He acudido estos días a Tolosa en ocasión del Festival anual de títeres que se celebra en la pequeña ciudad del Oria, a pocos kilómetros de San Sebastián. Con una población no mayor de 20.000 habitantes, situada en el valle del río Oria, Tolosa fue fundada en 1256 por el rey castellano Alfonso X el Sabio, dándole el nombre de una ciudad prestigiosa de la época, la de la francesa Tolosa (Toulouse). Destaca por su dedicación a la industria del papel y a la maquinaria que lo produce, además de otras industrias sobre complementos de automóviles y otros. Ciudad emprendedora y centro comarcal importante (fue capital de Guipúzcoa entre 1844 a 1854, durante el gobierno progresista), posee unos valores añadidos que le han dado renombre internacional: el certamen coral que se celebra anualmente y que se ha convertido en un referente mundial en el tema, y la reciente inauguración del TOPIC, el flamante Centro Internacional del Títere de Tolosa.
Que una ciudad pequeña como Tolosa haya decidido abrirse al mundo de las marionetas y dedicarle uno de sus edificios más emblemáticos (el antiguo Palacio de Justícia, en la plaza Euskal Herria) no deja de ser un ejemplo de inteligencia estratégica, en unos momentos en los que las ciudades deben desarrollarse no sólo desde el ladrillo y la industria, sino también en las dimensiones más abstractas del conocimiento, del arte y de la cultura, es decir, desde la imaginación, afín de crear unos espacios de atracción multidisciplinar capaz de potenciar el intercambio, la afluencia de visitantes y el comercio, y situarse así en el mapa del mundo. Apostar por las marionetas proporciona el importante valor añadido de la “singularidad” (que en un futuro será un “maná” por el que se pujará muy alto) más otro no menos importante, aunque sí “más esotérico”, como es el del “desdoblamiento”: la posibilidad de verse reflejado en las dualidades icónicas con las que las distintas culturas del mundo se han desdoblado. Algo que la existencia de un precioso museo de marionetas en el TOPIC permite (para leer más sobre el museo, pulsar aquí).
Esta apuesta tiene su “festividad” correspondiente: el Festival de Títeres llamado Titirijai y que se celebra cada año a finales de noviembre y principios de diciembre. Durante los días del Festival, se concentran en Tolosa multitud de titiriteros, agentes, programadores y especialistas del país y del mundo entero. El festival, que dedica cada edición a un país diferente, se ha centrado este año en Japón, de modo que la ciudad está llena de japoneses, con cuatro compañías todas ellas provistas de muchos titiriteros.
Interesante ver como el cruce de culturas y los encuentros de cocinas y de mentalidades tan diferentes conviven cada día en los teatros y salas de espectáculos, en los comedores de las Sociedades Gastronómicas o en el comedor del Cit. Pero aún más interesantes, para los especialistas e interesados en los títeres, son los encuentros que se han efectuado en el TOPIC entre las distintas compañías y visitantes. Un intercambio de realidades y pareceres que me ha permitido actualizar la visión del mapa mundial no sólo de los títeres, sino también de tantas otras realidades sociales y políticas del momento.
Cambios de época por doquier. Cuba, Argentina, Japón, España.
(imagen del Otome Bunraku, la versión del Bunraku tradicional cuyos intérpretes son todas mujeres)
En efecto, una primera conclusión que se me aparece es la constatación de encontrarnos en una época de profundos cambios por doquier, cambios que adquieren dimensiones y velocidades distintas según el lugar y el continente, movimientos que agitan las aguas y zarandean los cimientos sobre los que durante décadas nos hemos sustentado. En unos lugares la cosa es nueva y los cambios están en alzas de cortar el aliento, en otros ya hace tiempo que se navega sobre las olas del cambio. Así lo pudimos comprobar al escuchar a los titiriteros de Cuba (Papalote), a los de Argentina (Libertablas), a los de Japón (Puk, Otome Bunraku, Hitomiza Puppet Theatre y Hachiqui Kuruma Ningyo) y a los distintos titiriteros españoles presentes (Pa Sucat, Los Duendes, Txotxongillo, A La Sombrita, Periferia Teatro. Títeres la Tía Elena, Farres Brothers, Caracartón, Martí Doy, Jacques Trudeau, Lola Lara, Guadalupe Tempestini, los representantes del TOPIC o yo mismo).
(René Fernández Santana, director de Papalote, de Cuba)
Cuba, por ejemplo, se encuentra en plena fase de transición, acabando un período e iniciando otro. Como explicaba René Fernández Santana, director de Papalote, la caída del “campo socialista” hizo que Cuba cayera en una de sus peores crisis, de flagrantes carencias, desánimo de la población y con unos sueldos de risa. El resultado fue una dejadez y un abandono que acabó con multitud de proyectos interesantes de tipo teatral y cultural. En estos momentos, el país está viviendo un proceso de reordenamiento que busca acabar con la desidia funcionarial, con los sueldos vitalicios improductivos y que intenta incentivar el trabajo y la productividad. Es evidente que el camino conduce a una privatización que tarde o temprano se embarcará por las sendas del libre comercio, como ha sucedido en tantos países del llamado “campo socialista”. Los teatros que antiguamente se sustentaban únicamente con el apoyo estatal, deberán replantear sus estrategias de creación y producción y abrirse a la sociedad para encontrar otros medios con los que complementar los estatales y nuevos incentivos en los que las relaciones internacionales serán de vital importancia. Ya Papalote parece haberse inscrito en esta dinámica, siendo su activo más importante la seriedad y la entrega vocacional de los que permanecieron al pie del cañón cuando los grupos se disolvían bajo el acoso de la crisis. También desde Matanzas, Rubén Darío Salazar mantiene una intensa actividad desde su Teatro de las Estaciones, con realización de encuentros, cursos y festivales.
(imagen de la obra Pinocho, de Libertablas, Argentina)
Argentina, que proviene de una larga crisis en la que se tocó fondo varias veces, parace por el contrario encontrarse en una etapa de crecimiento y de explosión creativa como lo demuestra la existencia de más de 2.000 grupos de títeres que pretenden vivir de ello. Algo imposible a todas luces, pues jamás 2000 grupos podrán alcanzar las cotas del autosustento, lo que da una idea de la realidad de saturación profesional en la que se encuentra el país, y que sin embargo es un índice muy positivo de desarrollo y de potencialidad creativa. Si existen tantos grupos en activo, qué duda cabe que en poco tiempo habrá una profusión extraordinaria de espectáculos de sumo interés, espoleados por la feroz competencia existente. Eso no significa que los problemas no sean mayúsculos, especialmente para los que tienen estructuras más o menos consolidades y que luchan por mantenerlas, como es el caso de Libertablas. Sin embargo, mostraron su inteligencia estratégica al apostar por políticas de acción militante (verdaderas políticas culturales a falta de las oficiales) en poblaciones y barrios marginados, que sin duda constituyen inversiones a largo plazo cuyos resultados no pueden dejar de fluir en el futuro.
(fachada del Teatro Puk de Tokio)
Japón goza de una curiosa realidad en la que junto a los nuevos grupos dedicados al títere contemporáneo, coexisten las distintas tradiciones seculares del Bunraku y de los títeres de guante que gozan de una relativa buena salud (escasean los nuevos aprendices, uno de los problemas principales, y las funciones se sustentan a veces más sobre el turismo que sobre el público local). Sin embargo, perviven todavía las funciones populares que se realizan en épocas especiales del año (la siembra, la cosecha, los cambios de estación, el fin de año…) con sus antiguas siginificaciones ritualísticas. Junto a la tradición, existe un enorme movimiento amateur constituído por “madres”, un curioso fenómeno que cada día tiene más extensión y que se produce en escuelas, centros culturales, asociaciones, casas particulares… En paralelo a estas realidades, existe una gran actividad de grupos contemporáneos, algunos de ellos de gran potencia, como lo ejemplifica la compañía Puk, que este año cumple 81 años y que dispone de un magnífico teatro propio, de una escuela y que está constituída por unas 70 personas. Una historia y un repertorio con profusión de títulos procedentes del teatro universal y de obras locales, algo insólito en el mundo de las marionetas. Estos grupos actúan con envidioso empuje aunque tienen también dificultades de financiación, pues el estado sólo subvenciona directamente las producciones. Eso significa que dependen sobretodo del taquillaje de las funciones, que deben multiplicarse para atender a las necesidades de la compañía. Una situación de activismo y de esplendor pero que lucha contra unas carencias importantes, al centrarse la atención institucional en mantener las antiguas tradiciones del Bunraku. No cabe duda que la existencia del Bunraku es una enorme bendición al permitir un diálogo fresco, directo y muy revitalizante entre tradición y modernidad, pero a su vez tapona las posibles ayudas a lo contemporáneo.
(imagen de la Asociación Profesional de Teatro para Todos los Público, de Cataluña)
España mostró también sus realidades, que tras las euforias de los últimos años, parecen encaminarse hacia políticas drásticas de recorte de presupuestos, cierres de teatros, abandono de iniciativas, etc, lo que demuestra la escasa visión estratégica de algunos de nuestros gobernantes. Así lo comentaban los de Periferia de Murcia (se han cerrado cuatro teatros y se han eliminado prácticamente todas las ayudas en cultura de esta comunidad). Una situación agravada por las cerrazones que las distintas autonomías parecen estar practicando: lo que antes se achacaba a Cataluña (imposible entrar en los circuitos catalanes a causa del idioma) corre el peligro de convertirse en norma entre las distintas comunidades autonómicas. Esperemos que ello no ocurra y que la sensatez se imponga. Cataluña mostró, a través de Jordi Cartanyà, su realidad actual, bien marcada por la asociación Teatre Tots els Públics, de la que él es presidente, autora junto con otras entidades de un reordenamiento del sector a través de un fructífico diálogo con las instituciones. Una política que el actual cambio en la Generalitat deberá refrendar. Expuso Jordi muy bien la situación, explicó por ejemplo como en realidad no podía hablarse de ninguna red de teatro infantil en Cataluña, al ser los dos movimientos Rialles i Xarxa iniciativas privadas basadas en el voluntariado y solo indirectamente subvencionadas, motivo por el que no tiene sentido decir que las “redes en Cataluña estaban cerradas”. La razón es más simple: no existían. Aragón, que habló por boca de Adolfo Ayuso, puso sobre la mesa las dificultades de los grupos pequeños en una región grande y poco poblada, en la que las grandes compañías dominan un mercado escaso y disputado.
Viendo el conjunto de las intervenciones, se deduce que nos encontramos en una vertiginosa época de cambio: mientras en unos lugares se lucha con desesperación por salir de agujeros históricos de acusada profundidad, en otros parece que nos metemos en ellos, zarandeados por ciclos económicos, impotencias políticas, desfallecimientos civilizacionales y cambios culturales sin rumbo conocido. En otros lugares, como Japón, inercias seculares mantienen viva la tradición, mientras las iniciativas privadas de teatro contemporáneo deben luchar ferozmente para abrirse camino y consolidar sus espacios conquistados tras décadas de actividad.
Qué duda cabe que los titiriteros, desde nuestra posición de agentes culturales abiertos a la creación, podemos aportar perspectivas y signos de lo nuevo que se avecina, siempre y cuando abordemos nuestra actividad con los ojos abiertos de la reflexión crítica, la imaginación creativa, más la osadía de salir y conectar con lo Ajeno que se hace en el mundo.
En una próxima entrega hablaremos de los espectáculos vistos en Titirijai.
No hay comentarios:
Publicar un comentario