jueves, 26 de mayo de 2011

Función en Trípoli. Semejanzas y diferencias entre Polichinela y Karagöz

(calle de los sastres del Zook de Trípoli)
(lire traduction au français de cet article ici)

Trípoli es la segunda ciudad del Líbano, situada al norte cerca de la frontera con Siria. Se encuentra ubicada en una península en medio de la cual se levanta una vieja fortaleza que mira al mar y que protege al viejo barrio que se desparrama cuesta abajo en una red de callejuelas que conforman el Zook o Zoco de la ciudad. Este viejo barrio guarda todavía el sabor antiguo de las medinas medievales, con sus agrupaciones gremiales, sus khans (los hostales con un patio interior que servían para acoger a los viajeros y a los comerciantes con sus animales de carga) y sus viejos cafés. El zoco de Trípoli es el más importante sin duda de los que se conservan aún en pie –el de Beirut fue completamente destruído por la guerra. También se conservan los de Tiro y Sidón, aunque son mucho más pequeños y modestos.

Actuamos en la Fundación Safadi, un impresionante edificio creado por este político local que representa a la comunidad suní de la zona. Además de la hermosa sala de actos que sirve también de teatro, con buenas prestaciones y de inmejorable acústica, el centro acoge a varios institutos extranjeros, como el mismo Cervantes o el British, para que puedan desarrollar allí sus actividades.

Paseando por el Zook con Karim Dakroub, después de haber comido en el restaurante-pastelería Hallab de Trípoli (la pastelería más famosa del mundo árabe, conocida por el primor de sus dulces y pasteles), charlamos sobre Karagöz y el teatro de sombras. Abordamos este tema ya muy tratado sobre las causas de que en el mundo musulmán otomano prevaleciera esta forma de teatro popular, mientras en la Europa cristiana lo hiciera el teatro de títeres con la figura predominante de Polichinela. Es decir, las tres dimensones de los muñecos que se ven en el espacio frente a las dos dimensiones de la pantalla plana de las sombras. El tema tiene que ver, por supuesto, con la cuestión religiosa: mientras la religión católica acepta el “dios encarnado”, que representa la figura de Jesús, el Islam prohibe cualquier objetivización de la divinidad, la cual es inmedible y jamás puede representarse bajo forma alguna objetiva. Sólo a través de la geometría y de la abstracción del lenguaje es posible acercarse a Dios. De alguna manera, el “dios encarnado” y por lo tanto “objetivable” del Cristianismo abre las puertas a la posibilidad de medir el mundo, de intervenir en la “encarnación divina”, lo que permite a la ciencia y a la tecnología ordenar el mundo y sus ciclos. El mundo musulmán, reacio a esta objetivización, a pesar del extraordinario desarrollo que hizo de la matemática y de otros saberes tras beber drectamente de las fuentes clásicas (especialmente en la época de los Abasides y en la España del Al Andalus, que tanto influyó en el despertar renacentista europeo), se encontró finalmente rezagado, sobretodo en la época otomana, para la “gran medición del mundo” que es en definitiva la ciencia y la tecnología, desarrollando a cambio en profundidad los aspectos interiores de la subjetividad (ese gran imán que desde siempre atrajo a los europeos hacia Oriente).

(en el viejo café del Zook)
Sentados en el majestuoso café de altas columnas de procedencia egipcia que hay en el Zook de Trípoli, y refiriéndome a la temática de mis Rutas de Polichinela, hablábamos Karim Dakroub, Rebecca Simpson y yo de cómo a la hora de expresar los nuevos aires de libertad y de individualización que flotaban por los cielos europeos a partir del Renacimiento, Polichinela surgió como un pequeño  mito popular capaz de desarrollar estos principios en la calle. En el mundo otomano, se optó por el personaje de Karagöz, representado por una sombra. Es decir, a través de una imagen subjetiva e interior, como es propio del teatro de sombras. Por un lado, voz chillona que sale fuera a través de la figura bien visible de Polichinela; por el otro lado, voz menos chillona, la de Karagöz, que sale de la figura escondida tras la pantalla y que se manifiesta sólo a través de su sombra. Mientras la rebeldía de uno sale a la calle y se expande  por las tres dimensiones del espacio, la rebeldía del otro habla de tú a tú con el público pero sin salir de la subjetividad de la sombra, de la luz interior –ejerciendo la pantalla de “espejo” de subjetividades–. Ello explica la libertad de los sombristas del Karagöz en poder criticar y satirizar directamente a las figuras visibles del poder sin miedo a perder la cabeza –aunque más de alguno sin duda la debió de perder… –: el respeto del Islam al mundo interior –a la subjetividad– es parejo al respeto hacia la inconmesurabilidad de Dios. De ahí también que el sombrista tenga por costumbre, al inicio de cada espectáculo, cantar unos salmos sufís, a modo de salvoconducto espiritual para indicar que se está entrando en una zona “sagrada”, dónde es posible hablar con la más amplia libertad –aunque no absoluta, pues por supuesto ni el Sultán ni el mismo Dios eran “tocables”.

Apuntaba Karim, entre sorbo y sorbo de café, que esa libertad de Karagöz es también la “libertad de los muertos”: según la leyenda, Karagöz y Hacivat son en realidad dos cómicos ajusticiados por el Sultán, los cuales, al ser requeridos por éste tras volver de su arrebato de ira, reaparecen convertidos en sombras gracias al ardid del visir de representarlos con dos siluetas proyectadas en una pantalla. Desde siempre que los muertos se han presentado a los humanos bajo forma de “sombras”. Y en la religión musulmana, la libertad máxima que por lo general no existe en la vida, sólo se alcanza en el paraíso, tras cruzar el umbral de la muerte. Censurar el teatro de sombras sería tanto como no respetar la “libertad de los muertos”, una blasfemia en cierto modo.

(entrada al Khan del Zook de Trípoli)
Esta dualidad entre sombras y títeres nos habla de lenguajes diferentes y de maneras también diferentes de encarar la vida, la sociedad y la política. La racionalidad objetivable que se halla inscrita en el Derecho Canónico (procedente del Romano) y que conformó la organización social europea, llevó a un cierto ordenamiento en la transferencia de los poderes (ordenamiento constantemente truncado y recompuesto, por supuesto) que Oriente no tuvo, al carecer de esta herramienta (la racionalidad de lo objetivable) para regular y medir los tiempos del poder. Si asociamos el Tiempo a Dios, objetivar a Dios es capacidad de medir el Tiempo, de fragmentarlo a través de la razón. Añadamos a toda esta reflexión el hecho de que el calendario islámico sea el lunar –irregular y desconcertante respecto al solar y al ritmo de las estaciones–.  Se entiende así que el modelo político dominante en la zona musulmana siga siendo el teocrático, en el que el poder asociado a la divinidad se oculta y se legitima en lo absoluto de lo inconmesurable, mientras respeta los espacios interiores de las casas y parcialmente de las personas. Y aunque muchas de las dictaduras no sean teocráticas, los dictadores encuentran su legitimitad en este patrón (paternalista y patriarcal, motivo por el que somete a las mujeres a obediencia) del Dios absoluto e inconmesurable.

Claro que la disposición al “tiempo subjetivo” que tiene Oriente más su profunda capacidad para la abstracción, encuentra en las actuales matemáticas de la complejidad y del caos una sincronía que en cierta forma empieza a dar sus resultados. No en vano es ahora, en plena y súbita emergencia de la complejidad a escala mundial, cuando este modelo teocrático de las dictaduras empieza a resquebrajarse. No porque haya cambios en el modelo religioso –el Islam sigue siendo lo que es, con sus muchas diferencias interiores, por supuesto–, sino por el cansancio de las poblaciones que empiezan a estar hartas de “tanta libertad interior” para tan poca en lo exterior. Hoy el mundo, con sus múltplies revoluciones sociales y tecnocientíficas, está entrando en un estado de multidimensionalidad que hace que las personas sensibles a los tiempos actuales requieran espacios más amplios y complejos en los que vivir. Y los vientos que soplan son tan fuertes, que las necesidades y los movimientos de los pueblos se están llevando a los dictadores uno tras otro. Un proceso, desde luego, que se prevé tan largo y tortuoso como sangriento y doloroso está siendo.

En el taller que haré el próximo sábado en el Teatro Tournesol de Beirut vamos a tratar los dos lenguajes juntos: títeres y sombras. El mundo exterior de tres dimensiones combinado con el mundo interior de las sombras. Es decir, añadir a las tres dimensiones de los títeres y de los objetos, la dimensión interior subjetiva del mundo de las sombras. Eso es tanto como pretender cuadrar el círculo, pues la objetivización racional de lo mesurable en tres dimensiones para nada acepta la subjetividad, es decir, una nueva dimensión interior que no se deja medir de un modo claro y regular. Sin embargo, y cómo ya he visto en otros talleres realizados, la tentación a quedarse dentro de las sombras será grande, pues cuando uno descubre esos espacios interiores del teatro de sombras, suele regodearse en ellos, hipnotizado por sus metamorfosis mórficas. Creo que estas reflexiones desarrolladas con Karim Dakroub pueden ser útiles para salir de lo subjetivo y entrar en la previsibilidad figurativa de los objetos, y viceversa. Así al menos lo pensamos ambos, al salir del café y cruzar el laberinto del Zook para dirigirnos al teatro dónde en dos horas teníamos nuestra cita con el público de Trípoli.


(Edificio de la Fundación Safidi)


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