sábado, 6 de agosto de 2011

El Iida Puppet Festival y el Teatro Kudora

(error en el título: se llama Teatro Kuroda)

Invitado a actuar en este prestigioso festival de títeres, el más importante de los que se celebran en Japón, aprovecho para profundizar en las características de los teatros tradicionales de títeres de este país, que son tan interesantes y numerosos como inagotables, en el sentido de su persistencia en el tiempo. En efecto, voy constatando de qué modo se han conservado formas antiquísimas de teatro, que unas veces tienen que ver más con viejos rituales de origen chamánico que con el mundo del espectáculo, y en otras están profundamente arraigadas en las más sofisticadas creaciones literarias y artísticas de la época Edo.
El señor Nobuhiro Sugita y su esposa Natsue Sugita en la
ceremonia de inauguración del Festival.
Iniciado modestamente en el año 1979, el Festival se ha convertido en un acontecimiento único de sólo 4 días de duración pero con una oferta de más de 400 representaciones y capaz de reunir a 40.000 espectadores. Centrado sobretodo en compañías japonesas, siempre cuenta con una considerable presencia internacional. Este año los países invitados son Chequia, Kazakhstán, Taiwán, Dinamarca, Suecia y España. Lo interesante de Iida, además de los espectáculos, son los museos que existen en la ciudad dedicados a las marionetas, tres en concreto, así como las compañías tradicionales que aún quedan en activo: la Imada Puppet Troupe, la Kuroda Puppet Troupe, La Furuta Puppets y la Waseda Puppets. Realidades que desde la perspectiva marionetística, convierten a Iida en una pequeña pero nada desdeñable capital interior de los títeres en Japón.

Ida se encuentra en la prefectura de Nagano, en el valle del río Tenryu que desciende por la parte sur de los llamados Alpes japoneses. Tiene una población de 104.877 habitantes y se halla a medio camino entre Nagoya y Tokio. Pertenece pues a esta región de las montañas más altas del Japón, muy visitada en verano por su clima agradable. Se distingue también por los múltiples festivales que se realizan en los santuarios sintoístas, que abundan en la ciudad. Concretamente en uno de ellos se alza el teatro Kuroda, en un lugar impresionante y que sólo funciona un único día al año: el primer domingo de abril de cada año. Ese día, se abren las grandes puertas del viejo teatro construído hace 180 años, y que substituye a otro más pequeño que ya tenía entonces 300 de antigüedad.

El Teatro Kuroda de Iida

Exterior del Teatro Kuroda
Acompañados por el amigo y joven ingeniero de sonido Takashi Nakaide, quién cumple de jefe técnico y logístico en nuestra gira, acudimos Rebecca Simpson y yo a la cita concertada con el señor Nakajima, actual mánager de la compañía Kuroda. Nos encontramos ante el gran local con forma de templo dónde la compañía ensaya y en la que tiene un pequeño museo familiar. De allí nos dirijimos al verdadero teatro, ahora cerrado pues, como se ha dicho, sólo funciona un día al año, durante el Festival de Primavera dedicado al Shimokuroda-Suwa Shrine. Se encuentra al lado mismo del edificio de ensayo, en una zona dedicada al culto sintoísta, el Suwa Shrine, rodeado de templetes, piedras, tumbas y otras casetas y ornamentaciones para nosotros indescifrables.

El señor Nakajima, Rebecca Simpson y Takashi Nakaide en
el interior del Teatro Kuroda de Bunraku, frente a las
ventanas que dan a la esplanada para el público.
Consiste en una construcción únicamente de madera, que se aguanta sin clavo alguno, con tablones impresionantes algunos de los cuales tienen más de setecientos años de antigüedad. Se trata en realidad de un escenario entero para marionetas del estilo ningyō jōruri o Bunraku, con dos plataformas laterales para los toyus y los músicos de shamisén. Actualmente sólo se utiliza la plataforma de la derecha (visto desde el público) aunque por lo visto, antiguamente se usaban las dos pues había más músicos disponibles en la compañía. Los espectadores están fuera del edificio, sentados en la esplanada que hay frente al teatro-escenario.

Viendo el entorno del teatro, nos damos cuenta de la significación ritualística de estas representaciones, celebradas cuando empieza la cosecha del arroz, al inicio de la primavera. Un rito pues de regeneración de la vida y de la naturaleza, y que reúne a miles de personas en los distintos santuarios del país. En todos ellos se celebran muchos festivales, la mayoría con representaciones al aire libre de Teatro Noh y de Kabuki, y en algunos casos de Bunraku. Iida es de los lugares que ha mantenido la vieja y más sofisticada tradición del ningyō jōruri, y el teatro de Kuroda es uno de los más señeros que quedan.

Fue un antepasado del señor Nakajima, músico de shamisén y hombre de posibles, quién financió el teatro a principios del s.XIX. El linaje familiar continuó la labor sin interrupción y el actual representante, aunque ya no es músico, sigue fiel a la tradición y es el encargado de organizar y mantener el teatro y la compañía.

Visita a la parte superior del teatro.
Subimos al piso superior del teatro y nos sobrecogen las señeras y nobles vigas de madera que sostienen el techo. Nos cuenta el señor Nakajima que cada cincuenta años cambian las maderas pequeñas que cubren el techo, mientras él mismo se encarga de las reparaciones necesarias en las grandes columnas y vigas más viejas, que se mantienen imperturbables a través de los años.

Lámparas de piedra del Shrine y al fondo el Teatro Kuroda.
Fascina esta religión (el Sintoísmo o Shintoísmo, que proviene de la palabra Shinto) que está basada en el culto al emperador y que se remonta a viejísimos orígenes chamanistas. Una religión que en realidad es como si no existiera, pues no tiene ni códices sagrados ni evangelios ni doctrinas, sino que constituye una suma de creencias antiguas relacionadas con el culto a la tierra, a los elementos y a la naturaleza, y que se confunde con el culto a los ancestros, que la figura de los primeros dioses-reyes y luego de los emperadores divinizados aglutina en un puro formalismo de ritos agrícolas y estacionales. Dicen los japoneses que su repertorio de dioses es de un millón y ocho (el ocho es el número mágico de Japón). Tan relativista es esta religión que gusta de convidir con el Budismo y con la versión Zen de éste, pues consideran los japoneses que la variedad humana es tan grande que una única religión sería incapaz de satisfacer a todos los gustos, inclinaciones y necesidades, de modo que lo mejor es que haya varias y muchos dioses por escoger. Se entiende que en el siglo XVII Japón decidiera cerrar el país al Critianismo, empeñado éste en considerarse la única religión posible y verdadera: conscientes de que los “bárbaros occidentales” eran más fuertes que ellos, se blindaron para no desaparecer. Decisión acertada, pues aunque pagaron un alto precio, han conseguido conservar su cultura.

El local de ensayo del KurodaTeatro.
Tras la visita al teatro, el señor Nakajima nos muestra el edificio de ensayo, un verdadero teatro de Bunraku de nueva planta, construído por el Ayuntamiento, de madera y que podría ubicar a un numeroso público en su interior, a diferencia del de verdad, en el que los espectadores están en la intemperie. Durante el Festival, por lo visto se realizan allí algunas representaciones pero al preguntar si se hacía alguna de la compañía Kuroda, volvimos a escuchar la para nosotros paradójica respuesta: sólo se actúa una vez al año, el primer domingo de abril. No deja de sorprenderme la exhuberancia de un espacio de ensayo, cuyo interior tiene una factura y un acabado de altísima calidad. Por lo visto, mientras el teatro pertenece a manos privadas, el edificio de ensayo ha sido pagado y construído por la ciudad, lo que explicaría este acopio de medios. No será hasta más tarde que llegaré a comprender el significado de los espacios de ensayo, cuando al día siguiente visitemos las instalaciones del Museo Takeda, cuyo relato dejo para más adelante.

Foto del Teatro Kuroda durante una representación.
Contemplamos las fotografías que se exhiben en la pared del pequeño espacio museo de la compañía, dónde se ven las distintas formaciones de manipuladores, toyús y shamisens a lo largo de los años. Una de ellas muestra el teatro en plena actividad, con el público sentado en la esplanada del santuario sintoísta, rodeada de templetes y hermosas lámparas de piedra. También están expuestas algunas marionetas y caras de las mismas.



La casa del Dios en el Shrine del Teatro Kuroda.
Nos acercamos de nuevo al teatro y al santuario sintoísta para dejarnos transportar por la extraña y placentera atmósfera que nos rodea. Pregunto para qué sirve una construcción de madera muy alta que parece vacía y que no está cerrada sino que constituye un enrejado de largas tablas de madera. La respuesta es desconcertante: allí vive el dios. Por eso está vacía y entreabierta, para que pueda entrar y salir. No pregunto cuál de ellos. Seguramente alguno de los millón y ocho.  Me explica también Takashi con mucha seriedad –aunque pertenezca a una familia de tradición budista– que los dioses se encuentran durante el mes de agosto en el santuario de Izumo Taisha, en la prefectura de Shimane,  dónde se celebran abundantes festivales para agasajarles, siendo lugar de mucha peregrinación. La consecuencia es que durante esta época, el resto del país se queda vacío de dioses.

Mientras regresamos a Iida, pienso si este extraño sistema de religiones algunas de ellas provenientes de un pasado arcaico,  no será lo que más se acerque a una posible religión del futuro, neopagana y maravillosamente desligada de creencias, con muchos dioses y diocesillos para escoger, con cultos y formalismos al gusto de todos, y abierta a las necesidades, los deseos y las inventivas de cada uno de los mortales… Que un teatro de marionetas le sirva además de uso e instrumento, aunque sea sólo una vez al año, no deja de hacerlo todavía más extraño y sugerente…

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