domingo, 12 de octubre de 2014

Gioppino en Bérgamo: Museo de la Carpintería Tino Sana, Asociación ‘Ol Giopí de Sanga”, Fabrizio Dettamanti, Pietro Roncelli, Walter Broggini y el restaurante de la familia de Bigio Milesi



Continúo mi relato sobre la recién efectuada visita a Bérgamo, en pos de Gioppino, este personaje ochocentista del teatro de títeres popular de la región, tan estrafalario como poco conocido en Europa. 

Gioppino. Museo del Falegname Tino Sana.
El programa de mi tercer día de viaje empezó muy temprano por la mañana. A las nueve vino a buscarme Bruno Ghislandi en su coche para llevarme al Museo del Falegname Tino Sana, situado en la localidad de Almenno San Bartolomeo, en el ya conocido Valle de Brembana donde la tradición sitúa el nacimiento de Arlequino. 

Bicicletas antiguas. Museo del Falegname Tino Sana.
La palabra italiana falegname significa en español ‘carpintero’, de modo que el Museo versaba en efecto sobre el mundo de la carpintería. Su creador, Tino Sana, es uno de los mayores carpinteros de la región, con unas instalaciones situadas junto al museo donde se fabrican desde muebles, barcos y utensilios de todo tipo, hasta bicicletas de madera. Hombre práctico, procedente de una familia de carpinteros, y a su vez un gran coleccionista y amante de las artes, especialmente de todo lo que tiene que ver con la madera, el señor Tino Sana fue muy consciente en su día de hasta qué punto los siglos XX y XXI habían cambiado el mundo de la carpintería. Y para preservar lo que había conocido de niño en su taller familiar, creó este museo consagrado a la arqueología del trabajo de la madera. 

Taller de Enrico Manzoni. Museo del Falegname Tino Sana.
Había organizado Ghislandi un encuentro de titiriteros para efectuar juntos la visita del museo. ¡Y cuál fue mi sorpresa al encontrar en la entrada a tres personas disfrazadas de Gioppinos y a una de Brighella, con el títere de los tres bocios en las manos! 

Los miembros de la Asociación "Ol Giopí de Sanga" vestidos de Gioppino, Margi y de Brighella.
Eran los miembros de la Asociación Cultural “Ol Giopí de Sanga”, llegados de Zanica, lugar histórico del nacimiento de Gioppino, quienes tienen por misión conservar la memoria del personaje. Con ellos estaba también el escritor y director de teatro Fabrizio Dettamanti –autor del libro “Gioppino. Scarpe grosse cervello fino”, un clásico en la divulgación del personaje editado por L’Impronta Editoriale en 1999–, y el video artista y cineasta Walter Previtali, muy relacionado también con el mundo de los títeres y de Gioppino. No tardaron en sumarse al grupo dos afamados titiriteros: Pietro Roncelli –un veterano practicante del Gioppino, encargado de las funciones regulares del Museo– y Walter Broggini, de Albizzate, otro de los titiriteros más interesantes del norte de Italia, de la región de Varese, creador del personaje de Pirù, un héroe popular de nueva factura que pudimos ver en las exposiciones de Tolosa y de Lisboa de Rutas de Polichinela.

Pirú, de Walter Broggini. Museu da Marioneta de Lisboa. Exposición Rotas de Polichinelo.
¿Qué puedo decir de aquel maravilloso encuentro, de personas todas ellas buenas amantes de la tradición y especialmente de Giopì –así llaman a Gioppino en la zona–, con las que visitamos el hermoso museo? Un museo, el del Falegname, absolutamente único en su género. 

Bicicleta de madera. Obra de Tino Sana.
Ocupa un edificio moderno construido para tal fin y organizado en tres bloques. En la planta inferior, se muestran las grandes piezas antiguas de carpintería: una gigantesca prensa para la uva, toneles, varias barcas propias de los lagos alpinos, maquinaria antigua para todo tipo de cometidos, carruajes de madera y herramientas del campo. Es quizás en la planta media donde se encuentra la parte más interesante y arqueológica del museo: distintos talleres antiguos pertenecientes a familias importantes de carpinteros de Bérgamo se muestran completos, uno al lado del otro, mostrando la variedad de sus herramientas y las disposiciones en el espacio de cada taller. Uno de ellos es el del escultor Enrico Manzoni, llamado il "Rissolì", quien también fue titiritero y afamado constructor de títeres de la tradición bergamasca. 


El escultor Enrico manzoni con Gioppino. Museo del Falegname Tino Sana.
El tercer piso muestra las joyas de la corona: las colecciones de bicicletas de todo tipo que el señor Tino Sana ha recopilado a lo largo de su vida (una sección extraordinaria desde el punto de vista antropológico de los oficios), un antiguo avión con hélice de madera, y la sala de los títeres. 

Títere del Museo Tino Sana.
Y es que una parte importante del Museo está dedicada a las figuras de madera de la tradición titiritera local, pensando en las visitas escolares y en las familias que acuden al museo. Junto a amplias vitrinas repletas de títeres, algunos del escultor Manzoni, hay también un retablo desde donde se suele actuar para una cincuentena de personas, que pueden sentarse en unos bancos frente al teatrillo. Pietro Roncelli –el titiritero que suele actuar allí–nos había preparado una pequeña función en honor nuestro, un definitivo broche de oro de la visita. 

Gioppino y Brighella. Títeres de Pietro Roncelli.
El Gioppino de Pietro Roncelli.
Pude así ver a Gioppino en acción junto a Brighella, interpretados con clásica maestría por el señor Roncelli. Las voces sonaban nítidas y elegantes, con flexiones que nos indicaban a la perfección los rasgos psicológicos de cada personaje. Imprescindible el uso del dialecto bergamasco, para los riquísimos juegos de palabras con el que se recreaba el titiritero, y que hacía partir de risa a los asistentes. 

Pietro Roncelli en plena acción.
Al acabar la función, todavía nos deleitó Pietro Roncelli con una demostración a la vista de su juego con los títeres, en la que Gioppino dialogaba con el tartamudo Tartaglia. El humor, la modestia, la elegancia y el gran oficio del señor Roncelli nos maravilló a todos, especialmente a mí, que era la primera vez que lo veía actuar. 

Pietro Roncelli con Gioppino y Tartaglia.
Después de la sesión de títeres, todavía estuvimos un rato largo en el museo charlando sobre la tradición, sobre el momento de los títeres en el norte de Italia y sobre otros temas titiriteros o simplemente alejados de nuestra profesión. 

Pietro Roncelli y Walter Broggini, en el Museo Tino Sana.
Comida en el restaurante de la familia de Bigio Milesi en San Pellegrino Terme

La jornada continuó en la pastelería, hotel y restaurante que la familia del histórico titiritero Bigio Milesi tiene en la localidad de San Pellegrino Terme, allí donde se envasa la famosa agua mineral que lleva este nombre. Un lugar que tuvo sus años gloriosos en la época de los grandes balnearios, como todavía se puede apreciar en algunos viejos edificios, como el Casino, o el Gran Hotel, inmenso y majestuoso aunque hoy abandonado. 

El Casino de San Pellegrino Terme.
Nos recibió la hija del señor Milesi así como su sobrino. Comprendí entonces la peculiaridad del lugar: en la amplia tienda de pastelería que también es hermoso café, se pueden ver en unas vitrinas los títeres más relevantes de la colección Milesi, verdaderas joyas –algunas del escultor Manzoni– tres de las cuales estuvieron en las exposiciones de Tolosa y Lisboa (uno de los motivos de nuestra visita era devolver los títeres que Bruno Ghislandi había recibido del Museu da Marioneta de Lisboa). Son títeres de grandes cabezas de talla de madera, de unas dimensiones extraordinarias si las comparamos con los guaratelle del sur de Italia.  

Bergnocola. Colección de Bigio Milesi.
Totó. Colección de Bigio Milesi.
Ocupamos una mesa y el dios Baco, en su faceta más dichosa y amable, nos visitó de inmediato con los generosos néctares de la región –el vino tinto local es realmente bueno–, propiciando el sano relajo que tanto favorece la comunicación. 

GianMaria Salvetti, con un Gioppino de su construcción.
Me enteré así de los trabajos de la Asociación “Ol Giopì de Sanga”, El Gioppino de Zanica escrito en el dialecto bergamasco, empeñada en dar a conocer al mundo entero la figura del héroe de los tres bocios. Para ello ha desarrollado interesantes proyectos de “marchendising”, entre los que hay que destacar la publicación de una serie de hermosas postales sobre el personaje, obra de GianMaria Salvetti –uno de los disfrazados de Giuppino que vino al Museo y a la comida–, un vino de la zona llamado Trigos cuya imagen publicitaria es la figura de Gioppino –me regalaron una botella que nos bebimos Luca Valentino y yo en Torino–, y una compañía de títeres que busca hacerse con su propio repertorio. 


Uno de los proyectos estrella realizados en la región sobre la figura de Gioppino ha sido la producción del espectáculo musical “La càrica di Méla e ü” que en italiano significa: “La carica delle Mille e Uno” (la Carga de los Mil y Uno), referencia a la hazaña de Giuseppe Garibaldi en la época del Risorgimento, y que explica la rápida victoria de los garibaldinos, con la indispensable ayuda de las tres máscaras de la ciudad –Gioppino, Arlequino y Brighella–, que propició la rápida liberación de Bérgamo de los austríacos. 

Imagen de "La càrica di Méla e ü".
Un proyecto que partió de una idea de Bruno Ghislandi, de la Fundación Benedetto Ravasio, de la Universidad Degli Estudi di Bergamo y de la Compagnia Stabile ‘Il Teatro del Gioppino’. Realizado bajo la dirección artística de Luciano Vezzali, la obra fue dirigida por Fabrizio Dettamanti –autor del texto, de las canciones y de la música junto a Luciano Vezzali)– y con la participación de Pietro Roncelli. Lo más interesante de la propuesta –de la que existe un magnífico vídeo con un exhaustivo reportaje sobre la misma– es que junta la acción teatral de los actores con la de los títeres, en una fusión muy lograda gracias a la seguridad del Maestro Roncelli y a una codirección escénica general a cargo del mismo autor, Fabrizio Dettamanti, de Luciano Mastellari y de Bruno Ghislandi.


Foto de familia en el comedor.
Fabrizio Dettamanti me regaló su libro, el ya antes citado “Gioppino, scarpe grosse cervello fino”, pensado para iniciar al gran público y a los niños en la figura de Gioppino. Indispensable traducir el título, pues da una idea muy nítida del personaje: ‘grandes zapatos, cerebro fino’, es decir, bajo la imagen ruda, simplona y algo zarrapastrosa de Gioppino, se esconde su gran finura en el pensar y en el juicio. 

Los tres bocios de Gioppino.

Me gustaría aquí retomar el tema del personaje para indicar hasta qué punto Gioppino encarna una de las esencias bergamascas por excelencia, que durante tanto tiempo fue representada por el gremio de los ‘camalli’, los descargadores de los muelles de Venecia y Génova, que eran todos de Bérgamo. Tal era su fama de incansables y honrados trabajadores, que muchas mujeres de Génova venían a parir a Bérgamo para que sus hijos tuvieran opciones de pertenecer algún día a los ‘camalli’. Grandes y rudos trabajadores, con fama de ser tan honrados como juiciosos. 

Respecto a los tres gofios, el gran misterio icónico del personaje, vale la pena citar a otro personaje histórico de Bérgamo, Bartolomeo Colleoni (1395-1475), muy importante en la historia de la ciudad, un gran condotiero del siglo XV al servicio intermitentemente de Venecia, Milán y de nuevo Venecia –Bérgamo estuvo siempre disputada entre Milán y Venecia, aunque fue la Serenísima la vencedora–, cuyo escudo de armas eran tres testículos. Vean la imagen.

Escudo de armas de Bartolomeo Colleoni. Tocarlo con la mano trae suerte, según se cree en Bérgamo.
Si tenemos en cuenta que Bartolomeo Colleoni fue una figura con una gran influencia en Bérgamo –su sepultura ocupa una hermosa capilla en el centro de la ciudad; según cuenta la leyenda sufría de esta rara enfermedad llamada poliorquidismo, por la que se tienen más de dos testículos–, se entiende que haya personas que asocien los tres bocios de Gioppino a los tres testículos del blasón de los Colleoni. Sería como decir: este Gioppino tiene sus tres ‘coglioni’ tan bien puestos, que los lleva a la vista y subidos al cuello… Una explicación que jamás será la definitiva ni la canónica, por supuesto, pero que ayuda a entender al personaje y a su contexto. 

Fin de la jornada en casa de Bruno Ghislandi

El intenso día acabó en casa de Ghislandi, cuando fuimos en compañía de Walter Broggini a tomar un último café para intercambiar ideas y proyectos. Supe así de sus actividades especialmente en la localidad de Cordenons (provincia de Pordenone, en la región Friuli-Venezia Giulia), donde proyecta realizar una serie de exposiciones de gran interés y calado. Decidimos seguir en contacto y quizás colaborar en nuestros respectivos futuros proyectos. 

Una visita, la de Bérgamo, que realmente cundió y que espera una segunda vuelta para poder paladear los distintos manjares probados sin las prisas del calendario.  

viernes, 10 de octubre de 2014

Gioppino y Bérgamo. Luigi Cristini y Daniele Cortesi

Continúa el relato de mi visita a Bérgamo, una deriva de estas Rutas de Polichinela que Bruno Ghislandi me ha permitido realizar, al introducirme al mundo de Gioppino y al conectarme con varios titiriteros que lo practican o lo han practicado. 

Antonia Cristini, con un Drago.
En mi segundo día en Bérgamo, fui conducido a casa de Antonia Cristini, la hija del histórico titiritero Luigi Cristini, quien nos recibió junto a su esposo Angelo Mastinu. Fue una ocasión única e inolvidable de entrar en las entrañas de la sociedad bergamasca –viven en una mansión situada en el ala sur del Castello de San Vigilio, cuyos fundamentos son del siglo VI, y desde donde se contempla desde arriba una panorámica impresionante de la ciudad alta de Bérgamo– y conocer de primera mano una de las colecciones de títeres más valiosas de la tradición local.

Gioppino y Margí, de la colección Cristini.
Títeres en una caja, colección Cristini.
Uno de los objetivos de la vista era devolver los títeres prestados a Bruno Ghislandi para las exposiciones realizadas primero en Tolosa y luego en Lisboa de Rutas de Polichinela, títeres que acababan de llegar recientemente de la capital lusa. Y mientras íbamos desempaquetando uno tras otro los preciosos muñecos, el matrimonio Mastinu nos mostró otras cajas más pequeñas pero llenas también de tesoros: notas de prensa, libritos con los textos que usaba Cristini para sus espectáculos, cuadernos escritos a mano con los “copiones” de las obras representadas, permisos de actuación de los años treinta, carteles de publicidad de la época, y un sinfín de documentos que harían las delicias de cualquier historiador en la materia. Yo me los miré con la curiosidad del ojo profano y cercano que veía en aquellos papeles las huellas plegadas de una vida, comunes a los de cualquier titiritero de oficio. Huellas que esperaban la paciente labor del analista con ganas de rescatarlas del pasado y hacerlas revivir en el presente.

Una edición de la conocida obra Pací Paciana. Fondo de la familia Cristini.
Luego bajamos al piso inferior y fuimos conducidos a un salón donde estaban colgadas en las paredes las joyas titiriteras de la corona: más Gioppinos y otros personajes del repertorio. Para acabar, entramos en una despensa donde además de botellas de vino había un montón de cajas de cartón con el resto de la colección: títeres pero también piezas de atrezzo, tambores, herramientas de batalla cachiporrera y muchos rollos de decorados perfectamente clasificados. 


Panorámica Bérgamo Alta, desde la casa de los señores Mastinu.
Salimos de la casa de los señores Mastinu con la cabeza llena de imágenes, algunas de las cuales, por suerte, pudieron ser fijadas por mi cámara fotográfica. 

Daniele Cortesi

Tras la visita al legado de Cristini, nos dirigimos al comienzo del Valle Brembana (lugar donde la tradición sitúa el nacimiento de Arlequino). Allí, en la localidad de Sorisole, vive Daniele Cortesi y su mujer Teresa, titiriteros considerados hoy como de los más serios y reconocidos de la tradición bergamasca. 

Daniele Cortesi con un Gioppino histórico de su colección privada, obra del afamado escultor Enrico Manzoni, llamado el "Rissolì"
Nos recibieron con la habitual hospitalidad titiritera, a la que se sumaba su curiosidad por recibir a alguien que se interesaba por este arcaísmo tan lleno de vida y de actualidad –y de futuro, como no tardaría en constatar– que es Gioppino. 

Teresa y Daniele Cortesi, con una familia de Gioppinos.
En realidad, nos conocíamos de nombre desde la ‘noche de los tiempos’ –ambos somos viejos titiriteros, aunque yo le gano en años– pero era la primera vez que charlábamos, sobre un tema además que nos interesaba a ambos. 

Diablo de la colección Cortesi
Nada más llegar, fuimos conducidos al reducto más íntimo de la casa, la cocina, allí donde alrededor de una mesa y de unos cuantos cálices de vino, la comunicación encuentra sus mejores cauces.
Dos o tres horas fueron las que pasamos discutiendo y compartiendo opiniones y teorías, todas ellas ciertas y aventuradas, como es propio que ocurra en los que además de pensar, practicamos el arte de los títeres en el día a día de nuestras vidas. 

Daniele Cortesi con el autor de este blog.
Daniele Cortesi es alguien que se ha planteado los qués, porqués, cómos y cuántos de la tradición con apasionada profundidad. Es algo propio en realidad de nuestra época. Cuando hacia los años setenta y ochenta empezaron a aparecer titiriteros interesados en las prácticas tradicionales –Cortesi aprendió el Gioppino con el maestro Benedetto Ravasio–, se rompieron las inercias de antaño cuando el oficio se adquiría en familia o desde la humildad del aprendiz, y los nuevos titiriteros, poseídos por la modernidad y el enfoque cultural y antropológico, además de practicar, se dedicaron también a interrogarse sobre la tradición. 

Hay que decir aquí que Benedetto Ravasio se anticipó a todo ello –era un buen violinista y hombre de estudios–, motivo por el que se le considera como la figura puente entre la práctica tradicional y la posterior a la Segunda Guerra Mundial. 

Giuseppe Garibaldi, títere de la colección histórica de Daniele Cortesi.
Contaba Cortesi sobre la evolución de la Comedia del Arte, que durante la época napoleónica, al quedar prohibida por la nueva mentalidad revolucionaria, se encarnó en el teatro de títeres, dando lugar al nacimiento de nuevos personajes y héroes, más “ciudadanos” que “sirvientes”, por muy humildes que fueran. Para Cortesi, la prohibición de la Comedia del Arte por Napoleón (que sólo implicaba a las personas pero no a los títeres) explica que muchos actores decidieran hacerse titiriteros, para seguir interpretando así las mismas obras sin problemas con la censura.

Pensé al momento que quizás esto explicaría el gran tamaño de las cabezas de muchos de títeres del Novecientos en el norte de Italia: cuanto más parecidas fueran los títeres a los actores, con cabezas casi de tamaño real, mejor podrían interpretar sus roles. 

Arlequino de cabeza grande expuesto en Lisboa, en la exposición Rotas de Polichinelo. Colección Bigio Milesi.
Según Cortesi, los guaratelle (así se llaman a los títeres de la tradición napolitana) eran una forma no únicamente de Nápoles y del sur, sino de toda la Península Itálica. Eran muchas veces los mismos actores de la Comedia del Arte quienes, para atraer público a sus funciones, practicarían el arte más ligero, raudo y efectivo de los guaratelle, que se expresaban con la voz chillona de la lengüeta. Quizás también para atraer público a otras dedicaciones menos artísticas y más prosaicas: vendedores de ungüentos, pociones mágicas o milagrosas, otras atracciones de exhibicionismo extravagante, etc. Por cierto, que esto encaja con los purichinelas que en el siglo XVIII recorrían también la Península Ibérica, según nos ha ido contando Adolfo Ayuso en sus textos y artículos, muchas veces llevados a cabo por compañías italianas, o con  las representaciones de Pulcinella en la Plaza San Marcos de Venecia durante el siglo XVIII, que para Tiépolo eran una pura encarnación del mal gusto y de la decadencia de la República…

Guaratelle de Bruno Leone, exposición Rutas de Polichinela en el TOPIC de Tolosa.
El hecho de que los guaratelle hubieran quedado confinados al sur de Italia, mientras en el norte se imponían los títeres más grandes y habladores (personajes de sofisticadas comedias), se explicaría porque en el sur, dominado por los Borbones, no hubo prohibición alguna de la Comedia del Arte (siendo Nápoles la ciudad donde las máscaras de la Comedia se han venido representando hasta la Modernidad). Para Cortesi, esto explicaría estas transformaciones en la forma y el repertorio de los teatros de títeres del norte, y la aparición de los nuevos personajes. 

Polichinelle. Exposición Rutas de Polichinela en el TOPIC de Tolosa
También aquí ocurre el mismo fenómeno que se vivió en Francia, cuando Guiñol acabó sustituyendo a Polichinelle a lo largo del siglo XIX, relegados los viejos personajes como demasiado próximos al Antiguo Régimen. Insistía Cortesi en el apoyo que la Comedia del Arte recibió siempre de la nobleza: aunque los sirvientes o zanni (Arlequino, Pulcinella, Brighella…) se burlaban de los nobles, seguían siendo criados, sometidos al orden aristocrático.

Daniele Cortesi con su Balanzone.
En el XIX, todo eso cambia. La nueva clase burguesa necesita ridiculizar y desprestigiar a la vieja aristocracia, a la que pretende sustituir, y se proclama la libertad individual y los derechos ciudadanos. De ahí que surjan por toda Europa nuevos personajes, todos ellos sin máscara alguna y con unas prerrogativas hasta entonces impensables: dar cachiporrazos a los poderosos, y muy especialmente a los representantes del Antiguo Régimen. En toda Europa, curas, nobles, doctores, militares y guardas son víctimas de la cachiporra justiciera de los nuevos personajes, expresando con estos gestos la conquista de un nuevo status social. Un ejemplo es la obra “El Marqués de Pombal y los Jesuítas”, en Portugal, donde Don Roberto se dedica a aporrear a los jesuitas lanzándolos a todos al mar.

Daniele Cortesi con su Gioppino.
¿Qué pinta en todo este marco Gioppino? De alguna manera, encarna el orgullo bergamasco: un personaje fuerte, juicioso, provinciano, simple pero inteligente, satisfecho de sí mismo. Usa la cachiporra con arte y contundencia –nadie puede con su fuerza, ni siquiera el Diablo o la Muerte, sus alter egos habituales, pararrayos de sus iras, y cae simpático por sus equívocos y sus juegos de palabras. Exhibe sus tres bocios con orgullo, pues en ellos dice guardar sus reservas de energía, sabiduría y buen juicio. Sólo un defecto luce en su radiografía: su irrenunciable pereza. Odia trabajar y en cuanto puede, se echa a dormir y a roncar. 

Teresa Cortesi con uno de sus títeres históricos.
Curioso que ello ocurra en un contexto como el bargamasco, como fama de ser el pueblo más trabajador, fiel y resistente de toda Italia. Como nos contaban los hermanos Ravasio y Albert Bagno, los Camalli (los portadores y descargadores de los muelles tanto de Venecia como de Génova, nombre que concuerda con el catalán ‘camàlic’, con el mismo significado), eran todos de Bérgamo. Constituían de hecho una comunidad muy organizada cuyas cooperativas han llegado hasta nuestros días, claro que desprovistas de la enorme importancia que tuvieron durante siglos. No cabe duda que Gioppino encarna, en este sentido, la ‘sombra’ o lado oscuro del bergamasco prototipo, sombra que sin embargo es aceptada como algo propio y entrañable, muy querido por el pueblo. Una sana dualidad que explica la autosuficiencia de los habitantes de esta región, que no necesitan espectadores ni reconocimientos externos, pues ellos se bastan al aceptar complejidades interiores contradictorias, que otro pueblos necesitan proyectar al exterior, complicándose de este modo la vida por regla general. 

Plato de polenta con cuchillo de madera. Atrezzo de la colección Cristini. 
Termino aquí el relato de este segundo día en Bérgamo. Extenderse demasiado podría llegar a ser pesado. Quedan las imágenes que he ido intercalando entre los párrafos del texto, que ayudarán al lector a situarse.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Bérgamo: Gioppino, Arlequino y Brighella. Una reserva europea para las tradiciones titiriteras


Ya anuncié en su día que estas Rutas de Polichinela eran un proyecto que estaba destinado a estirarse en el tiempo. Tras la publicación del libro en castellano, catalán y portugués, nuevas oportunidades de conocer otras ciudades y tradiciones han surgido. ¿Y dónde mejor que en Italia podía haber ocurrido? El país de Europa sin duda más rico en patrimonio titiritero con una virtud principal: el alto grado de vitalidad que aquí la tradición posee.

La señora Pina Ravasio con Margi en primer plano, la madre de Gioppino.
Fue Bruno Ghislandi, esencial colaborador en las dos exposiciones de estas Rutas realizadas en el TOPIC de Tolosa y en el Museu da Marioneta de Lisboa (él fue el artífice de la importante presencia de los títeres italianos en las mismas) quién me urgió a conocer las tradiciones aún  vivas del norte de Italia: si el libro tenía que traducirse un día al italiano, sería bueno añadirle unos capítulos dedicados a sus personajes principales. No es ninguna broma: estamos hablando de nombres de la categoría de Arlequino, Brighella, Gioppino, Gianduja o Fagiolino, de una importancia incontestable.

Benedetto Ravasi y su esposa Pina, en una foto histórica del fondo de la familia Ravasio.
De modo que, aprovechando una invitación a Torino para ver la última producción operística con teatro de sombras de Luca Valentino basada en una obra de Alberto Savinio, añadí tres días más para pasarlos en Bérgamo y tener así un primer contacto con estas antiguas pero para mí nuevas realidades. Ghislandi me había prometido un programa de encuentros y visitas que me ayudarían a romper el hielo de mi ignorancia y a empezar a situarme en la región. Una promesa, que a los dos días de mi llegada, sólo puedo decir que cumplió a rajatabla y con creces subidas. 

Sergio Ravasio,. presidente de la Fundación Benedetto Ravasio, con los títeres de la familia.
En efecto, nada más llegar, fui conducido a una de las mecas de la tradición bergamasca, nada más y nada menos que en casa de la señora Pina (Giuseppina) Cazzaniga, en la aldea de Bonate Sotto, titiritera compañera y viuda de Benedetto Ravasio (1915-1990), considerado como uno de los titiriteros más importantes de la tradición en el siglo XX y la persona que hizo de puente entre las antiguas máscaras de Bérgamo (anteriores a los años treinta) y las versiones más actualizadas que han llegado hasta hoy. Nos atendió la misma Pina Cazzaniga en compañía de Sergio Ravasio, director de la Fundación Benedetto Ravasio, y su hermano Gianmaria. Hay que decir que al morir el señor Benedetto, su mujer y sus hijos decidieron crear una Fundación, llamada Benedetto Ravasio, alimentada con la importante colección de títeres, objetos y documentos antiguos de la familia, con la finalidad de promover desde ella la tradición titiritera bergamesca pero también las de toda Italia y del resto de Europa. Bruno Ghislandi trabaja desde hace años estrechamente asociado a la Fundación, encargándose del desarrollo de sus múltiples programas y festivales.

Pina Ravasio con Gioppino.
Quedé impresionado de la energía y la vitalidad de Pina Ravasio, de 97 años de edad, que con tremenda ilusión me fue enseñando a sus queridas criaturas, unos segundos hijos para ella. Fue un despliegue de títeres de talla de madera y de un peso más que considerable, que la señora Pina levantaba de vez en cuando con el brazo en alto como si fueran de corcho. Pero lo más impresionante fue escucharla recitar largos fragmentos de algunas de las obras más importantes, como el Fornaretto de Venecia, o el famoso Pací Paciana, obras de alta densidad dramática, cuyas distintas voces se iban alternando con una dicción clara, fuerte y de altos vuelos teatrales. La intensidad y el fuego que vi en aquella señora de 97 años me hizo pensar que realmente me encontraba frente a una tradición más que poderosa. 

Bruno Ghislandi con los títeres de la familia Ravasio.
Sobre el sofá reposaba una selección de los muchos títeres que guarda la familia. Estaban los principales personajes de la tradición bergamesca: Arlequino, nacido en el valle Brembana, Briguella, de Bérgamo Alta (ambos personajes del s.XVI, dos zanni de la Comedia del Arte) y Gioppino, nacido en Zanica, una aldea cercana a Bérgamo, ya en el siglo XIX. La señora Pina los amaba a todos como no cesaba de afirmar, pero cuando tenía a Gioppino en sus manos, uno comprendía que este curioso personaje con tres bocios en la garganta era el preferido. 

Pina Ravasio con Arlequino.
Y con esta declarada preferencia, la veterana titiritera de Bonate Sotto no hacía más que indicarme una realidad incontestable: el cariño y la estima que todos los habitantes de Bérgamo sienten por Gioppino, una ‘máscara’ (como dicen los italianos, aunque en verdad no lleva ninguna, de máscara, como es propio de los personajes nacidos tras la Revolución Francesa) que es la preferida tanto de la gente culta como de la popular, que ven en ella a alguien entrañable que los representa , a pesar de su triple exacerbación tiroidea y de otras características no siempre ejemplares, como más adelante indicaremos. 

La señora Pina Ravasio con Gioppino y Brighella en brazos.
Debo decir que hacía tiempo que conocía a Gioppino, sin llegar a entenderlo nunca, pues el exotismo de sus tres bocios era para mí algo tan estrafalario como incomprensible. ¿Cómo alguien con esta deformación física puede ser un héroe popular? ¿Se trata acaso de sadismo o quizás de un masoquismo popular de extrañas raíces locales? Preguntas que sólo podían tener respuesta si me acercaba a su propio terreno, es decir, viniendo a Bérgamo y enfrentándome cara a cara con el personaje.

Benedetto y Pina Ravasio en una foto histórica de la familia.
Y he aquí que lo tenía enfrente, festejado por la señora Pina con la aprobación de sus dos hijos presentes, que no ocultaban sentir el mismo cariño. Me lo dejaron probar, y mientras sostenía aquel títere de madera de un peso considerable cuya manipulación requería algo más que una buena técnica, me preguntaba cuáles serían sus misterios y sus secretos por desvelar. Era como si la clásica máscara de los viejos personajes de la Comedia del Arte se hubiera deslizado hasta el cuello, adoptando la forma de esos extraños tres bultos –las tres ‘patatas’ como el mismo Gioppino las llama muchas veces– quizás para ocultar realidades aún más secretas, las que tienen que ver con las idiosincrasias de un pueblo, el bergamasco, conocido por su hermetismo y por sus modos reservados y prudentes de ser, o quizás para esconder los secretos de una voz que tiene en los tres bocios tres cajas misteriosas de resonancia… 

Collage de fotos históricas con benedetto Ravasio.
Pronto lo sabría. Vi a Sergio Ravasio alzar a Gioppino y mostrarme su peculiar modo de caminar. Se notaba que, aun sin ser titiritero, conocía el oficio desde niño: con un ligero movimiento de brazo y codo, consiguió que el títere caminara con una gracia exquisita, elegante y divertida a la vez, y profundamente peculiar. 

El autor de este blog c on Pina y Sergio Ravasio.
Poco a poco me iban soltando algunas de sus características. Pueblerino de origen, simple en sus conocimientos, habla con el dialéctico local, pues uno de los principales rasgos de Gioppino es jugar con los equívocos: doble sentido de las palabras y deducciones disparatadas, que confunden a sus adversarios y hacen partir de risa al público. Otro rasgo es su fuerza física: algo bruto pero que sabe usar el bastón para repartir leña y justicia, la suya. Curiosamente, y a diferencia del prototipo bergamesco, que tiene fama de trabajador resistente e infatigable, Gioppino es perezoso y siempre encuentra excusas para no trabajar. ¡Caramba, me dije, aquí hay algo interesante donde indagar! Un héroe que encarna unas virtudes contrarias a las defendidas por la población. Esto tiene un claro sentido de proyección liberadora.

Bajo el palacio Comunale en Piazza Vecchia.
Por la tarde fuimos a la Piazza Vecchia, en Bérgamo Alta –la ciudad tiene una zona baja y otra alta, donde se encuentra su parte histórica más monumental y vistosa– y tuve así una primera impresión de las bellezas ocultas de esta ciudad que ha sido una de las últimas en Italia en sumarse al jolgorio turístico. Es como si sus habitantes se hubieran resistido a publicitar sus bellezas, que ellos prefieren gozar a solas, sin que nadie busque un reconocimiento que mismos autóctonos ya se otorgan. 

Souvenirs titiriteros en una tienda de Bérgamo.
Vi una discreta –aunque no ausente– presencia de turistas en las calles, lo que indicaba que pese a tanta discreción, esta rica plaga sociológica de la modernidad estaba bien asentada en la ciudad. No vi un uso exacerbado de las riquezas locales en el merchandising de las tiendas de souvenirs, lo que confirmaba este decoro púdico de sus habitantes. Unas calles, las de Bérgamo Alta, que me recordaron las de la vieja Tarragona, ubicadas sobre los yacimientos romanos de Tarraco. 

Gioppino en un escaparate de un restaurante de Bérgamo.
Por cierto, que estuve buscando rastros de Gioppino en la iconografía comercial de tiendas y escaparates, y los encontré aunque escasos: un ‘magneto’, un dibujo de las tres máscaras Arlequino, Brighella y Gioppino sobre un pequeño trozo de cerámica, y, en el escaparate de un restaurante, varias imágenes del personaje. Escasa presencia, pero constatable, lo que era un indicio de la popularidad íntima del personaje a nivel de calle. 

De izquierda a derecha, Gianmaria Ravasio, Albert Bagno, Bruno Ghislandi y Sergio Ravasio, en Piazza Vecchia.

Se sumó al grupo formado por Sergio y Gianmaria Ravasio, Bruno Ghislando y yo, el titiritero francés pero residente en Italia (en Calolziocorte concretamente, provincia de Lecco, no lejos de Bérgamo), Albert Bagno, un buen amigo con el que me vengo encontrando por distintas latitudes desde ‘la noche de los tiempos’ –la última ocasión fue en el Congreso de Unima de Chengdu, en China. Bagno es un enamorado de Gioppino –en China acudió con el personaje, vestido él mismo con sus ropas típicas. 

Albert Bagno, con Gioppino y disfrazado de Gioppino en Chengdu, China.
Y mientras era introducido en los arcanos de la cocina bergamesca –donde la polenta tiene un lugar de honor, bien acompañada con un buen cálice de vino rosso–, charlamos los allí presentes sobre Bérgamo, sobre Gioppino y sobre la buena o mala salud que hoy en día tienen las tradiciones europeas de los títeres. 

El Fornaretto de Venecia, fondo familia Ravasio.
Imposible reproducir la intensidad de los intercambios y las discusiones de la noche, que el verbo vehemente de Bagno hizo subir hacia niveles discursivos de alturas alpinas. Una frase sí me quedó grabada: “Gioppino es el gran desconocido de la tradición europea de los títeres”. La dijo Bagno y creo que dio efectivamente en el clavo. 

Gioppino con moro, títeres familia Ravasio.
Con los artículos que seguirán al presente, dedicados a testificar los encuentros con la hija del histórico titiritero Luigi Cristini, la señora Antonia Cristini y su marido Angelo Mastinu, con Danielle Cortesi y su compañera Teresa, con los fondos titiriteros del Museo del Falegname de Tino Sana, la actuación vista allí de Pietro Roncelli y la comida en el restaurante de la familia de Bigio Milesi en San Pellegrino Terme, en compañía de la hija del maestro y de los miembros de la Asociación Ol Giopí de Sanga (El Gioppino de Zanica), que han creado una compañía con el mismo nombre (el programa urdido por Bruno Ghislandi, artífice de este viaje, fue realmente exhaustivo), intentaré remediar este desconocimiento que la frase de Bagno puso sobre la mesa.