Que cada país tiene sus locuras, sus caprichos y sus
peculiaridades, es una verdad como un templo que no por sabida, siempre nos
sorprende y maravilla. He pasado estas Navidades en Inglaterra, concretamente
en la zona de Somerset, muy cerca del Parque Natural de Exmoor, en el sudoeste
de Inglaterra, al sur de Bristol. Una zona rural con tradiciones de profundas
raíces ancestrales, y en la que se practica la caza tanto del ciervo como del
zorro. Ya había presenciado alguna vez el encuentro previo a la salida de los
cazadores -the meet, como lo llaman
allí-, momentos excitantes en los que caballos, perros, jinetes y espectadores
viven emociones antiguas hoy difíciles de definir y de ser vividas en las
ciudades.
Caballo al que se le ha quitado el pelo del cuerpo, para que pueda sudar y ventilarse durante la larga y para él fatigosa jornada de caza. |
Llevado por la curiosidad y por mi afición a indagar en las formas
peculiares y excéntricas que las poblaciones escogen para afirmarse en lo
colectivo, acudí el día 26 de diciembre o de San Esteban, the Boxing Day, como
lo llaman los ingleses, al 'meet' de la localidad de Dulverton, uno de los múltiples
lugares de la región donde se organizan partidas de caza del zorro. Lo más
interesante del lugar, es el carácter popular y rural que tienen los
participantes, muy lejos de las partidas más multitudinarias y supuestamente
aristocráticas que se organizan desde las casas nobles y los palacios de
Inglaterra. En Dulverton, los jefes de la caza son gente del pueblo, granjeros
la mayoría, que gustan de los caballos y que pugnan por mantener la caza como
uno de las fiestas populares de más arraigo de la región. En cuanto a los
participantes, no deben pasar de la trentena.
Foto de Rebecca Simpson. |
Se habla de caza pero en realidad lo que ofrecen estas
partidas a caballo son largos paseos por el campo siguiendo a los directores de
la caza, que se encargan de los perros y de 'pescar' al zorro cuando lo tienen
localizado: sacarlo de la madriguera, perseguirlo y, hoy en día, pegarle un
tiro. Creo que se contentan con un único ejemplar.
Niña en un poni. Foto de Rebecca Simpson. |
La mayoría de los
participantes no cazan nada pero sí que viven la excitación de los caballos, de
los perros, de los gritos y de los toques de corneta de quién dirige la operación.
Nada que ver con los cazadores de rifle apostados para acribillar a los cientos
de faisanes que los profesionales les sueltan, un negocio en mi opinión bastante
siniestro muy extendido en la región y al que acuden aficionados a la escopeta,
muchos de ellos millonarios de todo el mundo, ansiosos de descargar su
adrenalina con las armas de fuego sobre blancos puestos en bandeja.
Los perros cercados por los caballos. |
La caza del zorro, tal como se practica en Dulverton, es un
entretenimiento festivo que no sólo atañe a los participantes a caballo, sino
también a toda la población y a cuantos visitantes quieran acudir. Lo más interesante
y espectacular para los curiosos que vienen de fuera es the meet, el momento del encuentro y de la salida. La cita de los
participantes, que acuden con sus hermosos caballos, algunos disfrazados de
navidad y hasta de Papa Noel, se hace en el centro del pueblo, junto a la
iglesia principal y frente al pub más importante, el Public Bar Woods. La razón
principal es que este pub es el más generoso en sus aportaciones: canapés,
pequeños bocadillos, los buenísimos mince
pice recién salidos del horno, así como vino de jengibre u otros combinados
de wisky. Los caballeros son los primeros en tomar alimentos y bebidas -aunque
muchos de ellos ya traen sus petacas bien cargadas de sus bebidas preferidas-,
pero también el público que rodea a los caballos son bienvenidos e invitados a
participar en la fiesta.
La larga hora que dura el meet sirve para que todo el mundo caliente motores. Los caballos cada
vez más nerviosos, poco acostumbrados a sentirse rodeados de gente, están ansiosos
de cabalgar por el campo. Un capítulo especial lo constituyen los perros. Son
una clase especial de canes, los llamados foxhounds,
generalmente de color claro, manchas marrones de diferentes tonos, y provistos de largas colas en vertical, lo que da
al conjunto un aire de inquietante revuelo. Verlos juntos en el rincón donde se
les mantiene, vigilados por sus cuidadores, entre los caballos y el público que
se apretuja a su alrededor, es uno de las imágenes más bonitas e impactantes
del meet.
La excitación que rezuman
nos habla de otros tiempos, cuando la caza era vivida como algo esencial y necesario.
Una excitación que se traslada a los caballos y a sus jinetes y que embarga
también a los visitantes, atrapados todos por esa fogosidad de entusiasmo
arcaico, que tiene que ver con el fuego de los espíritus, la inquietud visceral
de los animales cuando huelen la sangre, y con la respiración húmeda de la
tierra.
Foto de Rebecca Simpson. |
Nos atiborramos de bocadillos y de mince pice, bebemos nuestros vasos de vino de jengibre o de Oporto,
hasta que llega el momento de la partida. Antes, uno de los responsables de la
caza, en este caso una señora montada en una magnífica yegua de color marrón
oscuro, que lleva un gorro de Papa Noel con dos largas trenzas colgadas, suelta
su speech a la concurrencia. Son
palabras que reivindican la caza, que defienden su carácter lúdico y festivo, y
la sitúan en el contexto de las tradiciones propias del lugar. Y tras agradecer
al pub su gran generosidad en las cosas del comer y del beber, con voz alta,
segura y enardecida, invita a todos los que han venido como espectadores a
sumarse el año próximo a la partida de los jinetes, anunciándoles que los
habitantes de Dulverton son personas sencillas, honestas, pacíficas y muy
hospitalarias.
En pleno speech. |
Tras el discurso, el hombre que está a su lado, montado en
un vistoso caballo de color marrón, sin duda el jefe de la caza, saca una
corneta y se pone a tocarla. Es el grito metálico de júbilo que da la hora de la
partida.
El señor de la corneta da la orden de partida. |
El conjunto se pone en movimiento. Lento primero, pero ya los perros
salen de su rincón y se suman a los caballeros, ladrando ansiosos como están por
salir, correr por el campo y empezar a husmear rastros. Los caballos se van
juntando, dan una vuelta de saludo por las dos calles principales del pueblo, y
de pronto, desaparecen uno tras otro al galope, con la energía imponente de las
monturas que hervían de ganas de lanzarse a galopar. En un momento, la partida
ha desaparecido. Quedamos los mirones, excitados de haber vivido las emociones
del meet, y ansiosos también de
correr, no al campo, pero sí al pub, para hacernos con alguna pinta de cerveza
o con algún vaso de vino caliente que se sirve en estas ocasiones. Una manera
de bajar las tensiones y de calentar el cuerpo.
Muchos salen también al campo, para ver pasar desde
posiciones estratégicas a los caballeros. En la calle queda el estiércol dejado
por los nobles brutos y los grupos de aldeanos y visitantes que comentan la
jugada, tras ver partir a algunos de sus seres queridos a caballo.
Desde el pub, pienso en el carácter festivo que tiene todavía
la caza del zorro en tantos lugares del país, muy lejos de las impostaciones de
las partidas señoriales o simplemente comerciales que se organizan por doquier.
Una tradición de fuerte arraigo popular que mientras mantenga estos islotes de convivencia arcaica, tiene sin
duda el futuro asegurado.
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