lunes, 15 de agosto de 2011

Marionetas en Hokkaido

Las Rutas de Polichinela por Japón nos han llevado a la isla de Hokkaido, al norte del archipiélago nipón, el último destino de nuestra gira antes de volver a Tokio para coger el 18 el avión de regreso a Barcelona.

Tamiko. Tacashi y Rebecca en el centro de cervezas
Sapporo
Isla inmensa, la segunda del archipiélago, tiene varias características interesantes. La primera, al menos para mi, es que está llena de volcanes en activo, con profusión de  géiseres y otros fenómenos propios de los lugares con mucha actividad telúrica. Claro que todo Japón está lleno de volcanes, pues el mismo Fuji lo es, de modo que Hokkaido no hace más que cumplir una norma común a estas tierras. La otra característica es que posee una población autóctona de origen muy antiguo, los ainu, relacionados según parece con los primeros pueblos de Siberia, de lenguas paleosiberianas. Pueblo que ha conservado algunas de las características de las culturas cazadoras y recolectoras, aunque actualmente se encuentra en un avanzado declive, tras sufrir los últimos embistes de la colonización japonesa. Una cultura que se remonta muy lejos en el tiempo, al ser heredera de los pueblos anteriores al neolítico, este largo, rico e intenso período cultural que recorre las distintas glaciaciones y que se caracterizaba por su condición transhumante en pos de los grandes rebaños de renos, que subían y bajaban por los paralelos siguiendo los ritmos de las estaciones. El mismo período que dio las pinturas de la época Magdaleniense en Altamira, Lascaux y otros templos del arte.

No tuvimos tiempo de inspeccionar los rasgos actuales de esta cultura, hoy protegida por el estado y que sobrevive en lugares apartados, con peligro de convertirse en parques temáticos para el turismo.

Vivir en una tierra que tiembla cada día, que de vez en cuando se enfada mucho, destruye casas y cambia los paisajes, y que incluso escupe fuego a través de sus volcanes, sin duda debe condicionar la psicología de sus habitantes. Lo vimos en Sicilia y en Nápoles, dos lugares de considerable actividad telúrica, ambos con profunda presencia marionetística, y lo volvemos a ver en Japón, una tierra igualmente dotada de longevas tradiciones titiriteras. Una fidelidad a lo antiguo que podría explicarse por el afán de mantener un contínuum en el tiempo, cuando el presente está tan amenazado por las incertidumbres de la geología. Algo propio también de la mentalidad isleña, en la que lo desconocido acecha amenazante en los horizontes marinos, lo que induce al conservadurismo de lo particular.

El señor Nanchán con una de sus marionetas
De todas formas, pocas tradiciones vimos en Hokkaido. Lo que sí pudimos observar es la gran fuerza que tiene en ella, y por extensión en todo el país, el teatro aficionado de marionetas. Una realidad que no he visto en otros países –aunque creo que en Estados Unidos ocurre algo similar. Por ejemplo, de los 500 socios inscritos en Unima Japón, la mayoría son titiriteros aficionados. Los encontramos en Okinawa, en Osaka, en Nagoya, muchos en Iida (cuyo festival es lugar de encuentro obligatorio de los aficionados al títere), en Tokio y sobretodo en Hokkaido. Digo “sobretodo” porque los dos teatros en los que actuamos, muy diferentes entre si, pero entrañables ambos y en los que fuímos muy bien atendidos, estaban regentados y fueron creados por grupos de titiriteros aficionados.


Tras la función en Asahikawa con el equipo del señor
Nanchán.
En Asahikawa, primera ciudad visitada, actuamos en un centro cultural que el señor Nanchán y su equipo habían convertido en un verdadero teatro muy bien dotado en todos los aspectos. Cabe hablar aquí del señor Minamide Shoichi, más conocido por el apodo de Nanchán, fervoroso activista de las marionetas y uno de los principales impulsores del movimiento de aficionados a los títeres en Japón. Ingeniero informático de profesión, es también creador de uno de los primeros coches autoimpulsado por energía solar –su aparato, un artefacto plano para un único conductor y pasajero, que nos enseñó encerrado en un container, recorrió trescientos kilómetros en Australia sin fallo alguno. Su amor  a las marionetas, que proviene de la infancia, es de una tal intensidad que ya querrían muchos profesionales disponer de semejantes caudales de ilusión y de energía. A su alrededor se mueve un equipo de unas veinte o treinta personas, incondicionales y todas ellas titiriteros también en sus horas libres, que al acabar nuestra función desmontaron en un santiamén la pesada estructura que habían montado de hierros, focos, cables, dímers, equipos de sonido…

La segunda función fue en Sapporo, la capital de la isla y la tercera en importancia al norte de Tokio. Su nombre se confunde con el de la cerveza que se fabrica en ella y que constituye una de las más apreciadas y bebidas de Japón. Lo pudimos comprobar al visitar sus instalaciones, con un pequeño museo y un restaurante dónde gozamos, bien conducidos por la experta Tamiko Onagi, de las excelencias de este espumoso de la cebada de Hokkaido.

Exterior del Teatro Yamabiko-Za de Sapporo
Actuamos en el Teatro Yamabiko-Za, una maravilla de local estable dedicado al teatro de marionetas con una capacidad para unos 150 espectadores, dotado de unas instalaciones impecables, un escenario grande y acogedor, unos camerinos de maravilla con tatamis incluídos para el reposo de los actores, y unas instalaciones en el sótano para talleres que jamás había visto tan bien acondicionados. Nos dimos cuenta de que en Sapporo, capital de una isla con mucho espacio y poca gente (es la de menos densidad de población del país), todo es en ella grande, como el mismo estadio llamado Sapporo Dome, que se construyó para la Copa Mundial de Fútbol de 2002 celebrada en Corea del Sur y Japón. Dedicado actualmente tanto al fútbol como al béisbol (uno de los deportes preferidos de los japoneses), el Sapporo Dome es obra del arquitecto japonés Hirouryshi Hara. Su peculiraridad más extravagante es que la cancha con hierba natural se desliza fuera del recinto sobre un colchón de aire para que así crezca, lo que permite otros usos del tinglado.

Interior del Teatro Teatro Yamabiko-Za de Sapporo
Pero volvamos al Teatro Yamabiko-Za, en el que cada año se imparten unos talleres de Bunraku a los titiriteros del lugar. A tal fin están dedicados las instalaciones antes apuntadas del sótano, pero también el escenario de madera de Hinoki, el ciprés japonés, que vimos plegado al fondo del escenario y cuyo poderoso aroma llenaba el espacio posterior de los camerinos. De nuevo nos encontrábamos con la noble madera para los escenarios de las marionetas tradicionales, que ya vimos en la sala de ensayos del Museo Takeda en Iida, y que constituye un requisito imprescindible para estas labores marionetísticas de altos vuelos y casi “sacras”.

Posando con los titiriteros del Teatro Teatro Yamabiko-Za
de Sapporo
Fue la última función en Japón y pareció que el público lo supiera, tal fue la intensidad sentida durante la representación. Al acabar, charlamos con buena parte del público, compuesto de muchos titiriteros aficionados, y la verdad es que sentimos pena de terminar ya la gira. Nos queda regresar a Tokio para esperar el avión que el 18 nos llevará de nuevo a Barcelona. Unos pocos días que serán aprovechados convenientemente para continuar con nuestas indagaciones titiretiles.

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