domingo, 22 de enero de 2012

Guiñol, Lyon y sus museos.

Guiñol de Laurent Mourguet,
su creador, hacia 1808. Musée
Gadagne.
No podía faltar en estas Rutas de Polichinela una ciudad como Lyon, bien marcada en el mapa titiritero del mundo por haber dado a luz a uno de los personajes más conocidos de los títeres de renombre internacional: Guiñol.

Una palabra que designa a un personaje, cierto, pero también a todo un género, el de las marionetas, pues en muchos partes la fórmula “teatro de guiñol” es sinónimo de teatro de títeres. Regalar a un niño un “guiñol” es darle un retablo de títeres con un elenco de personajes en el que por lo general no hay ningún Guiñol. Tanta fama adquirió el vocablo, que trascendió las fronteras de Francia y se extendió por el mundo entero, muy en particular en el mundo latino y de aquí a todo Iberoamérica.

Es de suponer que tal expansión debe asociarse a la sufrida por los ideales laicos y republicanos derivados de la Revolución Francesa, que poco después Napoleón quiso instaurar manu militare. De pronto, el pueblo llano quiso tomar la palabra, y Guiñol, nacido en el corazón del ambiente obrero de la ciudad de Lyon (la ciudad de los canuts, nombre con el que se designaba a los que trabajaban en la industria de la seda), supo conectar con estas ansias de hablar directamente al ciudadano de lo propio y de tú a tú. La Revolución trajo eso, una especie de hermandad republicana que liberó al pueblo dormido y lo puso a hablar de lo suyo y entre si. Ya no era la figura tradicional de Polichinela, un criado que procede de la Comedia del Arte y que se había caracterizado sobretodo por burlarse y sabotear las viejas estructuras del Antiguo Régimen, sino que Guiñol es un ciudadano como cualquier otro condenado a sufrir las penurias de la vida cotidiana –falta de trabajo, alquileres caros, problemas con la justicia, con el casero, con la policía, con la administración– quién a su vez se junta con otro ciudadano, llamado Gnafron y que encarna al bebedor que dice lo que piensa sin pelos en la lengua. Claro que a veces Guiñol cumple funciones de criado, como su antecesor en el cargo, pero eso no impide que sea ya un ciudadano con unos derechos adquiridos.

Chignol et Gnafron, revista de
humor político de 1879
Este fenómeno lo vemos también en otros lugares (nacen nuevas máscaras en Italia como Gianduja, en el Piemonte) y los mismos personajes que derivan de Pulcinella adquieren unos rasgos diferenciales que les dan nuevos bríos para vivir durante el siglo XIX un importante resurgir en toda Europa.

Lo curioso de Guiñol es la insólita fuerza con la que nació el personaje y que lo catapultó por toda Francia, llegando a substituir al clásico Polichinelle. Éste no desaparece del todo, pues se le utiliza en muchos casos como presentador –es el encargado de presentar la función e introducir de paso al nuevo personaje que le substituye en el escenario– y sigue manteniendo sus constantes vitales, metamorfoseadas en muchos casos bajo otras formas y nombres (¿no es el Jorobado de París de Víctor Hugo una especie de Polichinela en el romántico papel de monstruo enamorado?). Incluso hoy en día puede decirse que se está viviendo un resurgimiento del personaje en Francia y en toda Europa, ante la necesidad de encontrar nuevas-viejas voces bien cargadas de energía y capaces de expresar las convulsas épocas de cambio actuales.

Sobre este tema estuve hablando ayer con Cyril Bourgois, director invitado de la compañía Les Zonzons que rige el Théâtre des Marionnettes Guignol de Lyon. Él mismo, a través de su compañía “Punch is not dead” instalada en Dieppe (Normandía), ha escrito y montado ya varios espectáculos sobre Polichinelle, tras haber aprendido el oficio en Charleville-Mézières y también con los dos polichinelistas Allain Le Bon y Michelle Gauraz (ambos fallecidos recientemente, cosa que desconocía). Cyril es el encargado de dirigir en estos momentos nuevos espectáculos de Guiñol de la compañía les Zonzons, con la finalidad de darle nuevos aires y bríos al personaje.

Como puede observarse, Lyon es, para el interesado en estos singulares temas titiritiles, una ciudad de obligada visita, que nos sorprende constantemente por sus múltiples ángulos que directa o indirectamente nos remiten a esa necesidad de expresión desdoblatoria que es la marioneta. No en vano en Lyon crearon los hermanos Lumières una fabulosa industria basada en su invento para reproducir y proyectar imágenes en movimiento, al que llamaron Cinematógrafo, y que de alguna manera vino a substituir las tres dimensiones del retablo de títeres por las dos de la pantalla animada por la proyección lumínica de una sucesión de fotografías tomadas mecánicamente. Hoy tengo planeado visitar el museo dedicado a estos personajes legendarios que revolucionaron el arte contemporáneo y que se encuentran en el mismo lugar dónde vivían y tenían sus pabellones los Lumières.

Alienígena del Musée Miniature et Cinéma
No es de extrañar, pues, que también se encuentre en Lyon un fascinante y singular museo llamado Musée Miniature et Cinéma, situado en plena calle Saint Jean (arteria turística del viejo Lyon, junto a la Catedral) en la vieja Casa de los Abogados, un prestigioso y típico edificio lionés del siglo XVI. El museo es obra del carpintero y arquitecto interiorista Dan Ohlmann, quién se especializó en la creación de maquetas y miniaturas hasta que en 1989 se instala en Lyon. Crea primero en 1990 el Palacio de la Miniatura que luego se transformará, en el año 2005, en el actual Musée Miniature et Cinéma, gracias al patrocinio conseguido de la mecenas suiza Gisela Oeri, presidenta del Fútbol Club Basilea y fundadora del Museo de la Casa de Muñecas, también en Basilea (por cierto, el museo más grande de Europa en su género, un lugar sin duda interesante a visitar, en pleno centro de esta ciudad suiza).

Cadáver putrefacto del Musée Miniature
et Cinéma
El Musée Miniature et Cinéma es un compendio de miniaturas de todos tipo (el restaurante Maxim’s de París, la ópera de Lyon, el Museo de Historia Natural de París, entre otras muchos más) así como de efectos cinematográficos de los más insospechados, pues junto a las naves espaciales y a los personajes entrañables de la Guerra de las Galaxias, se encuentran multitud de otros personajes surgidos de la más truculenta imaginación cinematográfica del siglo XX y XXI, como los mismísimos decorados de la película El Perfume de Tom Tykwer, o un número ingente de criaturas extraterrestres, robots, zombis, cadáveres putefractos y raros androides, autómatas de animales radioteledirigidos, como la criatura de Men In Black, prótesis faciales como las del Planeta de los Simios, muestras de heridas hiperrealistas, de maquetas de accidentes de explosión y otros mil trucos de simulación visual. Como dijo su fundador en una entrevista, “No pretendemos ser un museo del cine, sino el de los artistas de los estudios”.

El museo nos muestra el lado artesanal y de recreación plásica del cine, que tanto tiene que ver con el mundo de la animación y, por lo tanto, con el de las marionetas. En cierto modo, visitar este museo y sus talleres puede darnos una idea de una de las líneas de evolución que sin duda tendrá el futuro teatro de títeres basado en la robótica, en los autómatas de nueva generación ya con inteligencia artificial, y en otros artilugios que el acontecer nos tiene reservados.

Reproducción del Nautilus, de Julio Verne, del Museo
de Autómatas de Lyon
También es interesante visitar el Museo de Autómatas que se encuentra en el número 100 de la Rue Saint Georges, no lejos de la Catedral y a pocos pasos de la estación de metro Vieux Lyon. Aquí nos encontramos con la ortodoxia mecánica de los viejos autómatas europeos movidos por sistemas dentados de ruedas giratorias y otros mecanismos estándares de automoción. Aunque el museo data de 1991, su origen se remonta al año 1946, cuando se inició el trabajo de Augustine, Georges y su hijo Robert EMA. Crean al principio autómatas electro-mecánicos para los escaparates de los grandes almacenes, una costumbre bien arraigada en Lyon (y en tantas otas ciudades del mundo), hasta que el acopio de trabajo y obra realizada les anima a buscar un sitio dónde exponer sus creaciones. Así nace el museo en 1991 que poco a poco va creciendo hasta su actual forma, con una colección fija de 250 autómatas agrupados en varias escenas de la vida cotidiana, de la historia de Lyon, de los cuentos populares, de mundos imaginarios populares (como una reproducción del interior del Nautilus con un Capitán Nemo mirando pulpos gigantes a través de un enorme y sugerente ojo de buey, o una orquesta de músicos dieciochescos ejecutando fragmentos de La Flauta Mágica de Mozart, o, aún más interesante para nosotros, una escena de Guiñol en plena representación junto a su inseparable Gnafron y otros personajes secundarios).

Como vemos, el mundo de la marioneta de cruza con el de los autómatas, y ambos se imbrican en una fecunda y prometedora interrelación.

Gnafron de Laurent Mourguet,
su creador, hacia 1808. Musée
Gadagne.
He dejado para el final de esta crónica el Musée Gadagne, sin duda el más importante desde el punto de vista marionetista, o al menos el más oficial, en cuanto es el Museo Municipal de la ciudad de Lyon, en el que no sólo hay unas muy interesantes salas dedicadas a Guiñol y a la historia de las marionetas, sino también otras muchas que nos hablan de la historia de la ciudad. Debo decir, antes de continuar, que también existe otro museo dedicado a nuestro personaje, llamado “Petit Musée Fantastique de Gignol” y que se encuentra en los bajos de la tienda de souvenirs, mayormente dedicados al héroe lionés, ubicada en el nº 6 de la calle Saint Jean, en el centro antiguo y a pocos pasos del mismo Museo Gadagne. De él hablaré  en mi próxima crónica.

Lo bueno de la colección del Museo Gadagne es que reúne algunas de las más antiguas piezas de Guiñol pertenecientes a su fundador, Laurent Mourget, unos títeres que impresionan por su rudimentario impacto y que presentan una tipología bastante amplia de personajes. El material está muy bien presentado aunque hay que decir que es un museo de expresión sobria, es decir, no enseña todo lo que tiene sino sólo algunas de las piezas consideradas más importantes, lo que sin duda gustará a los amantes de la frugalidad comedida y del considerado rigor científico. Debo reconocer que yo me inclino más por el exceso y la desmesura, como si la profusión barroca fuera más proclive a satisfacerme. Soy consciente de que hoy los museos se inclinan más por el minimalismo y nada hay que objetar a ello. Piensan los entendidos que se consigue más impacto con una única imagen bien puesta y seleccionada y quizás tengan razón, pero el exceso de austeridad también aburre y a mi me entusiasman los museos acientíficos que acumulan objetos por todas partes, como algunos antiguos que existen tal como sus creadores los idearon, con espíritu más de coleccionista que académico.

Incroyable, con Guignol y Diablo detrás, títeres de Louis
Edmond Durant (1883-1880), París, Guignol des Tuilleries,
Collection Dor. Musée Gadagne.
Pero que nadie crea que el museo Gadagne carece de interés, muy al contrario: sus colecciones de marionetas son impactantes. Aparte de Guiñol,  hay un par de Polichinelas extraordinarios –siempre tan difíciles de encontrar–. Uno de ellos tiene una joroba delantera que parece un enorme falo pegado al cuerpo, efecto seguramente buscado por su creador. Hay buenas colecciones de marionetas de hilo francesas e italianas, un magnífico Punch con Judy, el Boby o policía, y el payaso. Un viejo Kasperl de talla de madera, y hasta un pequeño Kasparec metido en un teatrillo de cartón. También hay marionetas de Japón, de África y siluetas de Indonesia, Camboya y China.

Aconsejo al visitante no detenerse sólo en las salas de marionetas y adentrarse en las que se habla de la historia de Lyon. Sabrá así de la importancia que tuvo –y al parecer sigue teniendo– la Francmasonería en esta ciudad, así como un movimiento o fenómeno obrero propio del siglo XIX muy francés llamado Compagnonnage, en el que sus miembros recorrían el país para aprender los oficios junto a los maestros locales. Muy influenciado por la Francmasonería, vendría a ser algo así como una rama obrera de la misma. La creciente industrialización a mediados del siglo XIX fue acabando con este movimiento.

En una próxima crónica continuaré con más detalles sobre esta fascinante ciudad titiritera. Adjunto algunas imágenes que sin duda ayudarán a visualizar lo narrado hasta aquí.

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