisendra e Il Trovatore .
Proseguimos la visita. Los itinerarios obligatorios del palacio taifal acababan confluyendo en la torre del castillo, la parte más antigua del conjunto monumental, hoy magníficamente restaurada. Vimos emocionados un pozo, antiquísimo, en el que sin duda saciaría su sed la prisionera Melisendra así como los moros que la custodiaban y el no menos importante rey Marsilio que se la guardaba para sí, hasta que vino Don Gaiferos y se la arrebató en heroica hazaña. El pozo, de curiosa estructura, parecía encerrar un sinfín de  secretos de la historia: sus susurros nos llegaban nítidos mientras escrutábamos el fondo, carente de agua y acristalado. 

El pozo.
 Banderas y escudos de la Corona de Aragón jaleaban la subida a la torre, hoy ya sin temor ni pudor alguno, aunque sus poderes reales fueran hartamente menguados por los borbones. Por fin alcanzamos el último piso. Tuvimos que esperar y casi hacer cola, tal era el número de visitantes que entraban y salían por la estrecha puerta. Yo estaba sorprendido de que hubiera tal devoción cervantina, cuando de pronto vimos a uno de los guías accionar un pequeño aparato sonoro, del que salió un chorro de música de Verdi: ¡"Il Trovatore"!

Entrada al interior de la Torre.
Con tanto fervor titiritero, nos habíamos olvidado del verdadero nombre popular de la torre y por la que es conocida no sólo en Zaragoza sino en el mundo entero: ¡la Torre del Trovatore! En efecto, es en la Aljafería donde Antonio García Gutiérrez, el autor romántico de una de las obras más famosas del teatro español de la época, "El Trovador" (de 1836), sitúa la acción de su drama, y es en la torre donde el vil Antonio de Artal encierra a su hermano Manrique. Drama que Verdi convirtió en una de las óperas más famosas del repertorio, Il Trovatore (estrenada en 1853). La peregrinación del público que acudía con los guías y las súbitas arias era pues operística.
Aquella doble mitología daba todavía más empaque a la torre, llena en aquel momento de público. Dejamos pasar al grupo y finalmente entramos con unos pocos parroquianos más. La música de Verdi seguía resonando en nuestros oídos, pero poco a poco se impusieron las viejas trompetas y dulzainas, más los atabales y atambores que resuenan entre las páginas del Quijote. Comprendí que a mis colegas Enrique y Yanisbel, empapados como están de la música del Retablo de Falla, les sonarían más las notas del compositor gaditano que las dulzainas y trompetas.  Entonces descubrimos la ventana. Sin duda era aquí donde Melisendra se sentaba para mirar los caminos que en su imaginación llevaban a París, y desde aquí vería seguramente arribar a Don Gaiferos disfrazado de moro. Aunque es dudoso que se descolgara de semejante altura, a no ser que dispusiera de una cuerda muy larga...

La ventana de Melisendra.
Atrapados por la locura titiritera, nos entretuvimos en el antro mágico donde el arte y la imaginación de los pueblos habían puesto primero palabras y luego música. Sacamos algunas fotos y finalmente dejamos la Torre, convencidos de que habíamos vivido una experiencia importante. 

Enrique Lanz y Yanisbel V.Martínez frente a la ventana de Melisendra
La bajada nos llevó por la estancias palaciegas que los Reyes de Aragón utilizaron, al convertir el lugar en una de sus residencias principales. Fue utilizado por Pedro IV el Ceremonioso. Más tarde, los Reyes Católicos lo magnificaron con sus nobles salones que todavía hoy maravillan al visitante.

Detalles del techo de la Sala de los Reyes Católicos. con la inscripción del "Tanto monta".
Más tarde, en 1593 sufrió una reforma que lo convirtió en fortaleza militar, función que se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XX. Su restauración y el hecho de acoger las actuales Cortes de Aragón lo han cambiado por completo. Hoy es uno de los reclamos turísticos más visitados de Zaragoza. 

Tras cruzar los magníficos pórticos de entrada del Salón Dorado y el llamado Patio de Santa Isabel, salimos de la fortaleza con ganas ya de comer y descansar. Habíamos recorrido durante horas la ciudad de  Zaragoza para rematar la mañana con la visita a la Aljafería, un programa tan completo como exhausto. Necesitábamos pues con urgencia un lugar cercano y adecuado. Adolfo Ayuso lo tenía todo previsto. Junto con su compañera Pilar, que se había sumado a la visita del castillo, simplemente nos hicieron cruzar una calle, la que bordea una de las alas del palacio. 


Nos esperaba la última sorpresa del día: el restaurante Casa Emilio. Un clásico de la gastronomía zaragozana, situado a las puertas de la ciudad vieja, popular y acogedor, a dos pasos de la Plaza de Toros y de la Aljafería. Allí nos dejamos caer, agradecidos y saciados. Lo que sucedió a partir de aquel momento, con el aliento y los susurros titiriteros todavía resonando en nuestros oídos, pertenece ya al mundo de lo privado.