miércoles, 1 de junio de 2011

Función en Zahlé y el cementerio de trenes de Rayak

Biblioteca de Zahlé
Fue un placer actuar en Zahlé, tercera ciudad libanesa situada a una cierta altura sobre el Valle de la Beká. La función, realizada en la pequeña biblioteca pública que hay en un noble edificio de una de las calles principales de la ciudad, sirvió de marco para la inauguración de unas nuevas aulas del Instituto Cervantes en Zahlé. Asistió el Embajador de España, Juan Carlos Gafo, Antonio Prats, segundo de la Embajada, así como el director del Cervantes de Beirut, Eduardo Calvo.

Esta ciudad, conocida sobretodo por ser una plaza veraniega de vacaciones –tiempo fresco, aire limpio y buenos restaurantes–, está a 55km de Beirut pero a una altura considerable, a 1010 m, y fue durante un tiempo un activo centro agrícola y comercial entre Beirut, Damasco, Mosul y Bagdad, sobretodo desde que a partir de 1885 pasara el tren por ella. Una línea que venía de Estambul, se bifurcaba en Alepo, cruzaba la Beká, llegaba a Beirut y de ahí bajaba hasta Haifa.

Tren en la Estación de Rayak
Lamentablemente, esta línea ya no está en activo. Existe, pero rota y abandonada tras la guerra civil libanesa. Y es que hablar de trenes viene a cuento cuando uno entra en esta región, no porque los haya –desde 1976 dejaron de circular– sino precisamente por la ausencia de ellos. Una ausencia que está dramáticamente expresada en la vieja estación de Rayak, población situada en el corazón de la Beká, entre Zahlé y Balbek.

La gran sala de máquinas de la Estación
de Rayak. Foto de Rebecca Simpson

La estación fue detenida en el tiempo de un día para el otro, con la llegada de las fuerzas sirias que ocuparon la zona e interrumpieron la línea férrea. Todo quedó como estaba: los trenes a medio construir (Rayak era también un importante centro de producción de trenes, incluso se construyeron en sus talleres aviones franceses durante la Segunda Guerra Mundial), los trenes que tenían que partir, los vagones que esperaban ser enganchados, y toda la maquinaria, los talleres y los hangares quedaron a merced del tiempo y del abandono. El resultado es escalofriante, un verdadero cementerio de trenes que a su vez expresa el triunfo de la lentitud y de la persistencia vegetal frente a las prisas humanas y sus ambiciosas maquinarias. Los árboles han crecido por debajo de los vagones y poderosos troncos se yerguen tras haber roto las corroídas planchas, ramificándose por las aberturas de las viejas locomotoras de vapor.

Tren varado en la Estación de Rayak.
Foto de Rebecca Simpson
Todo el dramatismo de la Guerra Civil Libanesa, que duró de 1975 a 1991, está aquí escrito en mudas palabras, sin los fuegos de artificio de las balas ni las lacerantes heridas de las bombas, sino a través del abandono y de la impotencia de unos trenes que de pronto se vieron impedidos de comunicar unas regiones con otras, y de intercambiar pacíficamente sus poblaciones. Para los libaneses, la estación de Rayak simboliza al país entero: parado y sin funcionar desde que en 1976 sus líneas de comunicación territorial se vieron interrumpidas por la guerra. La gran sala de máquinas, con todos sus componentes rotos pero con la elegancia y el poderío de las herramientas que en su día funcionaron a bien ritmo, representa el gobierno de la nación, con individuos de mucha prestancia pero sin conexión entre si, por estar las correas de transmisión completamente rotas y deshilachadas.

Tren en la Estación de Rayak
Existe un proyecto, liderado por el cineasta Elias Boutros Maalouf –quién habla por cierto perfectamente el español–, de convertir la vieja estación de Rayak en un Museo del Tren. El proyecto persigue igualmente volver a poner en pie la línea férrea con circulación de trenes o tranvías que conecten las distintas regiones entre si. Una idea que de realizarse sería de extrema utilidad, en un país como el Líbano dónde el transporte público prácticamente no existe. Quién quiera más información sobre el proyecto de Boutros Maalouf, puede clicar aquí.

Días antes, y mientras paseábamos por las ruinas romanas de Tiro, vimos parte de las vías del tren que cruzaba la ciudad y se alejaba hacia el sur. Las vías pasaban por encima de la vieja ciudad romana, pues todavía no se habían desenterrado sus restos. Viéndolas en aquel contexto, oxidadas y medio colgadas en el aire, parecían aún más viejas que las brillantes piedras romanas que ahora relucían orgullosas al sol.

Artilugio en la gran sala de máquinas.
Foto de Rebecca Simpson.
Volviendo a Rayak, y regresando al contexto de estas Rutas de Polichinela, la estación de trenes parados parece mostrarnos, con explícita elocuencia, los sutiles hilos del tiempo en su lenta manipulación de la materia. El desgaste del hierro, con sus óxidas corrosiones, contrasta con la pujanza de la vegetación y el verde de hojas y ramas. Las abandonadas máquinas, paradas a la fuerza, se han convertido en verdaderas esculturas modeladas por los elementos y por el Tiempo. La mano del hombre aquí es indirecta y arqueológica. El arte de Cronos nos habla con inspiración simbólica de lo que fue y ya no es, y nos traslada a geografías imaginarias de mundos distintos que ya no existen. En esta alquimia del tiempo y de la imaginación, lo viejo se transmuta en materia de arte, apta para la creación de lo nuevo. ¡Afortunados quienes beban de estas fuentes directamente de la mano de Cronos! Aunque antes habrá que arreglar la sala de máquinas…

Algunas imágenes y un video de la estación, que colgaré en cuánto pueda, ilustran estas palabras.

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