Si Nápoles se definía con Pulcinella, Venecia lo hace con la máscara a secas. Al menos así lo parece indicar su actual industria iconográfica. Por supuesto que tiene personajes propios, como Pantalone (palabra que proviene de “plantar el Leone”, el emblema de la ciudad) y no duda en incorporar otras, como Arlequino o el mismo Pulcinella (de sombrero alto y nariz alargada éste, tal como Tiépolo lo inmortalizó en sus grabados), pero en ningún caso la representan a solas.
Es curiosa esta impostación veneciana hacia la máscara, presente en todas las tiendas de souvenirs, y que tiene que ver lógicamente con su famoso Carnaval. En la época de su máxima decadencia pero cuando aún tenía independencia y los restos de un poder político ya acabado, que fue el siglo XVIII antes de que Napoleón firmara su acto de defunción y acabara al final cayendo en manos de Imperio Austrohúngaro, el Carnaval por lo visto podía alargarse durante meses, tal era el entusiasmo de sus habitantes por cambiar de identidad y gozar de libertades y libertinajes sin fin. Una de las razones de estos alargamientos era el turismo que ya venía entonces de toda Europa. Y es que Venecia siempre fue una ciudad que atrajo a los extranjeros. En cierta manera, todo ella es como una imponente escenografía hecha y pensada para impresionar a propios y extraños. ¿Cómo sino una ciudad tan pequeña, levantada sobre una laguna casi sin tierra firme, podía imponer respeto a sus amigos, competidores, enemigos y a sus propios súbditos? El gusto por las buenas artes fue uno de sus principales sellos de identidad y esta inversión tuvo efectos estratégicos de muy largo alcance, pues todavía hoy vive la ciudad de sus pasados esplendores. Su única industria es, principalmente, mantener la ciudad intacta y procurar que no se hunda en el mar.
De todas formas, en el último siglo Venecia ha conseguido reinventarse en términos culturales, al convertirse en una ciudad particularmente interesada en el cultivo y la exhibición de las artes, especialmente en sus formas más avanzadas y contemporáneas. Festivales de cine y su famosa Bienal son sus principales logros, más un sinfín de actos culturales, estrenos de nuevas composiciones y multitud de galerías, museos y salas de arte muy activas.
Ciudad teatral como pocas, en el sentido de que toda ella es un escenario o una escenografía en la que los actores son en realidad los fantasmas del pasado que habitaron y crearon sus maravillas en ella. Los turistas ejercen de figurantes y de espectadores, encargados básicamente de pagar la función.
Desde el punto de vista turístico, hace tiempo que Venecia “muere de éxito”. Me refiero a esta frase que ilustra tan bien una situación de éxito que sin embargo puede llegar a convertirse en pesadilla: una ciudad cara, intransitable, dónde se paga por todo, en la que los propios habitantes no se reconocen, etc. Pero hace tanto tiempo que vive en esta situación, que su “morir de éxito” se ha convertido casi en su principal estado asumido por propios y extraños. Digamos que su vivir “alegremente en perpetua agonía” es el precio que hay que pagar por tener una ciudad que gusta tanto –y que agoniza físicamente desde hace tiempo. ¡Qué remedio!
Por todo ello su visita se convierte en algo fascinante, pues ante tus ojos no solo están los palacios, sus bellos decorados y obras de arte, los canales, los puentes y las góndolas, sino también esta suma de realidades y problemáticas que tienen que ver con el tiempo, la duración, la historia, las guerras antiguas y olvidadas, las obras maestras que nacieron y fueron vistas y oídas allí por primera. Esta complejidad hace que tu puedas sentirte también actor participante en esta comedia de los siglos, ocupando tu papelito de figurante observador, mientras recorres maravillado las mismas calles por las se maravillaron en sus días Mozart, Voltaire, Goethe, Stendhal, Byron, Mann…, por sólo citar a unos pocos.
(Paolo Paparotto actuando en una plaza)
En cuanto a los títeres, Venecia fue un lugar importante en el siglo XVIII por las óperas con marionetas que se solían hacer. Poco queda de ello, una pequeña colección y un teatro muy bonito e interesante que se exhiben en el pequeño pero recoleto Museo Goldoni, dotado de una magnífica biblioteca. También Pulcinella estaba presente en sus plazas, siendo tan intensa su actividad que a los titiriteros se les llamaba puccinei. Y, por supuesto, los demás personajes de la Comedia del Arte, como Arlequino, Brighella, Pantalone, Colombina… Estuve comiendo el otro día con Paolo Paparotto, maestro titiritero de Treviso (muy cerca de Venecia) quién desde hace ya más de treinta años ejerce con el personaje de Arlequino como principal figura. Fue él, junto con Gigio Brunello, quién rescató del olvido a Arlequino y lo reintrodujo como personaje del teatro de títeres. Una tradición que en el Veneto ya se había perdido. Paolo me explicó muchas cosas que fui apuntando para mi proyecto de Rutas de Polichinela.
¿Quién habrá tras la máscara enigmática en la que se esconde Venecia? Muchos dirán Pantalone, ese viejo listo, avaricioso y ambicioso, pero pocos lograrán verle, pues sagazmente se habrá ocultado antes de que lo pillemos. Tal vez veamos la punta de su barbilla, o la sombra de su nariz, así como los alientos de su risa irónica y de las aguas estancadas en su laberinto de canales, con sus góndolas que parecen insectos de los que chupan la sangre… Pero la imagen que finalmente nos mostrará será siempre misteriosa y seductora, fría y ardiente, invisible y sugerente… Sí, como todos, caeremos de rodillas a sus pies y volveremos a visitarla una y otra ves.
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