
Detrás de los festivales están siempre los benditos (y a veces sufridos) organizadores, que se desviven para ofrecer a los artistas actuantes y a los espectadores asistentes lo mejor de lo mejor: buenas condiciones y acomodados escenarios para unos, espectáculos interesantes y sobresalientes para los segundos. En Santiago, ambos requisitos se cumplieron con extraordinaria generosidad y la ciudad vibró durante ocho días de enfebrecida actividad titiritera para el regodeo de todos.
A destacar, pues, la labor incansable de Cachirulo y su equipo, capitaneados por Jorge Rey y Carmen Domech, siempre al quite para las urgencias y las necesidades del Festival, atentos a los invitados y presentes desde el inicio hasta la queimada brujeril que marcó el punto y final de la fiesta el último día.
Títeres es sinónimo de dualidad en un sentido estricto y objetual, y las ciudades que los alojan se enriquecen con esa disciplina que habla y experimenta con la alteridad, la aplican al pie de la letra y obligan a los espectadores a entrar en la rica dinámica del desdoblamiento. ¿Qué más puede desearse que una vez al año algunos privilegiados espectadores reciban dosis intensivas de pedagogía desdoblatoria? Tendría que ser algo obligatorio para las poblaciones atrapadas por la univocidad, el pensamiento único y la exclusión del Otro. Esta necesidad es lo que sitúa al teatro de marionetas en la vanguardia del arte actual, y los festivales que se le dedican deberían ser mimados por ello como preciosos estímulos a la mejora de nuestra civilización.
Tuve la suerte de asistir, como participante y espectador, al Galicreques de este año, y procedo a comentar los acontecimientos que más me llamaron la atención así como algunos espectáculos que pude ver.
25 aniversario de Títeres Cachirulo y exposición en Arteria Noroeste.
No ocurre cada día que una compañía de títeres cumpla 25 años de existencia. Cuando ello sucede, hay que celebrarlo y la mejor manera, además de las fiestas, los espectáculos y los parabienes, es mostrar el trabajo realizado durante esos años. Eso es lo que hizo Títeres Cachirulo, grupo formado en 1985 por Jorge Rey y Carmen Domech en Santiago de Compostela, con una magnífica exposición desplegada en la sala de Arteria Noroeste (la flamante nueva instalación de la SGAE en Santiago) que muestra marionetas de los distintos espectáculos creados por la compañía. Hay marionetas de hilo (de “Úbue non Outeiro”, 1985), marionetas de varilla inspiradas en cuadros de Picasso (en “A Bela e a Besta”, 1988), morotes y bunrakus hechos de diferentes materiales de reciclaje (en “Noite de verán”,1990), grandes muñecos como los de “A illa do tesouro” (1995), títeres de guante y varilla (en “El Rei Artur e a abominable dama”, 2001), sombras chinescas (en “Cousas de Castelao”, 2003), marionetas al estilo belga (en “A pedra que arde”, 2004) o trabajos más recientes como las marionetas de mesa de “A Historia de Apalpador” (2009).
Un conjunto que muestra el inmenso trabajo realizado por los dos titiriteros de Cachirulo, con una abertura increíble de miras y horizontes, como lo muestra la variedad de títulos y registros empleados. Si le sumamos la magnífica revista Bululú, una de las más logradas del país, los años de programación del Teatro Yago y la realización del Festival Galicreques, no hay duda que Cachirulo constituye uno de los grupos más activos y emprendedores de la Península. Que su energía no desfallezca y el futuro les depare éxitos y larga vida!
Cursos: el desdoblamiento de Internet
A parte del curso que impartí sobre el lenguaje del títere popular y su aplicación a las nuevas dramaturgias contemporáneas, tuve la gran suerte de asistir al que dio José Bolorino sobre Internet. No es en absoluto un tema baladí: aunque se aparte de la creación en un sentido estricto, Internet es en si un descomunal desdoblamiento colectivo de la realidad al que estamos metidos de lleno y del que no hay forma de escapar. Para bien y para mal, todo se halla hoy en día desdoblado en el ciberespacio: los teatros, las compañías, los proyectos, los individuos, los festivales, las revistas… La realidad ya no se basta a si misma: necesita su complementariedad virtual o imaginaria, que la revolución digital permite. Lo abstracto se suma a lo real y lo desdobla, a la vez que lo interrelaciona con todo lo demás. De lo concreto y lo local se salta a lo abstracto que, gracias a las matemáticas y a la tecnología de las comunicaciones, entra en un espacio universal de contacto, creación, intercambio y almacenamiento de información.
Los títeres, dobles de los titiriteros, se desdoblan a su vez en sus dígitos matemáticos que los representan en lo virtual. Un teatro de títeres multiplicado por dos en el que los titiriteros deben saber matemáticas, programación y los trucos habituales de la navegación cibernética. Sobre esta nueva disciplina de la dualidad sin hilos nos habló el titiritero José Bolorino, dándonos las herramientas indispensables para manejarse por unos terrenos que por un lado parecen oponerse al “directo” del teatro pero que, por el otro, lo “complementan” en los dominios intangibles pero universales de la imaginación abstracta.
El Premio Galicreques 2010 a Julio Michel.
Si el año pasado le tocó a Iñaki Juárez, del Teatro Arbolé de Zaragoza, el de 2010 recayó en Julio Michel, director de Titirimundi, el Festival de Títeres de Segovia. Un premio entrañable y honorífico que el festival otorga a personalidades del mundo titiritil español.
Bien conocida es la figura de Julio Michel, fundador del grupo Libélula, uno de los históricos del país, y creador de Titirimundi, un festival que con los años se ha instituído como uno de los más importantes e influyentes del país. Un prestigio ganado a pulso por el premiado titiritero, quién tuvo palabras de agradecimiento y se congratuló de que un festival premiara a otro, saltándose las típicas rencillas que suelen existir entre ellos, obligados como están a competir. Se vio aquí la madurez humana y profesional de los responsables de Galicreques, los titiriteros Jorge Rey y Carmen Domech, del grupo Cachirulo, capaces de reconocer el mérito de la competencia. Muestran sobretodo inteligencia operativa y civilizacional al substituir competitividad por amistad y colaboración. Una actitud de la que todos salimos ganando.
Michel habló de su festival y desveló algunas de las claves de su éxito: la estrecha complicidad lograda entre los habitantes de la ciudad y los titiriteros participantes, más el apoyo de las instituciones que desde un principio apostaron por el Festival. Una visión inteligente de estrategia urbana y cultural que Julio Michel ha sabido defender durante 25 años. Un éxito que Galicreques ha querido premiar con este estimulante reconocimiento. El “brujo” Michel nos encantó con sus palabras del mismo modo que ha sabido encantar y seducir a sus conciudadanos y a los políticos de Segovia y de Madrid. El acto acabó en el restaurante con buenos vinos y los oportunos bríndises .
Espectáculos
Com es lógico, me fue imposible asistir a todas las representaciones programadas, que fueron muchas, pero sí pude ver algunos espectáculos, todos ellos dignos de ser reseñados por sus muchas y variadas cualidades.

Los de Cali ofrecieron esta bella historia del cubano Onelio Jorge Cardozo con un poético hacer y una puesta en escena muy colorista, inspirada en el folclore y las tradiciones orales de la costa colombiana. Se notaba la buena escuela actoral de los titiriteros, que resolvieron las diferentes escenas de la historia con maestría teatral y un ritmo vivo y musical. Los muñecos, muy bien resueltos visualmente, dieron la talla necesaria, y el espectáculo fue calurosamente ovacionados por un públic entregado a los actores titiriteros.

El espectáculo fue seguido al minuto por el público escolar que acudió a la sesión de la mañana, entregado a la acción y a las peripecias de los personajes de la obra, que los de Castellón encarnaron con talentoso oficio, ayudados por una muy eficaz banda sonora. Una obra redonda a cargo de una compañía de Valencia de exquisita profesionalidad y con muchas horas de vuelo.

Con dramaturgia, puesta en escena e interpretación de Inacio Otero, el espectáculo presenta un interesante cruce entre teatro poético, documental y de objetos, con un acompañamiento musical en directo de Benxa Otero y el apoyo de un televisor con impactantes imágenes de video que rompían rítmicamente de vez en cuando la acción. El narrador, recitador o “performer”, Inacio Otero, nos encandiló con las palabras de Novoneyra, de una rotunda musicalidad que se dejaba escuchar con verdadero placer, mientras creaba un sugerente universo de trazos inscritos con tiza en un tablero inclinado, o mediante una estudiada manipulación de libros que eran como los ladrillos de una ilustración abstracta de las palabras que surgían de ellos. El espectáculo de los Otero consiguió asombrar al público, fascinado por el frescor impactante de la propuesta.

Comprendí al ver a los de Jerez como el oficio y la veteranía habían hecho su trabajo tan a favor suyo, demostrando que los años no pasan en balde, al propiciar la depuración del estilo, el extraordinario dominio de la voz y el aplomo actoral de los manipuladores. Con música en directo a cargo de Juanma, las voces seguras de ambos, el apoyo de una eficaz banda sonora y una escenografía muy lograda y funcional, la obra discurrió con poético encanto, ritmo seguro y perfecto enganche del público. Éste premió a la Gotera con calurosos aplausos a los que me sumé con entusiasmo.

Suzal mostró un altísimo dominio del oficio propio de alguien curtida en los distintos géneros teatrales. Con esta primera incursión en el mundo de los objetos, la actriz nos dejó entrever sus enormes posibilidades en este campo de la animación teatral de títeres y objetos, que por lo visto piensa desarrollar en el futuro. Esperamos con ansia sus próximos trabajos.

El personaje de Patachín Patachán y el de la vieja cocinera fueron para mi los más logrados, con textos y hablares que por si solos podrían aguantar todo el sainete. Los fragmentos de música de Mozart embelesaron los oídos del respetable, mientras un divertido juego de notas musicales parlanchinas y juguetonas hilaba la acción de las escenas entre si. El virtuosismo vocalizador e improvisatorio de Carmen y Jorge nos deleitó, cosechando los merecidos aplausos del público que llenaba la sala.

El esquema del espectáculo se basa en el siempre sugerente mundo del “back stage”: lo que sucede en el escenario una vez ha bajado el telón y los actores desaparecen. ¿Qué ocurre con sus vestidos, sus pelucas, sus plumas y sus instrumentos? Lo inanimado cobra vida, el atrezzo se levanta de sus estantes y cajones, y otro espectáculo nace dónde el silencio parecía haberse impuesto. Un Allegro Vivace que fue muy aplaudido y gozado por el público.

Lo bueno del montaje es que sin rehuir la complejidad del argumento, repleto de episodios muy distintos entre si, logra que todo encaje y se suceda con exquisita fluidez, mediante un ritmo perfecto de texto y acción, una aparentemente sencilla escenografía, cambiante y funcional, y una interpretación de Luisa Aguilar justa y medida, despojada de cualquier exceso que enturbie la claridad de la historia. Más de cuatrocientas funciones han premiado este montaje por todo el territorio español, aunque ignoro si en la catalana Cataluña se ha representado alguna vez…
Otros grupos y montajes.
Como dije al principio, era imposible asistir a todo. Me perdí cosas tan interesantes como el trabajo de la titiritera chilena Elisabet Guzmán, de La Candelilla, la compañía histórica de Tito Guzmán, o el del también chileno César Parra de Vagabundo Títeres, ambos muy comentados y alabados por quiénes tuvieron la suerte de verlos. También del Teatro Arbolé me perdí “La gata con botas”, y del grupo gallego A Xanela do Maxín, “O reio destronado”. Igualmente “Una vida de cuento” del Pizzicatto Teatro y Títeres, de Madrid. Obras todas que recibieron muchos parabienes.
Otro asunto son los trabajos de la calle, de gran importancia, algunos de los cuales se reseñan en los siguientes párrafos.
Las calles de Santiago, iglesias y contrastes.
Estar en Santiago durante un Año Santo Jacobeo no es un tema baladí que debamos ignorar en el asunto que nos concierne. Los años jacobeos del siglo se cuentan con los dedos de las manos (catorce sin ir más lejos) y el próximo no será hasta el 2021. Se entiende que los interesados en gozar del Jacobeo sin salir del país (Roma ofrece también estos servicios de perdón espiritual) se hayan apresurado a acudir a Santiago antes de que termine el año. Y faltaban sólo dos meses y veinte días para que ello ocurriera. También se entiende que los ciudadanos de Santiago esperen los Saños Santos Jacobeos con verdaderas ansias, preparados para acoger a los ríos de visitantes y peregrinos que no cesan de llegar, la mayoría en avión y coche, aunque muchos a pie por los caminos terrestres de la Vía Láctea.
Todos estos considerandos explican la tremenda afluencia de público que llenó las calles de Santiago durante los días del Festival, con colas interminables para entrar en la Catedral, condición sine qua non para el perdón de los pecados. La más larga de las colas era la de la Puerta Santa, bien guardada por dos policías nacionales encargados de que nadie se colara. Tengo que decir que mis obligaciones con el Festival me impidieron transitar por esta puerta, aunque sí pude el último día entrar en la Catedral. El impacto, con una densidad humana superior a la del metro de París en sus peores horas de tránsito, fue descomunal y entiendo que la gente se emocione ante semejantes aglomeraciones. Menos mal que el techo de la iglesia es alto y aunque había trabajos de restauración, con profusión de andamios y de maquinaria motorizada en marcha, las campanas se dejaban oir de vez en cuando.
Lo que más me gustó fue visitar el Museo de la Catedral. Las piezas recuperadas del antiguo coro, obra del Maestro Mateo, constituyen una maravilla impresionante que no hay que perderse. También las figuras de caliza policromada del primer piso, obras del siglo XIV, como la Virgen preñada y el ángel de la anunciación traídos por una reina portuguesa, o la magnífica imagen de San Miguel pesando a dos almas mientras con una lanza mantiene sujeto a Satanás retorciéndose por los suelos. Otras maravillas son los tapices de Rubens o los realizados a partir de los cartones de Goya del último piso.
Todas estas imágenes no hacen más que estimular nuestra sensibilidad titiritera. Bien sabida es la capacidad desdoblatoria del Catolicismo, tan propenso a llenar las iglesias de figuras que nos reproducen en sentidos figurados y alegóricos, en nuestras facetas santas o diablescas, cuando no mortuorias. Para mi, es un placer de lo más excitante visitar los interiores de las iglesias, verdaderos museos de marionetas estáticas que viven y se mueven sin embargo en la imaginación de los creyentes como si sus almas fueran retablos dónde ángeles, dioses y demonios se movieran con plena libertad. Por eso animo a los festivales de titeres a colaborar con curas, conventos, iglesias y monasterios, a los que sin duda encontrarán como cómplices en las tareas de la manipulación de las almas, sea con fines religiosos o sin ellos. Aunque tal vez sea demasiado pronto para semejantes atrevimientos, más propios de épocas futuras de la humanidad con mayores grados de civilización y capacidad desdoblatoria.
Sirva todo lo dicho como introducción al ambiente extraordinario de las calles de Santiago, lo que explica el excelente acogimiento que tuvieron los espectáculos que allí se presentaron.

En la Plaza do Toural, más alejada de las iglesias y más cerca del jolgorio de los bares y los restaurantes, frente al centro cultural dedicado al pintor surrealista Granell, plantó sus tablas La Estrella de Valencia. La astracanada y el esperpento de la España más cañí y acanallada salió a borbotones de aquel Espanis Circus con los que Gabi y Maite deleitaron –y escandalizaron– al público compostelano. Espléndidos y generosos estuvieron los valencianos, que me sorprendieron muy agradablemente por la madurez de su trabajo, el desparpajo interpretativo y el arrojo que mostraron en un género tan difícil como es el de la astracanada, tan en desuso hoy en día –lo que muestra la actual televisión española está tan fuera de órbita que a su lado, los de La Estrella son unos clásicos academicistas. Y ése fue su mérito: ir a las raíces de un género popular callejero que vive aún en nuestros genes españoles más recónditos. Despertarlos y darles un garbeo fue la función del espectáculo de los de Valencia, con un sobrado Gabi y una espléndida Maite a los que vi en plena forma, y que el público compostelano aplaudió a rabiar.
No vi el carromato de los Títeres Alakrán, Cascanueces e Il Canto del Capro, de Francisco Borxa i Andrea Lorenzetti, con su espectáculo “Os títeres da Via Láctea”, que suelen actuar por los pueblos gallegos y españoles con caballo incluído. El tiempo no lo permitió, aunque sí montaron ellos los retablos en La Alameda. Se me escaparon sus representaciones, tan interesantes en su búsqueda de un lenguaje fresco e irreverente, que harían las delicias del santo público compostelano.
De los portugueses de Alcobaça sólo pude ver el final de su divertido “Theatrum Puparum – Inés de Castro”, que muestra la historia de amor prohibido entre Don Pedro I de Portugal y Doña Inés de Castro. Una historia de curas, monjes, reyes y nobles, cuyos manipuladores iban ellos mismos vestidos de monjes medievales. Suelen actuar en las iglesias iluminados con luces de aceite, a la manera tradicional de los títeres de Santo Aleixo. Sus marionetas de varilla recuerdan a las del Algarve, movidas con sabroso ritmo. Actuaron en la Plaza do Toural, frente a los de Valencia, con gran éxito.
Sin duda me dejo otros espectáculo, tal era la intensidad titiritera que se vivió en Santiago de Compostela durante el Festival. Un éxito que los de Cachirulo se han ganado a pulso, en este encuentro anual de titiriteros de todo el mundo (con una presencia siempre importante de los latinoamericanos, que tienen en el Galicreques una puerta segura de entrada a los mercados españoles y europeos), con cursos, encuentros, premios, comidas y queimadas.
“Citizen”, de los de Chévere en La Nasa.

Conozco a Chévere desde hace muchos años, viejos colegas de mi época alternativa, cuando desde el Teatro Malic urdíamos operaciones e intercambios con otras salas del país. La Nasa siempre fue nuestra íntima aliada, incluso llegamos a colaborar en un Festival de Ópera de Peto que ellos hicieron en harmonía con nuestro Festival de Ópera de Bolsillo. Ello explica que conozca bien sus trabajos y a su principal elenco, del cual me considero un declarado “fan”.
Pues bien, con Citizen volví a vibrar como espectador ante el gran trabajo realizado por Patricia de Lourenzo y Manuel Cortés, los dos actores que nos explican en hora y veinte los inicios de la actividad del fundador de Zara. Claro, en la obra no se habla directamente de Amancio Ortega Gaona, aunque tampoco se dice que el personaje no lo sea. El director, Xesús Ron, nos comentó el arduo proceso de gestación de la obra, a partir de los ensayos, con un texto magníficamente escrito por Manuel Cortés. Y realmente consiguieron lo imposible: contar con una extrema sencillez una historia complejísima en la que por el escenario pasaban el fin de la Dictadura, la muerte de Franco, la España de primera Transición, las manifestaciones y los grupúsculos izquierdistas con sus metalenguajes iniciáticos, más la supuesta historia personal e íntima de un personaje que acabaría encumbrado en las alturas de los riquísimos del mundo. Un gallego que supo dar con las batas que sus señoras vecinas querían, con el vestuario que necesitaban los estudiantes de Santiago, y todo ello a precios siempre más bajos y asequibles…
Mediante un sistema de entrevistas que vemos en directo pero también proyectadas en una gran pantalla, Chévere consigue crear un tiempo histórico y narrativo a la vez que teatral, un tiempo que nos introduce en la complejidad de la historia gracias a esta dualidad de planos que funciona a modo de espejos desveladores. Un tiempo que pasa volando, pues al final del espectáculo uno piensa que sólo han transcurrido trienta minutos.
Excelente trabajo de Patricia de Lourenzo, siempre tan vital y dúctil, actriz de una refinada inteligencia que sabe meterse el público en el bolsillo desde los primeros compases. Y aplomada y segurísima actuación de Manolo Cortés, dotado de una extraordinaria sutileza. Esta obra que firma Xesús Ron en la dirección, cada vez más exquisito y refinado, es la primera parte de una trilogía centrada en el susodicho personaje. Una historia de Galicia y de España que los de Chévere tendrán el arrojo de presentar en los próximos meses. ¡Ojalá puedan venir a Barcelona y podamos ver la trilogía entera!
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