Reproduzco a continuación unas palabras dichas en 2006 en el Retablo de mi Blog sobre MELODAMA (ver artículo entero aquí) :
"Lo más impresionante
de este espectáculo es que la sencillez de sus medios y estructura no
impide que, a medida que va avanzando el reloj de la representación,
vaya en aumento la emoción del espectador, pues la obra consigue
engancharte y te arrastra en su inocente juego con inusitada i
sorprendente fuerza. No sólo eso: el espectáculo empieza y acaba
cerrando el círculo del inicio con una coherencia rotunda, al situar los
contenidos de la obra que sólo adquieren plena significación tras
llegar al final.
El
responsable de la dirección escénica es Jordi Prat i Coll, artífice
también de este “tour de force” dramatúrgico, que se sirve de los
lenguajes del cine y de los dibujos animados, amén del mismo lenguaje de
los títeres, hartamente conocido por Eugenio Navarro, director de la
compañía, y su colega en la manipulación y constructor de los títeres,
Martí Doy. Cosiendo todo este conjunto está la importante música de
Matías Torres, único sonido del espectáculo (pues la obra es muda en
cuanto a palabras), así como el vestuario excelente de Águeda Miquel,
las luces acertadísimas de Quico Gutiérres y las estructuras del retablo
de Tero Guzmán.
Los elementos son muy sencillos y el espectáculo es de esos que viajan en una maleta y un par de bultos: dos teatrillos o retablos de títeres, abiertos y sólo con un fondo de ciclorama en cada uno de ellos, van desarrollando una acción que avanza en paralelo o en yuxtaposición, representada por un cuerpo reducido de personajes.
La obra empieza con dos muñecos simétricos vestidos de blanco evolucionando cada uno en el recuadro de su respectivo teatro. Son dos seres perdidos en el espacio, inmersos en una música trascendente y galáctica. De pronto se encuentran, se sorprenden un poco, pero inmediatamente son arrastrados otra vez por las corrientes invisibles que los balancean en movimientos lentos y simétricos.
De
pronto, la escena se corta y surgen los personajes reales de la
historia que se va a contar: un melodrama de los de antes, con suicidio
incluído, resucitación y duelo. Para explicarla, los dos teatrillos son
usados com si fueran dos viñetas. A veces se superponen, a veces se
conectan entre si, otras son dos espacios separados y distintos. Con
sencillísimos elementos escénicos, a través de una mímica elemental de
cine mudo, se va narrando la historia: como la joven se deja seducir por
un crápula que la lleva de viaje para al final abusar de ella y
abandonarla. El rival, su par, algo bruto y poco fino, pero que la
quiere de verdad, la sigue a todas partes pero llega demasiado tarde: en
el hotel dónde ha sido abandonada, la chica acaba de tirarse por la
ventana. Destrozado, vuelve al hogar de la joven, para cuidar de su
tutora o abuela, una vieja desalmada. Ésta muere en un arrebato de
furia. Entretanto, vemos en el otro teatrillo a la joven salvada por un
anciano quién a su vez la emplea de sirvienta. Triste destino el suyo,
encargada de desvestir y acostar a su viejo salvador. También éste
muere, en un plano simétrico al de la abuela, en una escena hilarante y
tremenda de estertores que se van callando. Aprovecha la joven para
coger el dinero del anciano y regresa a casa rica, guapa y elegante.
Gran alegría del novio bueno, pero surge en aquel momento el crápula por
el que ella todavía siente algo… Un duelo resolverá la cuestión.
Disparan y…. Regreso al origen, los dos títeres blancos dando vueltas
por el espacio galáctico, dos almas que han perdido sus disfraces, sus
máscaras, sus egos ridículos y melodramáticos, y que giran a la par,
metidos en el torbellino absurdo de la nada…
Con sólo estos elementos, la obra ya funcionaría por si sola. Pero es que la solución dramatúrgica del doble teatrillo con los dos personajes simétricos que son y no son el mismo, carga el espectáculo de un valor simbólico añadido de sumo interés, al introducir la temática del Doble y de la Dualidad, intrínseca del propio lenguaje de los títeres. Temática que está inscrita en la estructura doble de la obra, y que abre y cierra el espectáculo. Es esta densidad dramatúrgica, planteada de un manera sencilla y en ningún momento pretenciosa, lo que confiere a Melodama un alto grado de interés artístico, filosófico y titiritil, tal como el público asistente pareció captar después de la función, premiando a los actores titiriteros con fuertes y prolongados aplausos.
Si a todo esto le añadimos el humor ingenuo y socarrón de Eugenio Navarro, que impregna de principio a fin toda la obra, la maestría constructora de Martí Doy, autor de los muñecos, y el buen hacer musical, de una funcionalidad impecable, de Matías Torres, no cabe duda que nos hallamos ante una propuesta teatral de primerísima calidad. Lo dicho: no se lo pierdan."
Pues eso: ¡no se lo pierdan!
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