martes, 27 de julio de 2010

Lisboa, ciudad doble.

(Iglesia de Sao Domingos)

Invitado en el mes de marzo por el Festival Internacional de Marionetas y Formas Animadas (FIMFA) que celebra este año su décimo aniversario, tuve la oportunidad de pasar unos días en Lisboa, bien instalado en una pensión cercana al Convento das Bernardas, dónde se halla ubicado el hermoso Museu da Marioneta, dirigido por María José Machado Santos. Pude deleitarme así de nuevo recorriendo las salas del Museu mientras gozaba, al salir, de la luz y del aire tranquilo y relajado del claustro, un patio que es sin duda uno de los mayores atractivos del edificio das Bernardas.

Compartí con los amigos de A tarumba, Rute Ribeiro y Luís Vieira, varios de los espectáculos programados en el FIMFA, sobre los que el interesado puede leer los artículos que he publicado en Titerenet (uno y dos). Especial mención merece el equipo de colaboradores del Festival, formado por jóvenes productores y voluntarios, de una exquisita amabilidad y sofisticada eficiencia.

Pude darme cuenta de una tendencia general que se empieza a observar en los sectores de la cultura: las mujeres son las que llevan la voz cantante en los temas de organización, complejidad y logística. Aparte de Luís Vieira y de Bruno Reis, los componentes del equipo del FIMFA son todo mujeres (Rute Ribeiro, Raquel Monteiro, Sandrine Digo, Ana Gabriel Mendes, Catarina Côdea…). ¡Y no hablemos del equipo del Museu da Marioneta, compueste por 9 personas de las que 8 son mujeres! Creo que se trata de un fenómeno nuevo e imparable, por el que los hombres parecen condenados a ocupar los puestos de trabajo más relacionados con la fuerza de los músculos, mientras las mujeres servirían más para trabajar con el cerebro. La mayor presencia femenina en el mundo universitario, un fenómeno común en todo el mundo occidental pero también en algunos países emergentes, como el mismísimo Irán, indica claramente esta tendencia global que sin duda deparará no pocas sorpresas y cambios en el futuro próximo y lejano.

Por lo demás, puedo decir que me dediqué a pasear por Lisboa aprovechando que el tiempo estaba fresco y que la ciudad gozó de un día más sin tráfico, a causa de la visita papal que paralizó el martes toda la zona céntrica. Bueno para mi, pues me permitió pasear por el centro con menos polución y sin tener que esquivar los coches.

Esta estancia lisboeta fue de hecho el inicio de mi proyecto "Rutas de Polichinela. Títeres y Ciudades de Europa", pues finalmente he optado por empezar el trabajo por la capital portuguesa. Varias son las razones: aquí empecé a interesarme por las marionetas, el Don Roberto portugués fue el primero de los personajes populares que más me impactó y Lisboa goza, además, de una condición de "ciudad doble" que la convertía en el paradigma de una relación temática que irá cruzando esta investigación de principio a fin.

Como hago siempre en Lisboa, recalé varias veces en la Iglesia de Sao Domingos, junto al Rossio, lugar que me fascina por la extravagante textura de sus piedras interiores, asoladas implacablemente por el fuego. La restauración hecha ha respetado estas señales –imposible por otra parte sacar los impresionantes lametones que las llamas dejaron en las columnas del templo– y el conjunto estremece por esa especie de neobarroquismo creado por los elementos.

(Iglesia do Carmo)

En la Rua de Almadà, entre a Praça da Figueira y Sao Domingos, sigue habiendo “pipís”, ese plato típicamente portugués muy picante hecho con los menudos del pollo. Y la Ginginha sigue sirviéndose en el chiringuito que hay en la esquina. En este sentido, pues, no hubo sorpresas desagradables.

En esta nueva estancia lisboeta, me enteré de algo que desconocía: es propio en Portugal que el primer apellido de las personas sea el de la madre y el segundo el del padre. Justo al contrario de lo que se hace en España, dónde impera el apellido paterno y luego se añade el materno. Creo que es un dato en absoluto trivial sino que indica una clara actitud matriarcal frente al espíritu profundamente patriarcal de lo español. Coincide además con ese tópico que dice que mientras España fue un país de conquistadores, Portugal lo fue de navegantes y descubridores –motivo por el que las mujeres, que quedaban en tierra, se convirtieran en el obligado referente familiar. De ahí ese otro tópico tan explotado, la “saudade”, sinónimo de distancia, de alejamiento y de la añoranza que conllevan los viajes, un sentimiento que el español desconoce –pues el consquistador corta amarras cuando se apodera de algo, como hizo Hernán Cortés al quemar las naves nada más desembarcar en tierra americana. Esta persistencia en la distancia de lo portugués explica fenómenos como el dualismo del que tanto gustaba Fernando Pessoa, quién hizo de ello profesión, al identificar desdoblamiento con creación poética.

Con todas estas ideas en la cabeza, fui paseando por las calles de Lisboa, saboreando las “dualidades” que veía en los detalles o que pescaba en el aire y en la luz atlántica de la ciudad, luz que me hablaba de distancias transoceánicas. Las ruinas de la Iglesia do Carmo, destruída durante el terremoto de 1755, mantenidas intactas desde entonces, así como la misma erosión del fuego en Sao Domingos, se me presentaron como expresión de esta compulsión dualística, de doblar el tiempo y el espacio en dos y superponerlos en una única visión que nos habla del pasado y del presente, de lo viejo rodeado de lo nuevo.

Y al pensar que me encontraba en un festival de marionetas, actuando en uno de los más preciosos “templos al desdoblamiento” que existen en la Península (el Museu da Marioneta del Convento das Bernardas), comprendí que en efecto Lisboa era, al menos para mi, una ciudad doble, profundamente inclinada a la dualidad. ¡Qué privilegio, pensé, gozar de ella siendo un titiritero! Una profesión basada, como es bien sabido, en el sistemático desdoblamiento.

Visto así, tiene su lógica que en el 75, cuando Mariona Masgrau y yo recalamos en Lisboa, conectáramos precisamente aquí por primera vez con el mundo de las marionetas. Una suma de extrañas coincidencias que cambió radicalmente nuestras vidas. En cierta manera, la dualidad llamó a nuestras puertas y no supimos decirle que no. Las ciudades con fuerte personalidad tienen estas cosas, y Lisboa en concreto se regodeó en jugar con nosotros. Lo que explica mi inevitable devoción por ella.

(artículo publicado en "El Retablo de mi Blog" en mayo de 2010.)

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