viernes, 30 de diciembre de 2016

La fiesta de la Caza del Zorro: the meet.



Que cada país tiene sus locuras, sus caprichos y sus peculiaridades, es una verdad como un templo que no por sabida, siempre nos sorprende y maravilla. He pasado estas Navidades en Inglaterra, concretamente en la zona de Somerset, muy cerca del Parque Natural de Exmoor, en el sudoeste de Inglaterra, al sur de Bristol. Una zona rural con tradiciones de profundas raíces ancestrales, y en la que se practica la caza tanto del ciervo como del zorro. Ya había presenciado alguna vez el encuentro previo a la salida de los cazadores -the meet, como lo llaman allí-, momentos excitantes en los que caballos, perros, jinetes y espectadores viven emociones antiguas hoy difíciles de definir y de ser vividas en las ciudades. 

Caballo al que se le ha quitado el pelo del cuerpo, para que pueda sudar y ventilarse
durante la larga y para él fatigosa jornada de caza.
Llevado por la curiosidad y por mi afición a indagar en las formas peculiares y excéntricas que las poblaciones escogen para afirmarse en lo colectivo, acudí el día 26 de diciembre o de San Esteban, the Boxing Day, como lo llaman los ingleses, al 'meet' de la localidad de Dulverton, uno de los múltiples lugares de la región donde se organizan partidas de caza del zorro. Lo más interesante del lugar, es el carácter popular y rural que tienen los participantes, muy lejos de las partidas más multitudinarias y supuestamente aristocráticas que se organizan desde las casas nobles y los palacios de Inglaterra. En Dulverton, los jefes de la caza son gente del pueblo, granjeros la mayoría, que gustan de los caballos y que pugnan por mantener la caza como uno de las fiestas populares de más arraigo de la región. En cuanto a los participantes, no deben pasar de la trentena. 

Foto de Rebecca Simpson.
Se habla de caza pero en realidad lo que ofrecen estas partidas a caballo son largos paseos por el campo siguiendo a los directores de la caza, que se encargan de los perros y de 'pescar' al zorro cuando lo tienen localizado: sacarlo de la madriguera, perseguirlo y, hoy en día, pegarle un tiro. Creo que se contentan con un único ejemplar. 

Niña en un poni. Foto de Rebecca Simpson.
La mayoría de los participantes no cazan nada pero sí que viven la excitación de los caballos, de los perros, de los gritos y de los toques de corneta de quién dirige la operación. Nada que ver con los cazadores de rifle apostados para acribillar a los cientos de faisanes que los profesionales les sueltan, un negocio en mi opinión bastante siniestro muy extendido en la región y al que acuden aficionados a la escopeta, muchos de ellos millonarios de todo el mundo, ansiosos de descargar su adrenalina con las armas de fuego sobre blancos puestos en bandeja. 

Los perros cercados por los caballos.
La caza del zorro, tal como se practica en Dulverton, es un entretenimiento festivo que no sólo atañe a los participantes a caballo, sino también a toda la población y a cuantos visitantes quieran acudir. Lo más interesante y espectacular para los curiosos que vienen de fuera es the meet, el momento del encuentro y de la salida. La cita de los participantes, que acuden con sus hermosos caballos, algunos disfrazados de navidad y hasta de Papa Noel, se hace en el centro del pueblo, junto a la iglesia principal y frente al pub más importante, el Public Bar Woods. La razón principal es que este pub es el más generoso en sus aportaciones: canapés, pequeños bocadillos, los buenísimos mince pice recién salidos del horno, así como vino de jengibre u otros combinados de wisky. Los caballeros son los primeros en tomar alimentos y bebidas -aunque muchos de ellos ya traen sus petacas bien cargadas de sus bebidas preferidas-, pero también el público que rodea a los caballos son bienvenidos e invitados a participar en la fiesta.


La larga hora que dura el meet sirve para que todo el mundo caliente motores. Los caballos cada vez más nerviosos, poco acostumbrados a sentirse rodeados de gente, están ansiosos de cabalgar por el campo. Un capítulo especial lo constituyen los perros. Son una clase especial de canes, los llamados foxhounds, generalmente de color claro, manchas marrones de diferentes tonos, y provistos de largas colas en vertical, lo que da al conjunto un aire de inquietante revuelo. Verlos juntos en el rincón donde se les mantiene, vigilados por sus cuidadores, entre los caballos y el público que se apretuja a su alrededor, es uno de las imágenes más bonitas e impactantes del meet


La excitación que rezuman nos habla de otros tiempos, cuando la caza era vivida como algo esencial y necesario. Una excitación que se traslada a los caballos y a sus jinetes y que embarga también a los visitantes, atrapados todos por esa fogosidad de entusiasmo arcaico, que tiene que ver con el fuego de los espíritus, la inquietud visceral de los animales cuando huelen la sangre, y con la respiración húmeda de la tierra. 

Foto de Rebecca Simpson.
Nos atiborramos de bocadillos y de mince pice, bebemos nuestros vasos de vino de jengibre o de Oporto, hasta que llega el momento de la partida. Antes, uno de los responsables de la caza, en este caso una señora montada en una magnífica yegua de color marrón oscuro, que lleva un gorro de Papa Noel con dos largas trenzas colgadas, suelta su speech a la concurrencia. Son palabras que reivindican la caza, que defienden su carácter lúdico y festivo, y la sitúan en el contexto de las tradiciones propias del lugar. Y tras agradecer al pub su gran generosidad en las cosas del comer y del beber, con voz alta, segura y enardecida, invita a todos los que han venido como espectadores a sumarse el año próximo a la partida de los jinetes, anunciándoles que los habitantes de Dulverton son personas sencillas, honestas, pacíficas y muy hospitalarias. 

En pleno speech.
Tras el discurso, el hombre que está a su lado, montado en un vistoso caballo de color marrón, sin duda el jefe de la caza, saca una corneta y se pone a tocarla. Es el grito metálico de júbilo que da la hora de la partida. 

El señor de la corneta da la orden de partida.
El conjunto se pone en movimiento. Lento primero, pero ya los perros salen de su rincón y se suman a los caballeros, ladrando ansiosos como están por salir, correr por el campo y empezar a husmear rastros. Los caballos se van juntando, dan una vuelta de saludo por las dos calles principales del pueblo, y de pronto, desaparecen uno tras otro al galope, con la energía imponente de las monturas que hervían de ganas de lanzarse a galopar. En un momento, la partida ha desaparecido. Quedamos los mirones, excitados de haber vivido las emociones del meet, y ansiosos también de correr, no al campo, pero sí al pub, para hacernos con alguna pinta de cerveza o con algún vaso de vino caliente que se sirve en estas ocasiones. Una manera de bajar las tensiones y de calentar el cuerpo.


Muchos salen también al campo, para ver pasar desde posiciones estratégicas a los caballeros. En la calle queda el estiércol dejado por los nobles brutos y los grupos de aldeanos y visitantes que comentan la jugada, tras ver partir a algunos de sus seres queridos a caballo. 

Desde el pub, pienso en el carácter festivo que tiene todavía la caza del zorro en tantos lugares del país, muy lejos de las impostaciones de las partidas señoriales o simplemente comerciales que se organizan por doquier. Una tradición de fuerte arraigo popular que mientras mantenga  estos islotes de convivencia arcaica, tiene sin duda el futuro asegurado.

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