A veces no es necesario salir de su propia ciudad para ver tradiciones curiosas y muy difíciles de encontrar como es el caso del Bululú, esa modalidad titiritera prácticamente en desuso y que tánto influyó en escritores como Valle-Inclán o García Lorca. Así ha ocurrido esta semana en Barcelona, con la visita de Iñaki Juárez Montolio, de la compañía Arbolé de Zaragoza, al teatrillo La Puntual dentro de su ciclo veraniego de teatro para adultos.
Iñaki recrea en su espectáculo la figura del Bululú ambulante que iba con su capa y sus cuatro títeres, generalmente ciego (o falso ciego) acompañado por un lazarillo, que unas veces tocaba el pandero o la guitarra, y en otras era el encargado de mover los mismos títeres escondido detrás de la capa del cómico que por lo general declamaba todas las voces. Y lo hace poniéndose en la piel de un ciego trujamán muy entrado en la bebida, que nos espera bien situado en la puerta del teatro, a modo de reclamo para el público.
No es nada fácil representar el Bululú hoy en día, cuando son tan pocos los testimonios que existen, por lo que no hay más remedio que enfrentarse al texto “canónico”, por llamarlo de alguna manera, que hace directa referencia al mismo: la obra “Los Cuernos de Don Friolera” de Valle-Inclán, perteneciente al grupo Martes de Carnaval. Obra genial y clave en la trayectoria del dramaturgo gallego, en cuanto se explicita en ella, de un modo conciso y magistral, su concepción del Esperpento, recurso teórico que define gran parte de su producción dramática y literaria.
En esta obra, Valle explica la historia de cuernos y crimen final del Teniente Friolera con tres registros diferentes: en la primera parte, Don Manolito y Don Estrafalario, dos intelectuales españoles anarquistas y filósofos, contemplan en la calle una representación del Bululú que interpreta la historia de los Cuernos de Don Friolera. Reproduce Valle el lenguaje de los títeres populares de calle tal como los había visto en su época, ejemplificación perfecta de lo que él consideraba el Esperpento. En la segunda parte, la historia de los Cuernos es explicada con actores a través del sainete y constituye la parte más larga y teatral propiamente dicha de la obra. En la tercera parte o Epílogo, un ciergo pregona el romance que explica la misma historia de los Cuernos de Don Friolera con el estilo típico de los romances de ciego. Desde una cárcel vecina, los dos intelectuales del principio, Don Manolito y Don Estrafalario, encerrados bajo sospecha de anarquismo, pontifican sobre literatura y pueblo mientras escuchan recitar al ciego lo que antes habían visto representar al Bululú.
Iñaki Juárez interpreta él solo, con una capa que cuelga a su alrededor, la historia del Bululú con las mismas palabras de Valle. Y constituye una verdadera gozada escucharlas de la mano de quién seguramente es el mejor intérprete actual de las mismas: un titiritero capaz de reproducir todas las voces con una seguridad en la dicción y en los registros de los personajes asombrosa. Todo el oficio de su larga carrera de titiritero está aquí al servicio del texto y de la obra, incorporando además algunas de las iniciales reflexiones de los dos observadores exteriores, que el Bululú integra en su verborrea introductoria.
Muy bueno el personaje que Iñaki recrea como el Bululú, al que incorpora el viejo tema del vino, tan usado en la picaresca española y aún en otras obras más antiguas como la misma Celestina, o en el todavía más arcaico Gil Vicente. Un ciego bebedor y lujurioso, que interpreta a su manera el sentir natural del pueblo, con una tendencia hipérbolica hacia la truculencia melodramática.
Para completar el espectáculo –el texto de Valle da como mucho para quince o veinte minutos–, Iñaki ofrece una segunda parte con “El Retablillo de Don Cristóbal” de García Lorca, adaptado a la manera del Bululú. La capa, en este caso, es desplegada en su totalidad, sostenida por dos espectadores con sendos palos. El estilo más amable y lírico de Lorca, que literaturiza el desgarro valle-inclanesco de su Bululú, permite a Iñaki desplegar en la segunda parte una interpretación más clásica, con una variedad de muñecos y de voces más acorde con la tradición titiritera, un ejercicio de virtuosismo que el de Zaragoza resuelve con mano segura, lengua suelta, aplomo físico y registros vocales exquisitos.
En este puzzle laberíntico y casi infinito de tradiciones titiriteras y populares que representa seguir las Rutas de Polichinela por el mundo, el espectáculo del Bululú ofrecido por Iñaki nos sitúa en el corazón mismo del lenguaje de los títeres, de su retórica de síntesis y distorsión que, sin ceder un ápice en la tensión dramática, pone al unísono la sencillez más radical con la intensidad más feroz. Un espectáculo de manual que, junto con el Don Roberto portugués, nos habla de las esencias de nuestro oficio.
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