sábado, 26 de mayo de 2018

Peppino Sarina: obra y títeres

 (Hermano de Brighella, títere de Peppino Sarina)

Tras la presentación del Estudio Sarina en Tortona, de cuya inauguración dimos noticia en un anterior artículo (ver aquí), y dada la importancia del legado que se conserva de este importante titiritero, vamos a extendernos en la obra y en sus títeres afín de darlo a conocer a público de habla española.

Riqueza del patrimonio titiritero en Italia

Antes de entrar en el mundo Sarina propiamente dicho, vale la pena considerar el entorno y descubrir la inmensidad del patrimonio titiritero italiano, de una tal magnitud que bien podríamos considerar a este país como una especie de ‘Reserva Natural de los Títeres’, sin parangón alguno con otros países europeos. Hablamos de Patrimonio, es decir, del legado dejado por un sinfín de maestros titiriteros, algunos aún en activo, aunque la mayoría fallecidos o ya sin actividad. Nos referimos a la gran oleada de creatividad titiritera que se vivió en Europa y muy especialmente en Italia durante el siglo XIX hasta la mitad del XX, una realidad que tiene sus raíces en la potente actividad teatral de la Comedia del Arte surgida en el siglo XVI.


Balanzone, de Peppino Sarina.

En efecto, a las máscaras clásicas de la Comedia, se le añadieron en el siglo XIX una multitud de nuevos personajes (que los italianos siguen llamando ‘máscaras’, aunque la mayoría ya no se cubrían el rostro con ninguna máscara), al mismo tiempo que en toda Europa nacía una segunda generación de ‘Polichinelas’ (entendidos en su acepción amplia de títeres populares) con nuevos nombres, rostros y características, en sintonía con el surgimiento de las naciones de la época, de modo que hubo una identificación de estos personajes con su correspondiente realidad nacional: Punch and Judy en Inglaterra, Guignol en Francia, Kasperl en Alemania y Austria, Jan Klaassen en Holanda, Mester Jakel en Dinamarca, Kasparec en Checoslovaquia, Petrushka en Rusia, Vasilache en Rumanía, Vitez Lazlo en Hungría, Dom Roberto en Portugal, Perico en Cataluña, Don Cristóbal Polichinela en España, Pierke, Tchantches y Nanesse en Bélgica, por citar a los más conocidos.

 
Arlechino, de Peppino Sarina.

Las principales nuevas máscaras nacidas especialmente en el norte de Italia son Facanapa en Verona, Tartaglia en Verona y también en Nápoles, Gioppino en Bérgamo, Paci Paciana en Bérgamo, Meneghino en Milán, Pampalughino y Tascone en Lodi-Tortona, Doctor Balanzone, Gagiolino y Sganapino en Bolonia, Sandrone en Modena, Bargnocia en Parma, Gianduja y Testafina en Torino, Baciccia en Génova, Stenterello en Firenze y Peppe Nappa en Catania. Más tarde habría que añadir al más contemporáneo Pirù, de Walter Broggini, de Varese, o a Areste Paganos, de la compañía Is Mascareddas, de Caglari. Estos personajes se juntaron a las máscaras clásicas como Pulcinella, Arlechino, Brighella, Pantalone, Colombina o Il Capitano. Y mientras las viejas llevan siempre sus rostros cubiertos con sus máscaras particulares, en las nuevas se impone la cara al descubierto, una modalidad asociada a las nuevas ideas revolucionarias de Francia que ven un atraso y algo propio del Antiguo Régimen el hecho de taparse con máscaras.

 
Gioppino padre, de Peppino Sarina.

Al ser Italia un país muy fragmentado, que no se unificó en lo que sería una nación moderna hasta 1861, se entiende que cada localidad, por pequeña que fuera, buscara un rostro y una personalidad que la definiera como personaje emblemático hablando cada uno en el dialecto local que le corresponde. De ahí la extraordinaria riqueza de rostros, nombres, matices y particularidades de los títeres italianos a mediados y finales del XIX, algo único en Europa.

El caso de Peppino Sarina

Es en este contexto de efervescencia teatral y titiritera de las sociedades y distintas culturas italianas, donde emerge la figura de Peppino Sarina (1884-1978), hijo y nieto de titiriteros (el abuelo Andrea y el padre Antonio) crecido en un ambiente de creatividad artística, pues toda la familia vivía inmersa en el mundo de los títeres, de la música, de la pintura y del teatro.

 
Rinaldo, de Peppino Sarina.

El caso extraordinario de Giuseppe, más conocido como Peppino, es el de un autodidacta capaz de dominar varios instrumentos, de escribir música (compuso varias óperas, libretos y música incluida), una gran cantidad de obras compuestas de muchos episodios, y provisto de una vitalidad y un conocimiento del oficio que lo hizo famoso en las regiones del Piamonte y de la Lombardía donde solía actuar. Quizás su título más importante sea el del Ciclo Carolingio de los Paladini e Reale di Francia, con 120 episodios que podían ocupar una temporada teatral entera en un mismo lugar. Es el único titiritero del norte italiano que incorporó el repertorio propio de la Opera dei Pupi del sur napolitano y siciliano tras adaptarlo a la modalidad técnica del títere de guante, y con una fidelidad estricta a las versiones clásicas de la historia.

 
Ruggero, de Peppino Sarina.

Su máscara o personaje principal fue Pampalughino, alegre e irresistiblemente cómico, masticador empedernido de tabaco, lengua viva y afilada, con el color rojo como dominante, tanto en el vestido como en el gorro que lleva una orla que hace girar locamente en los momentos álgidos de la función.

 
Pampalughino, de Peppino Sarina.

Pampalughino tiene a un fiel compañero, Tascone, bebedor y fumador de pipa, una especie de alter ego suyo, al igual que Gnafron lo es en relación a Guignol o Sganapino con Fagiolino en Bolonia. Paralelo en cierto modo al Sandrone de Módena. Fuerte, honesto y bueno, se decía que su brazo era poderoso e invencible (con un doble sentido sexual para los adultos). Rústico y algo simplón, era por ello mismo muy querido por el público, de tal modo que Sarina lo introdujo también en la serie del Ciclo Carolingio, en la que hacía de escudero del paladino Astofo. En este contexto, aparece casado con Gigia y tiene un hijo llamado Bùrtul. Aparece con un oso al que hace bailar con su pandereta. Lleva un traje marrón y un gorro de tipo militar.

 
Tascone, de Peppino Sarina.

Peppino Sarina escribió, además de las obras caballerescas, un sinfín de dramas históricos y costumbristas, comedias y farsas. Todo este material se ha conservado gracias al mismo maestro que al dejar de actuar en el año 1958, dedicó el resto de su vida a ordenar su obra con la intención de donarla a la ciudad de Tortona, consciente de lo ingente de su trabajo y de que era uno de los últimos en ejercer la profesión titiritera a la vieja usanza. De ahí que sus más de 600 títeres, con todos los instrumentos y utensilios complementarios y de atrezzo, los 'copiones' (las obras escritas de sus espectáculos), los decorados y los carteles, constituyan una colección única en su género, un legado exhaustivo de tres generaciones de titiriteros que nos hablan de la historia teatral y cotidiana de más de un siglo de actividad, y del oficio de los títeres tal como se practicaba entonces.

 
Decorado de Peppino Sarina.

La exposición permanente del Estudio Sarina en el Pallazzio Guidobono es la punta del gigantesco iceberg que la Asociación Sarina nos deja entrever. Se encuentra en una sala con dos grupos de personajes expuestos: algunas de las máscaras utilizadas por el maestro en un lado, y algunos de los personaje caballerescos del Ciclo Carolingio en el otro lado. Todo ello envuelto de preciosos decorados pintados por Sarina más algunas fotografías de la familia acompañadas de textos donde se los inserta en la historia. La sala contigua, correspondiente a la exposición temporal, está dedicada a los 'Espíritus Infernales', es decir, los diablos, serpientes, dragones, y personajes fantásticos, malditos o embrujados que Sarina gustaba introducir en sus obras, parte fundamental de las historia y con éxito asegurado en el público.

 
Espítitu Infernal, de Peppino Sarina.

Y hay que decir que realmente impacta y sorprende tal profusión de seres de espanto, una mezcla maravillosa de ingenuidad y de truculencia, de imaginación popular de raíces católicas y paganas, vigentes en los escenarios europeos hasta que el cine y la televisión impusieron el realismo de las imágenes de dos dimensiones frente a las tres de los títeres capaces de despertar de inmediato el teatro imaginario de los espectadores.

 
Espíritu Infernal, de Peppini Sarina.

Espacios como el Estudio Sarina de Tortona nos dan perspectivas nuevas de lo que fue y de lo que se sigue haciendo en los escenarios titiriteros del mundo, aunque hoy se haya abandonado el retablo y las figuras aparezcan como a cada titiritero le da la real gana. Que así sea y por muchos años.

 
Diablo, de Peppino Sarina.

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