Tuve la magnífica
oportunidad de visitar el Belén Barroco de Laguardia, en la provincia de Álava,
gracias a la invitación recibida por Adolfo Ayuso, buen conocedor del tema –él
fue quien acompañó a Maryse Badiou y a Jesús Atienza en 2010 para que
conocieran esta reliquia que nos ha llegado en muy buen estado de
funcionamiento, y de cuyo viaje salieron un par de magníficos artículos de
Maryse Badiou publicados en Fantoche y en Serra d’Or (vean
el artículo en Fantoche aquí, en pág.26).
Ayuntamiento de Laguardia. |
He descrito
ya este viaje y la visita que hicimos en compañía de Arantxa Azagra, Paco
Paricio, Yanisbel V.Martínez, Henrique Lanz, sus dos hijos Ana y Leo, Felipie
Garduño y Nati Cuevas, además de Adolfo Ayuso. Lo pueden leer en Titeresante clicando aquí. ¿Qué más puedo decir sobre el Belén?
Pórtico gótico de Santa María de los Reyes. |
Visto desde
un punto de vista titiritero y teatral, sin duda la representación del Belén
podría tener aún más fuerza y ritmo, si junto a la voz narradora que sitúa y
contextualiza la acción, algunos de los diálogos fueran dichos por los mismos
manipuladores o por segundas y terceras voces que dieran más dinamismo y
verosimilitud teatral. Claro que ello requeriría una cierta dirección
dramatúrgica y una implicación aún mayor del equipo que se ocupa del Belén.
Valdría la pena el esfuerzo si a cambio hubiera más funciones y un reclamo
turístico que justificara este aumento de las funciones. Pero entonces quizás perdería
parte de su naturalidad, insertado como está en el ambiente que le corresponde:
la iglesia y el contexto navideño que justifica la temática. De modo que lo
mejor es dejar las cosas como están, y reconocer el enorme mérito que realiza
el equipo dirigido con tanto esfuerzo por Faustino y Maite Ayala, junto a Mikel
Serrano y todo el elenco técnico y manipulador.
El Belén de Laguardia. |
La inmensa
gracia del Belén es que la “función de títeres” (me permito estos términos como
licencia retórica para resaltar la singularidad del caso) no tiene mucho que ver
ni con el mundo del teatro ni con el de los títeres –a pesar de sus evidentes
cercanías formales–, sino que proviene de la más pura tradición popular de los
pesebres animados que en este lugar excepcional pervive con magnífica soltura y
singular energía.
Manipulando sobre los tablones. |
Y ahí está el mérito y la gracia de la Asociación que se
encarga de animar el Belén: pervivir sin preguntarse los cómos ni los porqués,
sino simplemente por el deseo de mantener vivos unos vínculos culturales que se
estiran en el tiempo y que cohesionan la comunidad, en una época en la que lo
social se rompe y se cae por todas partes, y los jóvenes deben dedicarse a la
arqueología para saber lo que hacían sus padres o sus abuelos.
Pastores bailando sobre la rueda. |
¿Cómo se
explica semejante pervivencia? Yo creo que interviene aquí el factor futuro.
Más que pensar en el pasado, los miembros de la Asociación piensan en el futuro
en un sentido cultural pero también práctico e incluso económico: el desarrollo
de las singularidades locales son, hoy en día, una garantía de solvencia para
el futuro. Dejar morir las tradiciones locales es un mal negocio. Laguardia,
que es capital de la Rioja Alavesa, y que por ello mismo se está postulando
como un pequeño centro muy dinámico de gran atractivo turístico, necesita estos
valores añadidos de la Historia y de la cultura.
Pastor con el Belén al fondo. |
Está bien que los visitantes
beban los caldos exquisitos que se ofrecen en las bodegas del lugar, pero no
sólo de vino viven los turistas. Junto al gran atractivo arcaico y pagano que
es el vino (nuevas divinidades asociadas a los antiguos ritos dionisíacos no
tardarán en surgir sin duda alguna), deben existir otros motivos y otros focos
de atracción que den cuerpo y justificación a las ansias bebedoras de los vascos,
catalanes, españoles y europeos que acuden en tropel.
Los dos carneros dándose en el Belén de Laguardia. |
La gastronomía es un gran qué, por supuesto,
pero los elementos culturales que se asocian a la Iglesia, a los edificios
singulares, a la Historia tanto reciente como medieval y hasta prehistórica,
son indispensables para lograr un mapa de seducción variado y potente. Y es
gracias a la suma de todos estos valores que lugares como Laguardia pueden de
pronto convertirse en potentísimos centros capaces de dinamizar toda la región,
sin por ello traicionarse ni estropearse, a sí misma ni al entorno.
Exterior de la Iglesia de Santa María de los Reyes de Laguardia. |
Y creo que
eso es lo que ya sucede, en cierto modo, en Laguardia, por la afluencia de
público que vi recorrer las calles y llenar los restaurantes, con algunos
hoteles de afortunado diseño y grupos de familias españolas de clase media que
se mostraban muy admiradas de todo lo que veían. Algunas de ellas acudieron
luego a la Iglesia de Santa María de los Reyes y se deleitaron con el Belén y
su arcaísmo perenne, mientras unos pocos titiriteros, fascinados y sorprendidos
a la vez, mirábamos la función y al público con ojos que no sabían si estaban
mirando el pasado o el futuro...
Paseo por Zaragoza
Como dije
antes, Laguardia fue una buena excusa para visitar también Zaragoza, de la cual
partimos en coche el sábado por la mañana para regresar por la noche. El
domingo nos sorprendió con un cielo espléndido, sol y unas ganas de recorrer la
antigua capital de la Corona de Aragón, a la que pertenecía Cataluña en sus
épocas gloriosas. Siempre me ha fascinado esa curiosa unión catalana-aragonesa,
que la historia parece haber dejado en el baúl de los recuerdos, pues hoy nadie
parece interesado en hablar de ella. Los catalanes, porque no quieren reconocer
que en sus tiempos álgidos vivían en un reino que se llamaba Corona de Aragón,
y los aragoneses porque desconfían con complejo provinciano de sus vecinos que
les abren puertas al mar -y, por lo tanto, a lo desconocido.
Bandera de la Corona de Aragón. Palacio de la Aljafería. |
Yo, en
cambio, me siento muy en casa cuando llego a Zaragoza y me enorgullezco de un pasado
compartido que hoy sólo es reivindicado por la Iglesia y, muy en concreto, por
las redes monacales y los monasterios. En efecto, recuerdo que en el monasterio
de Poblet, en una de mis estancias a este maravilloso lugar, se utilizan todavía
las demarcaciones propias de los viejos tiempos de la Corona de Aragón. Se
entiende que sea así, si tenemos en cuenta que en Poblet están enterrados
algunos de los principales monarcas de esta Casa Real. Y cuando llega el día de
San Jordi, celebrado en ambas comunidades, en Poblet se vive un día especial y
surrealista, con misas y celebraciones en las que participa la llamada Nobleza
Catalana, que no es otra que los restos de la antigua aristocracia catalana-aragonesa,
hoy bien sujeta por los matrimonios de conveniencia y por la obediencia
jerárquica al Rey, que manda sobre todos ellos...
Volvamos a
Zaragoza para indicar como fuimos, en compañía de Adolfo Ayuso, anfitrión de la
jornada, y de Yanisbel V.Martínez, Enrique Lanz y sus dos hijos Ana y Leo, de
paseo por la ciudad, dando una vuelta por el centro mientras nos dirigíamos muy
lentamente hacia el Palacio de la Alfajería, destino último de nuestra excursión.
Estatua de Agustina de Aragón, en la Plaza del Portillo. |
Salimos del
Portillo, allí donde se alza la estatua dedicada a Agustina de Aragón, llamada en
realidad Agustina Raimunda Maria
Saragossa i Domènech, catalana de origen como su nombre indica (nació en
Barcelona en 1786, concretamente en el barrio de La Ribera, en la calle de
Sombrerers, para ser bautizada en la Iglesia de Santa María del Mar, que tenía
al lado, y murió en Ceuta en 1857), heroína durante los Sitios de Zaragoza en
la Guerra de Independencia contra los franceses. Por cierto, que antes de
Zaragoza, con su marido que era militar, estuvo en la famosa batalla del Bruch,
quizás en compañía del no menos famoso Timbaler...
Junto a la
plaza, llamada del Portillo porque allí estaba la puerta defendida por Agustina
y que era una de las viejas entradas de la ciudad, está la Iglesia de Nuestra
Señora del Portillo (donde reposan desde 1908 los restos de nuestra heroína,
tras haber sido trasladados de Ceuta en 1870 y tras haber reposado unos años en
el Pilar), está la plaza de toros, llamada también "La Misericordia".
Me sorprendió su belleza. Según contó Ayuso, se trata de una de los cosos más
antiguos de España, inaugurada en 1764, obra de Ramón Pignatelli y de estilo
neomudéjar, aunque más tarde, en 1917, se le hizo una profunda reforma que la
embelleció considerablemente.
En el mismo año en que triunfaba en Rusia la Revolución
Bolchevique y que Europa se desangraba en la Gran Guerra, en España se vivía por
lo visto una época gloriosa del toreo, lo que explicaría esta remodelación con
ligeros aires modernistas. Los colores ocres y amarillos de la plaza, que
recuerdan los arcos y las tonalidades de la Mezquita de Córdoba, son un bello
contrapunto a la plaza del Portillo y dan una alegre bienvenida a los que
entran a la ciudad por este lado, muy cerca del Palacio de la Alfajería, hacia
donde debíamos culminar nuestro paseo.
Pero la idea
era pasear y en vez de ir directos al viejo palacio real, dirigimos nuestros
pasos hacia el centro, en dirección al Pilar. Pasamos por delante del Palacio
de los Condes de Morata, antiquísimo edificio
de 1551, con sus dos gigantes que guardan la puerta de lo que hoy es la sede
del Tribunal Superior de Justicia de Aragón: Hércules y Teseo. Dos gigantes que
forman parte del imaginario colectivo de la ciudad, como me comentaba Adolfo Ayuso,
que de pequeño los veía no sin pasmo y aprensión. De noche, tal como los vi dos
días antes al llegar a Zaragoza, todavía impresionan más.
Por cierto,
que muy cerca están las Escuelas Pías, las mismas donde estudió Goya y tantos otros
zaragozanos a lo largo de los siglos. Siguen en su puesto, un noble edificio de
amplios patios interiores.
No tardamos
en llegar al Pilar y me sorprendió la plaza que se abre ante su fachada
principal, de moderno diseño urbanístico, un gran espacio peatonal con muchos
museos y otros edificios nobles y oficiales, todos ellos en perfecto estado de
conservación.
Francamente, la Zaragoza que estaba viendo en nada me recordaba a
la que conocí hará cosa de treinta años, cuando solíamos actuar en el viejo
Teatro Principal antes de su restauración. Entonces su aspecto era entre pueblerino
y desaliñado, con muchas fachadas oscurecidas o en mal estado, aunque con lugares
emblemáticos como el Café La Plata y el Oasis aún vivos. Hoy sobrevive el
Plata, renacido parece ser de sus cenizas, con la misma gracia de siempre según
me han contado, aunque no tuve ocasión de asistir a ninguna de sus funciones.
El centro
monumental impresiona realmente al visitante. Se notan los años de bonanza, la
gran Fiesta del Agua, las subvenciones europeas y las ganas que tenían los
zaragozanos de tener una capital como Dios manda. No entramos en el Pilar, pues
nuestra peregrinación iba por otros derroteros -aunque no por ello dejamos de
saludarla, por supuesto-, pero sí lo hicimos en la lonja, un precioso edificio de
estilo renacentista de principios del siglo XVI, dedicado como su nombre indica
a las transacciones comerciales.
Hoy, pulcro y restaurado, es sala de
exposiciones del Ayuntamiento, donde pudimos ver unas fotografías impactantes
que abrían nuevas dimensiones a las ya de por sí bastante alucinantes del
lugar.
Dos cosas
destacaría de este singular espacio de la historia mercantil aragonesa: la
bóveda de crucería estrellada de su interior, de una extrema elegancia, y, en
su fachada exterior, la profusión de rostros que surgen de la pared de
ladrillos como si fueran cabezas de títeres o de pupi sicilianos. Aquí, los titiriteros que íbamos de excursión abrimos
nuestros ojos como platos, pues no es frecuente encontrarse con fachadas tan
titiriteras como la de la Lonja. ¿Qué representaban aquellas caras? ¿Prohombres
de la ciudad? ¿Mercaderes ricos que habían pagado la construcción? ¿Capricho icónico-titiritero
del arquitecto (Juan de Sariñena)?...
Sacamos fotos, metidos entre las
esculturas goyescas que se levantan frente a la Lonja, sobre una altura que da
a una fuente. Un remanso de paz florentino junto a la impactante mole barroca del
Pilar.
Dejamos la
Lonja a nuestra izquierda y caímos de sopetón sobre un mercadillo de
antigüedades y "cosas viejas". ¡Fue pasar de la tradición icónica
europea de corte italianizante al más rabioso y contemporáneo teatro de objetos!
Un rastro improvisado
sobre las aceras de la calle nos remitía de pronto a los paisajes simbólicos de
Orhan Pamuk y su Museo del Tiempo (también llamado de La Inocencia), o a los
cementerios de objetos de Shaday Larios, pasando por las composiciones estético-escénicas
de un Xavier Bovés. Vi algo curioso en este teatro estático de mercadillo: los
objetos mudos, que generalmente nos hablan de tiempos pasados, aquí aparecían desmemoriados,
como si hubieran perdido por completo la memoria.
Quizás fuera
la luz del día, esplendorosa, o la frescura de la calle, o la exquisita puesta
en escena de los vendedores ofreciendo su mercancía, la cuestión es que
aquellos objetos no me hablaban del pasado sino del futuro: su pérdida de
memoria me abría a otros escenarios desconocidos, que había que inventar. Al salir
de sus utilidades caseras y rutinarias, a las que se habían acostumbrado durante
años, se encontraban de pronto descolocados, sin saber qué eran exactamente. Y
ese vacío de significación me pareció algo súbitamente liberador y excitante.
Saqué fotos
con mi pequeña cámara como si quisiera arrancar los secretos del futuro del
cual me hablaban, un futuro real y sincero, muy lejos de los falsos futuros del
consumo con sus artefactos nuevos de alta tecnología muy bien publicitados.
Estos carecían de publicidad alguna y, aunque no se movían´-salvo los de
cuerda, que las manos del vendedor ponían en marcha-, uno los veía como si se pasearan
inquietos en busca de un ser nuevo y distinto. ¿Qué querían ser de mayores?...,
quizás se preguntaban, sin darse cuenta de los años que cargaban encima. Viejos
infantes acabados de nacer mirando al futuro. O directamente encaramados a este
futuro del que no sabemos nada.
Pensé que los
objetos que encontramos en los rastros y en los encantes de nuestras ciudades han
perdido todos la memoria, y que cuando nos hablan desde los puestos de los
vendedores, balbucean lenguajes desconocidos. Darles forma, gramática y
contenido sería nuestra función de titiriteros al vuelo, sin ofenderlos con sus
viejas utilidades sino mediante planteamientos abiertos a lo nuevo. ¡Caramba!,
me dije, he aquí un nuevo quehacer al que tendremos que acostumbrarnos, si no
queremos caer en lo de siempre, una y otra vez. ¡Inventarnos el futuro para al
menos así entender el presente!
Aquel
descubrimiento dio alas a mi imaginación, y la pequeña Lumix que llevaba entre
manos se abría y cerraba compulsivamente, como si fuera el ojo exterior de mi
cerebro. Clic, clic... El marco de la cámara establecía los parámetros
escénicos de aquel teatro improvisado que recitaba sin palabras, mientras la
retina digital cazaba las imágenes con indescriptible deleite.
Imposible
citar a los objetos. Mejor verlos en las fotografías que adjunto. Quizás
despierten impresiones parecidas a las que sentí entonces. O quizás, fijados en
el papel o la pantalla, enmudezcan y se conviertan en jeroglíficos de los que
no dicen nada. Aunque mi optimismo congénito me dice que sus no-significados se
mantienen tiesos y campantes sobre la imagen.
Este vacío es
en realidad un "regalo de futuro": al callarse y vaciarse, nos
obligan a proyectar en ellos los sujetos ocultos que llevamos dentro y tienen
prohibido hablar porque manda en ellos el "objeto" en el que nos
hemos convertido todos. Nuestro Yo Objeto no puede impedir que se le escapen,
por los descosidos de nuestra personalidad, los "sujetos" que bullen
en nuestro interior y que buscan desesperados donde encaramarse. Y la gracia de
esos objetos desmemoriados que sobreviven en los rastros de la ciudad es que,
al recibir la carga de nuestros sujetos fugados, ¡se ponen a hablar con
libertad súbita e inesperada, muy soberana!
El recorrido
por el mercadillo de las callecitas adyacentes a la Lonja y a la gran plaza de
la Seo fue un verdadero gozo artístico y liberador. Sin darnos cuenta, horas y años
se posaron en el breve tiempo de nuestro paseo, que se cargó de una densidad
poética raras veces sentida. Enrique Lanz y su hija Ana, fotógrafa como él,
disfrutaron también de lo lindo, y Adolfo Ayuso y Yanisbel Martínez,
maravillados como yo por el espectáculo, asistieron a las sutiles representaciones
con los ojos muy abiertos.
Dejamos el
rastro improvisado, y cogimos por calles que nos llevarían de nuevo al centro
para ir tirando ya para la Alfajería. Pero a partir de entonces, en cada
esquina, portal, balcón o fachada por la que pasábamos, veíamos signos e
imágenes que nos detenían y nos llamaban poderosamente la atención.
Ante la
avalancha de imágenes y sensaciones, creo procedente detener este relato aquí,
y dejar la visita a la Alfajería para la próxima entrada de este blog.
Balcón en la Calle de la Manifestación. |
Anuncio Semana Santa. |
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