lunes, 8 de agosto de 2011

El Museo Takeda de Iida

Tras las dos funciones de “A Manos Llenas” realizadas en el Festival de Iida, concretamente en el Kawamoto Kihachiro Puppet Museum, funciones que han transcurrido estupendamente, con llenos totales pues hacía días que las entradas estaban agotadas, me queda por hablar sobre algunos lugares emblemáticos de Iida, una ciudad que desde el punto de vista marionetístico es una constante caja de sorpresas.

Marioneta de Kihachiro Kawamoto.
De entrada, son varios los museos dedicados al arte de los títeres. Uno de ellos es el dedicado al gran especialista en cine de animación con marionetas, Kihachiro Kawamoto, autor de varios films que tuvieron mucho éxito en televisión. Las marionetas, todas ellas preciosas y de impecable factura, están expuestas en vitrinas según grupos de personajes pertenecientes a distintas películas. Constituyen un precioso repertorio de personajes de la literatura clásica y popular japonesa, con profusión de samurais, princesas, sabios y señores malvados.

Antiguo teatro situado junto al Museo Takeda,
hoy en desuso.
Otro de los museos, y del que me gustaría hablar aquí con más detalle, es el dedicado al gran marionetista japonés nacido en Iida, el señor Sennosuke Takeda, museo que se halla situado fuera del centro de la ciudad, al lado mismo de un antiguo teatro de Bunraku que, como suele suceder aquí, se encuentra en la base de un precioso Shrine que empieza en la esplanada dónde se situaba el público. La zona está cerca del templo budista Motozenkoji, al que no tuvimos tiempo de visitar.

El museo es una delicia de diseño de estilo japonés, es decir, realizado según los más estrictos principios de la contención propios de un gusto poético que busca la emoción estética a través de la simplicidad y la extrema economía de medios. Se encuentra ubicado en un hermoso jardín que recuerda la disposición Zen de los templos del complejo de Daitoku-ji visitado en Kyoto, jardín que rodea el museo, la sala de ensayos y la misma vivienda privada del señor Takeda, unidos a través de un recorrido que va de lo público y abierto a lo privado e íntimo.

Muy sencillo en cuanto a su estructura, consta el Museo de una entrada-tienda, en la que se ofrece un merchandizing de gusto exquisito, con servicios y espacio privado de secretaría. Esta entrada comunica, a través de un pasillo ajardinado, con el museo propiamente dicho, consistente en un edificio de planta cuadrada cuyo centro es una sala que reproduce un teatrillo de asientos escalonados enfocado a un escenario con una escena fija de marionetas perteneciente a una de las obras de la compañía. Alrededor de esta sala central, y en espacios que se abren a modo de anchos pasillos, están las piezas expuestas de la colección del Museo. Lejos de buscar una acumulación de elementos, se ha optado por el mismo principio de sobriedad, de modo que las marionetas expuestas son pocas pero de una extraordinaria belleza. En grupo o individualmente, se exhiben en vitrinas puestas encima de cajones que contienen un mecanismo automático de regulación de la temperatura y de la humedad. Igualmente, junto a unos grandes ventanales que dan al jardín, se encuentra un recogido espacio con asientos dónde el señor Takeda nos recibe con un te. Sentados a su vera estábamos pues Tamiko Onagi, Takashi Nakaide, el señor Nobuhiro Sugita y su esposa Natsue Sugita que se sumaron también a la visita, mi compañera Rebecca Simpson y yo.

El señor Sennosuke Takeda manipulando una marioneta
(foto de Rebecca Simpson).
Gran amigo de Tamiko Onagi –quién lo considera su maestro–, el señor Takeda nos habló de sus años de actividad, cuando dirigía su famosa compañía de marionetas de hilo instalada en Tokio, en cuya ciudad regentó durante años un teatro estable. De hecho, el señor Takeda proviene de una familia de marionetistas de hilo que se remonta en el tiempo: fue hacia 1660 que una compañía formada por Ominojo Takeda construyó un teatro en Osaka, en el barrio histórico de los teatros llamado Dotonbori, dónde se presentaban espectáculos de marionetas de hilo, pero también de guante y títeres movidos por mecanismos automáticos. Desde entonces, la compañía se ha mantenido fiel a esta especialidad, el hilo, y tal fue su fama, que durante mucho tiempo el nombre de Takeda se utilizó en Japón como sinónimo de teatro de marionetas.

En Tokio, compartió las presentaciones en el escenario con su trabajo en el cine, cuando abrió el primer estudio de títeres existente en Japón. La compañía recorrió numerosos países con sus espectáculos y el señor Takeda fue considerado en su tiempo como uno de los mejores marionetistas del mundo, famoso por el virtuosismo de su manipulación.

Tras visitar la exhibición permanente, el joven discípulo del señor Takeda y continuador de su trabajo, Takeda Senju, nos explicó cómo se manipulan las marionetas, con un particular mando cuadrado que me recordó el de las marionetas chinas (una simple madera plana de la que cuelgan todos los hilos) pero dotado de una mayor sofisticación técnica. De todas formas, y cómo sucede con la técnica china de manipulación, su secreto está básicamente en el trabajo de las manos y su control de los hilos, lo que hace que manipular una marioneta sea tan difícil como tocar un instrumento.

Takeda Senju manipulando la marioneta Sambaso
en el escenario de la sala de ensayo.
Tras estas demostraciones, el señor Takeda nos invitó a visitar la sala de ensayos, el verdadero sancta santorum del lugar, pues aquí es dónde imparte sus clases el Maestro, clases que se hacen individualmente según establece la tradición. Situado en una pequeña construcción fuera del Museo, contigua a su misma vivienda, pudimos comprender la importancia que tienen estos espacios de ensayo en las distintas tradiciones marionetísticas del Japón: lugares privados, a modo de particulares santuarios, en los que se establece una relación directa de persona a persona entre Maestro y Discípulo, y que guarda una estrecha relación con los viejos cultos religiosos y con el carácter sagrado que se halla en el origen del arte de las marionetas. En el mismo espacio de ensayo del señor Takeda, había dos altares contiguos, uno dedicado al sulto sintoísta y el otro al budista. Igualmente, el escenario dónde se ensaya, hecho de la preciosa y perfumada madera de Hinoki, el ciprés japonés, debe estar perfectamente limpio e impoluto, y sobre él se camina sólo arrastrando los pies y con unos calcetines especiales. Todos estos requisitos y condicionantes, que a los europeos pueden parecernos superfluos o una anticualla, cobran aquí todo su valor en el contexto de la cultura japonesa, tan respetuosa con las formas y provista de una extrema cortesía hacia lo sagrado, pertenezca éste a uno u otro culto. La misma marioneta que movía el joven Takeda Senju representa a un personaje llamado Sambaso relacionado con las danzas del mismo nombre, muy utilizadas en los rituales shinto y que se remontan al origen del Teatro Noh. A través de este personaje se convoca a los dioses que deberán augurar un feliz año nuevo o bendecir una nueva casa, una marioneta utilizada en viejos rituales chamánicos y provista, por lo tanto, de un carácter sagrado.

La visita a esta entrañable y casi mística sala de ensayos nos abrió, a Rebecca  Simpson y a mi, unos horizontes en la comprensión del teatro de marionetas de Japón y de su cultura en general que hasta entonces sólo habíamos levemente intuído. Se entiende así mucho mejor el formalismo casi ritualístico que acompaña las representaciones de Bunraku, como la que vi en el Teatro Nacional de Osaka, en el que este carácter de respeto sacro está perfectamente encarnado por los gestos ceremoniosos del inicio y del final, o en las mismas funciones del Teatro Puk, que aún con planteamientos modernos y dirigidas a los niños, mantienen igualmente este tono de respeto y de cortesía hacia los muñecos y hacia el público.

Espacio dedicado a las danzas Sambaso del santuario
sintoísta.

Tras salir del Museo, visitamos el shrine (santuario sintoísta) que hay a su lado, cuyas escaleras suben desde la esplanada del viejo teatro hasta los templetes que suele haber en estos lugares. Quedamos de nuevo fascinados por el entorno del lugar y por las arcaicas construcciones de madera que parecen tener cientos de años de existencia. En la parte superior, vimos lo que parecía un lugar de actuación, pues había en su interior un gran tambor. Nos contó Tamiko Onagi que se trataba de un lugar para las danzas rituales que se suelen hacer en los festivales shinto, del mismo modo que en otros lugares se hacen representaciones de Teatro Noh, de Kabuki o de Bunraku.

Dejo para posteriores entradas más detalles del Festival así como otros momentos vividos en esta memorable gira.

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