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Antes de empezar |
Hace años que Alicia Muñoz reside en Barcelona dónde ha establecido la base de sus actividades. Sus espectáculos hasta ahora han sido de calle y basados en marionetas de hilo, muy en la línea de las utilizadas por Pepe Otal, pues no en vano vivió en su taller hasta la muerte de éste. Romper con este pasado y establecer una línea propia de trabajo era el reto que se propuso Alicia cuando decidió embarcarse en este proyecto. Tras ver los resultados, puedo decir que lo ha conseguido con creces y con la nota muy alta.
Ha entrado Alicia en este grupo de creadores (o mejor dicho, de “creadoras”, pues domina en él el género femenino) decididas a trabajar desde propuestas arriesgadas, honestas y personales. Es decir, desde una actitud de compromiso hacia uno mismo y hacia el mundo que nos rodea. Cuando se entra en estos territorios, se requiere mucho coraje y una decisión muy clara de ir hasta dónde haga falta llegar. El tema escogido por Alicia es el de las mujeres desaparecidas de Juárez, en México, para lo cual ha realizado un profundo trabajo de documentación. Una opción que indica también un deseo de resituarse respecto a sus raíces, volviendo la mirada a su país tras años de ausencia.
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Alicia Muñoz tras la función |
La sencillez desnuda del espectáculo más la simple iluminación de las velas que rodean el “retablo”, de función casi “litúrgica” más que teatral, es el gran acierto de la propuesta de Muñoz y la clave del impacto que produce. Hecho con poquísimos medios, su mérito es haber creado este personaje que interpela al público, a través del desdoblamiento ritualístico, desde la humildad desnuda de quién sale al escenario con la verdad por delante.
Creo que Alicia Muñoz tiene entre manos una pequeña joya que, tras ser pulida con el rodaje y los cuatro toques técnicos que le quedan por acometer, correrá por los festivales del país y seguramente por los de México. El logro de su esfuerzo bien lo merece.
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